“El Perú es un país trunco, inacabado, en construcción”, afirma Felipe Portocarrero. (Foto: GEC)
“El Perú es un país trunco, inacabado, en construcción”, afirma Felipe Portocarrero. (Foto: GEC)
José Carlos Requena

“El Perú es un país trunco”, dice Felipe Portocarrero en los minutos previos a la entrevista. Junto al politólogo Alberto Vergara, acaba de presentar el libro “Aproximaciones al Perú de hoy desde las ciencias sociales”, un conjunto de textos que procuran abordar la actualidad nacional desde distintas disciplinas. Tras truncarse por unos momentos, la conversación se reanuda.

— ¿Trunco en qué sentido? ¿Qué le falta?
Es un país inacabado, es un país en construcción; un país –digamos– en gerundio: haciéndose, construyéndose.

— Y, sin embargo, forjado sobre una roca…
¿Por qué el Perú no implosiona? Ya implosionamos. El conflicto armado con Sendero fue una implosión. ¿Por qué no implosiona con más estruendo ahora? Un ciudadano, común y silvestre, se dice: en qué referente jurídico, político y normativo puedo tener fe. Y no lo encuentra.

— ¿Es un problema de élites?
El concepto de élite es muy ambiguo y, además, tiene una carga ideológica negativa muy fuerte. Cuando hablas de deportistas de élite o de grupos de élite en las Fuerzas Armadas, no hay ningún problema. Pero cuando vas al campo social y dices “élite” se encienden los sensores.

— Nadie se asume como élite…
Ayer vi un experimento social. Me lo hicieron cuando ingresé a la PUCP, tenía 17 años. El profesor nos preguntó: “¿A qué clase social pertenecen?”. La respuesta del 95% fue…

— Clase media…
[Asiente] Era lo “correcto”. Es un mecanismo de defensa psicosocial. Si se utiliza el concepto de élite descriptivamente, se podría decir que las élites en el Perú han fracasado. Basadre decía que no teníamos élites auténticas. Un adjetivo fuerte, pero él lo explica largamente. La universidad, como formadora de los grandes cuadros profesionales –no solamente en el Perú, sino también todo el mundo– no está haciendo su tarea bien.

— Dijiste que la política se había descalabrado. ¿Desde la academia se puede solucionar este descalabro?
En el libro, hay un artículo de Aldo Panfichi y Juan Dolores sobre la representación política: el agotamiento clásico de representación política y los nuevos roles que adquiere la participación de la sociedad civil. No hay soluciones mágicas. No tenemos un proyecto aspiracional, un ideal de república –para utilizar el concepto que utiliza mucho Alberto [Vergara]–, que nos haga sentir parte de. No tenemos un relato de país, carecemos de una narrativa que nos estimule, que nos inspire, que nos haga crecer en nuestras convicciones, que nos dé ganas de comprometernos. El desafío para los políticos es cómo logramos producir una narrativa que vaya incorporando, por ejemplo, esta saludable lucha contra la corrupción.

— Los regímenes autoritarios nos daban alguna narrativa…
Claro, pero es autoritaria, impuesta, no es participativa. Las versiones más autoritarias necesitan crear aparatos de apoyo. Esa es la creación de un intelectual o un político. Martín Luther King inicia su famoso discurso: “I have a dream”. Las palabras que se utilizan más en el discurso político estadounidense: freedom, America y hope (esperanza). No tenemos un sueño, no tenemos una esperanza. Pero, otra vez, la roca que te digo que no se ve: ese es el Perú sumergido.

— ¿Y de qué está hecha esa roca?
De nuestra historia, de nuestra complicada, abigarrada, entrelazada, inadvertida historia que no entendemos por las velocidades de los cambios por esta “modernidad líquida”, como decía [Zygmunt] Bauman. La historia [entendida] no como un museo de hechos pasados. La gran habilidad de [Fernando] Belaunde es que encontró un sentido. Si ves a la generación del 900, José de la Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaunde, Julio César Tello: todos ellos tenían esa visión. Todo eso ha ido desapareciendo.

— En el libro hay nuevas miradas. ¿Invitan a la esperanza?
A nuevas interpretaciones para decodificar.

— En esas interpretaciones, ¿hay esperanza?
Hay un libro que se llama “España invertebrada” que podría ser un lindo título para el Perú: “Perú, país invertebrado”. No hay forma de encontrar esperanza si no deconstruyes al monstruo. Lo que suele ocurrir es que nos deslizamos imperceptiblemente hacia el desaliento y la perdida de fe con nuestras propias interpretaciones. Estamos en el pantano. Pero hay ramas a las cuales aferrarse. Lenta y progresivamente podemos seguir saliendo.

— Estamos por llegar al segundo bicentenario. ¿Crees que estamos mejor en esta etapa que hace cien años?
Definitivamente estamos mejor. Esa sociedad era semicolonial, prácticamente con mecanismos de explotación semiesclavistas. Lo que [Julio] Cotler llamó “el triángulo sin base”: Arriba: los dominantes; abajo: los dominados, pero sin articulación. Hay más bienestar material. Lo que pasa es que nuestro punto de partida es tan bajo que todo lo que hacemos resulta insuficiente.

— Es una roca muy profunda, entonces…
Exacto. Sería injusto decir que no se ha avanzado. Los dilemas del Perú son tan enormes que una generación no los puede abordar completamente.

— ¿Qué rol juega Martín Vizcarra? ¿Crees que tiene páginas de un capítulo de una nueva historia o qué?
Basadre tenía un libro “El azar en la historia”, que contenía una frase extraordinaria: el azar es el ejecutor precipitado de una necesidad. ¿Qué es Vizcarra? El ejecutor precipitado de una necesidad. La vida, la historia, la guerra, las corrientes, las tempestades, los vientos que soplaron, lo pusieron en el sillón presidencial, sin que él se lo hubiese imaginado y, por supuesto, sin lo que hubiera querido. Pero una vez montado en el cargo, los vientos, las corrientes, han seguido moviéndose y él ha tratado –en lo que cabe– de soportar los vendavales y las tormentas. Es una personalidad bien intencionada en su propósito. ¿Tiene visión a largo plazo en el Perú? No tiene tiempo para pensar en eso. ¿La historia cómo lo juzgará? Como parte del azar de la historia.