(Foto: EFE)
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Diana Seminario

Hace apenas una semana que el dejó nuestro país, y quizás más de uno quisiera pasar rápido la página y mejor hablar de otra cosa. Es que Francisco puso el dedo en la llaga. No solo se refirió a la corrupción precisamente cuando las papas queman, sino que nos recordó que el Perú –pese a quien le pese– es un país eminente y profundamente católico, y que cuando tiene que expresarse no hay sol ni calor que lo detengan. Estamos avisados.

“Hoy está de moda hablar de Odebrecht, pero es apenas un botón de muestra”. El Papa lo dijo así, sin medias tintas. Sabía que hablaba para una región cuyos políticos (algunos), se dejaron obnubilar por el dinero mal habido; por esos recursos que no terminan de llegar a donde deben. Esos políticos que se pusieron el traje de la solidaridad con los pobres, pero que los traicionaron apenas pudieron.

“Yo al pecado no le tengo miedo; le tengo miedo a la corrupción, que te va viciando el alma y el cuerpo. Un corrupto está tan seguro de sí mismo que no puede volver atrás. Son como esos pantanos chupadizos que querés volver atrás y te chupa. Es una ciénaga. Es la destrucción de la persona humana”. Así de claro lo dijo ante los 75 periodistas que lo acompañaron de regreso a Roma luego de su viaje a Chile y al Perú.

Francisco puso sal en la herida. Conocedor de nuestra realidad, sabe que aún falta mucho por aclararse y que en este “caiga quien caiga” no sabemos aún quién saldrá invicto.

“El pecador es una persona que conoce límites, que tiene equivocaciones. Tiene conciencia de que se equivoca. En cambio, el corrupto pierde esa brújula y vive en otro mundo, del que difícilmente se sale”. ¡Con qué naturalidad el Papa incorpora principios morales y sociales a la realidad que nos toca vivir! Por eso sus palabras son irrefutables.

El máximo líder de la Iglesia Católica nunca dejó de hablar claro sobre los temas más variados que nos afectan a todos. Y lo dijo precisamente aquí, donde un grupo minoritario quisiera que la fe no se exhiba en las calles, o que pretende que quienes creen lo hagan de puertas para adentro. El millón y medio de personas que estuvieron el 21 de enero en la Base Aérea de Las Palmas refutaron categóricamente ese laicismo que pretende instalarse bajo el paraguas de ‘progresismo’.

“Gracias por la oportunidad de poder tocar la fe del pueblo. Es que aquí no se puede no tocar; si no tocas al pueblo, la fe del pueblo les toca a vos, las calles repletas... es una gracia”. Así se expresaba el Papa frente los obispos del Perú el ultimo día de su visita.

El pueblo al que Francisco se refiere tiene la fe instalada y solo espera un motivo, una razón para exhibirla sin pudor. Esta vez fue la de su visita, que no solo movilizó a millones de personas en todo el Perú, sino que nos recordó que por mucho que pretenden apagarla, amenazarla o arrinconarla, la fe está más viva que nunca.

Y estos peruanos que se desvelan frente a la nunciatura o caminan kilómetros para ver pasar al Papa son los mismos que cada cinco años votan, eligen autoridades, congresistas. A ver si aprendemos a no gobernar de espaldas a ellos.