Si usted sigue esta columna, no le sorprenderá mi cargosa preocupación por la atomización de candidaturas presidenciales y sus consecuencias para la gobernabilidad y representación. Sufrimos a demasiados candidatos que, dados los antecedentes de elecciones pasadas, creen que pueden llegar a ser presidentes solos, sin alianzas. Mi alarma es mayor ahora que todo avizora un abril con una decena de candidatos y un quinquenio donde un buen gobierno será crucial.
No se ven los tiempos como para el surgimiento de un caudillo plebiscitario que se lleve a todos por delante. Lo más probable es que varios candidatos y candidatas se repartirán el voto y, por tanto, fragmentarán el Congreso. Incluso los que tengan nula esperanza de ganar no se retirarán dados sus compromisos financieros con sus listas al Congreso. Los que logren pasar la valla nos legarán minibancadas. Y dada la forma en que se reclutan estas listas es probable que la bancada resultante no represente a los votantes del candidato presidencial.
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Decía que hoy esta situación es más preocupante por razones obvias. Quien gane tendrá la responsabilidad de hacer cambios que respondan a la reconstrucción del país, resolver las carencias que nos muestra la crisis o cuando menos evitar seguir desbarrancándonos. Y un gobierno débil, con un Congreso fragmentado, la tendrá muy difícil.
Se suele hacer escarnio de la izquierda por esa tendencia a la fragmentación que los lleva a perder oportunidades. La broma estaba buena en los ochenta, pero desde los noventa esa dificultad de articular no es solo de la izquierda. Es lo que marca la política peruana en general. Con un fujimorismo debilitado, ¿qué es hoy la derecha electoral, sino una serie de personajes parecidos que buscan convencernos de sus diferencias? ¿Y el centro? Un espacio donde me refugio para evitar tener posiciones claras que me puedan afectar en segunda vuelta. O para que no se note que soy de derecha.
Obviamente, no podemos crear un sistema plural, legítimo y programático solo deseándolo. Hay además divisiones difíciles de aglutinar; simular acuerdos donde hay diferencias sería postergar el conflicto y la fragmentación. Pero sí puede hacerse un esfuerzo para que los que tienen propuestas similares de política y gobierno conversen, construyan alianzas y nos ofrezcan listas parlamentarias centradas en programas. Una mejor representación.
Por mis preferencias políticas, y porque creo que esa posición es clave para construir un espacio de diálogo urgente en un Congreso que mostrará distancias ideológicas, veo positivo que se articule un centro reformista. Un centro que no sea una derecha edulcorada y que ofrezca políticas de cambio profundo. Pero la izquierda y la derecha también tienen mucho que ganar si construyen programas comunes. Reducir la fragmentación ya sería un avance.
Lo más probable, sin embargo, es la división en equipitos. Dada la situación actual de nuestra política centrada en candidatos y candidatas y sus respectivas camarillas, esta coordinación mínima es una tarea titánica. Muchas barreras que romper y muy poco tiempo para construir la confianza necesaria entre actores que se parecen más de lo que creen.