El presidente Martín Vizcarra tiene que hacer dos cosas inmediatas si quiere mantener los pies sobre la tierra y evitar flotar en la gravedad.
Una, que no tome las encuestas como un baño de espuma estadística mensual (65%) que le llene el ego, sino como un reflejo concreto, lo menos erróneo posible de la realidad.
Otra, que sus discursos, anuncios y declaraciones en público, es decir, sus balconazos, correspondan a la demostración de hacer gobierno y Estado, no a arranques de promesa, seducción y saltos al vacío.
Diríase que hasta ahora le va bien y no mal a Vizcarra con sus balconazos. Su rápida reacción y actuación ante el destape de la corrupción judicial le creó una identificación muy fuerte con la indignación y la expectativa de la mayoría de peruanos. La indignación subsiste y, por lo tanto, la cosecha de apoyo popular por Vizcarra también.
La expectativa por las cosas que impulsó (un nuevo organismo de justicia que reemplace al Consejo Nacional de la Magistratura, cambios en el financiamiento de los partidos, prohibición de la reelección parlamentaria y retorno a la bicameralidad) está sujeta a cómo salgan esas reformas del referéndum próximo y a cómo vayan a materializarse finalmente.
Tres columnistas de El Comercio, Fernando Berckemeyer, Fernando Rospigliosi y Martín Tanaka (ver edición de ayer) coinciden en ver en la encumbrada autoridad de Vizcarra un desajuste entre su aprobación y lo que debiera reflejar su gobierno. El primero se pregunta: “¿Para qué acumular un capital político si no es para invertirlo en cambios que dejen huella?”. El segundo, bajo la interrogante de “¿País ingobernable?”, llama la atención sobre las amenazas del nuevo gobernador de Puno, Walter Aduviri, a las mineras Bear Creek (US$555 millones de inversión) y Plateau Energy (explotación de litio), haciendo evidentes sus dudas respecto a la capacidad de Vizcarra (“al que solo parece preocuparle su popularidad”) de lidiar con un problema como este. El tercero afirma, a la luz de la “retórica de Vizcarra contra la corrupción”, que “la agenda de la reforma política se ha perdido y distorsionado”.
Pareciera, pues, que los altamente rentables balconazos de Vizcarra, conectados ‘retóricamente’ con la gente, van por un lado, y los estándares de resultados de su gobierno, por otro. Las bajas calificaciones en varios rubros, desde los programas sociales hasta la seguridad, pasando por la educación, las inversiones, la economía, la reconstrucción del norte, la reducción de la pobreza, exigen del mandatario un urgente reenfoque de su actuación gubernamental. Una mejor correspondencia entre el verbo político presidencial y la realidad económica y social.
Que no le pase a Vizcarra lo que a Humala, que durante cinco años se pasó llevando el Estado a los cerros, como si con solo desearlo, en palabras, ello iba a suceder. Ni lo que a Toledo, que sin duda impulsó una obra, la Interoceánica Sur, pero al costo de una coima personal de US$20 millones.
Con balconazos se ganan elecciones, pero no siempre con ellos se puede gobernar.