Martín Vizcarra
Martín Vizcarra
Jaime de Althaus

Es imposible gobernar sin conflictos. No hay manera de mejorar los servicios públicos ni aumentar la inversión privada, sin encontrar resistencia de grupos que se benefician del statu quo.

Si se quiere mejorar la calidad de la educación, se tiene que adoptar estándares exigentes y meritocráticos que provocarán la resistencia de los gremios de profesores, salvo que se encuentre la manera de involucrarlos.

Si se quiere tener hospitales eficientes y eliminar colas, habrá resistencia de los médicos malacostumbrados a sus prácticas privadas. Si concesionamos la gerencia, grita la Federación Médica. Si queremos cambiar el para ya no pagar por atención médica (que lleva a multiplicar las atenciones para jalar más presupuesto), sino una cantidad por persona por red (que lleva a dar el mínimo de atenciones suficiente y reforzar la atención primaria para tener así más recursos para mejoras), enfrentaremos la resistencia de los proveedores de medicamentos e insumos, que es lo que está ocurriendo ahora.

Si queremos tener una burocracia profesional y meritocrática en todo el Estado, se rebelan los sindicatos. Si queremos reducir normas y digitalizar procesos en beneficio del ciudadano, se oponen los que medran de esas normas y procesos. Si queremos mejorar el pésimo servicio de agua potable, se resisten los funcionarios que venden el agua por su cuenta y los que se oponen a la necesaria alza de las tarifas. Si queremos carreteras y mantenerlas bien con peajes, paran insólitamente los transportistas. Si queremos depurar la policía, mueven sus redes judiciales y congresales los policías corruptos.

Y si queremos facilitar la formalización laboral, se oponen la CGTP y el ministro de Trabajo. Si procuramos inversión minera limpia y responsable, arremeten de todas maneras los antimineros. Y así sucesivamente.

Pero si, por no afectar a nadie, no hacemos nada, nos hundiremos en el pantano de la involución. Y allí sí nos devoraremos unos a otros.

Para convencer o vencer las resistencias, se necesita liderazgo y explicación. Y buscar acuerdos políticos y alianzas sociales. También ayuda mantener un nivel alto de aprobación. Esta, lamentablemente, está bajando, pese a ceder en todo. Es que nadie quiere un gobierno débil sino uno que persiga objetivos claros y señale a los que torpedean. Para recuperar aprobación el presidente debería dedicar sus viajes no a inaugurar obras sino a liderar cruzadas nacionales. Por ejemplo, contra la anemia, viendo que en cada sitio se esté haciendo lo necesario y llamando la atención al que no esté cumpliendo su tarea. O contra la inseguridad, interpelando a los alcaldes y comisarios que no reúnen el comité de seguridad ciudadana o a los fiscales o jueces que liberan pillos porque no hay carceletas distritales, y reclamando que las haya. O contra las colas en los hospitales, señalando a los médicos que se escapan, como Cillóniz en Ica. O para ver si está cambiando el SIS, si la gente está recibiendo sus medicamentos gratis. O llevando las tecnologías de Sierra Productiva comunidad por comunidad. Escoger dos o tres grandes cruzadas respecto de las cuales se tenga la información local suficiente para jalar las orejas. Con apoyo de medios, por supuesto.