Dos años atrás, el 28 de julio del 2018, Martín Vizcarra pechó al Congreso con la propuesta de un referéndum sobre temas de reforma judicial y política que los congresistas rehuían legislar. El 28 de julio del 2019 fue más radical y propuso el adelanto de elecciones, un ‘nos vamos todos’ en tono de gallo de pelea. El 28 reciente no tuvo ases bajo la manga, ni verduguillos, cachiporras o martillazos.
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Evocando los antecedentes, muchos oyeron el largo mensaje esperando el golpe final contra los anfitriones. No lo hubo. Lo que hubo fue el llamado a un Pacto Perú que no califica como as bajo la manga porque no es una apuesta sino una rama de olivo.
Antes de Cateriano
Hablé con fuentes palaciegas que me aseguran que el llamado concertador era ya una vaga idea surgida en el trance de la pandemia. Pero no tomó cuerpo hasta julio. Revisando fechas y humores, es probable que se definiera luego del intempestivo mensaje del domingo 5 de julio en el que Vizcarra planteó un referéndum sobre la inmunidad parlamentaria horas antes de que se cerrara la legislatura. Esa bofetada en el cachete congresal precipitó a una mayoría abrumadora de 110 parlamentarios a votar por la abolición de la inmunidad de todos los altos funcionarios, incluido el presidente mismo. Fue un ‘nos arañamos todos’.
Era obvio, y así lo hicieron notar voceros de varios poderes, que el presidente echó demasiada leña al fuego. Lo dio a entender, por ejemplo, la presidenta del TC, Marianella Ledesma, en un comunicado institucional. Ledesma, pretextando un conflicto de intereses en el caso que una acción constitucional sobre el retiro de la inmunidad llegara al tribunal, no asistió a un consejo de estado que convocó Vizcarra para calmar las aguas.
Por todo esto, es probable que la evaluación autocrítica del episodio, fortaleciera en los siguientes días la necesidad de un cambio de actitud. Cuando juró Pedro Cateriano como primer ministro el 15 de julio, ya Vizcarra estaba convencido de tender puentes en lugar de minarlos. Por esos días le pregunté a un personaje del gobierno si no temían que la personalidad de Cateriano contrariara el giro concertador que ya se adivinaba y me respondió: “Cateriano es dúctil, sabe cuando hay que ponerse duro y cuando hay que concertar”.
La pandemia, ¿qué más?
Al indagar por el motivo central del cambio de actitud surgen dos, indisociables: La pandemia y la proximidad del fin de la gestión para un gobierno sin bancada y con varios opositores. La plaga desnudó, a ojos del propio gobierno, falencias que se sentía incapacitado de afrontar, que lo abrumaron y frustraron. En las primeras semanas, hubo un efecto de ‘rally round the flag’, de unión nacional contra el enemigo viral. Las conferencias del mediodía parecían tener todo previsto y resuelto. La aprobación seguía por encima de 70%, ‘las nubes’ en estándares nacionales.
Pero la cuarentena se prolongaba y las cifras de terror no bajaban. Entonces, se empezó a invertir la lógica: para qué golpear a la oposición si esta puede replicar mordiendo el flanco débil de la gestión del Ejecutivo, nada menos que una contracción económica brutal y una tasa de muertes por millón de habitantes entre las más altas del mundo. ¿Para qué pelear? Mejor buscar la forma de compartir la carga de responsabilidades que, ciertamente, excede al gobierno. En medio de la calamidad, Vizcarra y su equipo han desarrollado algunos anticuerpos de sentido práctico y realista.
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Aunque siempre es mejor prevenir concertando que lamentarse peleando; la impredictibilidad de la política no garantiza paz entre los poderes. Si Vizcarra, al llamar al diálogo, apunta a lograr un cese de hostilidades desde partidos y bancadas que han encontrado un filón inagotable de denuncias en las vicisitudes laborales de su entorno y citan a los ministros por quítame esta paja; no es seguro que lo consiga.
Hay bancadas y congresistas inmanejables por los líderes de sus partidos. A Edgar Alarcón, por ejemplo, ¿quién y cómo lo controla? Pregunta por lo demás gratuita pues, por otro lado, las dos alas de UPP, la de Antauro Humala y la de José Vega, coinciden en rechazar todo diálogo. En la posición anti pacto, aunque por reparos ideológicos más que por mera pose política, está el Frente Amplio que ya expuso su afán de refundar el sistema con una nueva Constitución en un comunicado titulado ‘No al Pacto Perú’.
Por el contrario, César Acuña replicó inmediatamente que se une y Julio Guzmán hizo lo propio saludando el llamado a dialogar. No así los otros líderes, que quieren oír más antes de decir que ‘sí’ pero evitan decir ‘no’ para no pecar de malcriados. Caso especial es el de Fuerza Popular, pues fue la bestia negra del gobierno –sentimiento correspondido- hasta que se disolvió el Congreso. Luego, el secretario general Luis Galarreta asistió con algunos congresistas a la primera ronda de diálogo con Vizcarra y lo volvió a hacer con Cateriano. Pero conversar para un pacto es algo más serio. Tan serio que quien haga la llamada de parte de Vizcarra, sino la hace él mismo o Cateriano, tienen un reto protocolar. Ahora lo explico.
El presidente ha anunciado que, al igual que en la ronda de febrero pasado, la convocatoria es a los partidos. Si es así, la llamada palaciega, que la vez pasada estuvo a cargo de Mirian Morales, se hizo a las cabezas César Acuña de APP, Julio Guzmán del Partido Morado, José Luna Gálvez de Podemos (esto implica un escollo moral dada la ristra de denuncias contra él), entre otros, y a Luis Galarreta pues la presidenta de FP, Keiko Fujimori, estaba presa. Esta vez, la metodología obliga a llamarla ¿Irá al encuentro?
Conversé con Diethell Columbus, portavoz de la bancada, y no tiene una respuesta para eso. Esa decisión le compete a ella. La bancada todavía no ha tocado el tema del pacto, pero Columbus cree que será difícil que el partido defina una postura antes de oír a Cateriano. Además, me trasmitió, a título personal, cierta aprehensión a conversar con el gobierno y con los competidores electorales, sobre una agenda que de hecho estará en los planes de gobierno de cada cual. Esa misma aprehensión ante los conflictos de intereses oficialistas y opositores, matices más matices menos, estará presente en otros partidos, incluso, para los que han saludado la invitación, como Acuña y Guzmán.
Agenda gorda
Ciertamente, la idea de un pacto de despedida, pues no sería ni de transición ni de comienzo de gobierno; es sui generis. Solo una circunstancia extraordinaria como la pandemia podría darle sentido. Si es así de excepcional, entonces, una agenda acotada lo haría más viable. Pero el presidente ha planteado una agenda bastante gorda. Nada menos que 5 ejes que abarcan casi todo: salud, educación, crecimiento económico, reforma judicial y política, y lucha contra la pobreza. Sería casi como concertar planes de gobierno.
Da la impresión, tras hablar con mis fuentes y tras oír a Vizcarra en una entrevista el miércoles 29 en TV Perú que pasó casi desapercibida, que la idea del Pacto Perú está aún demasiado abierta y falta la metodología fina para sacarle provecho. Una de mis fuentes me dijo que iban a pedir la asistencia técnica del Acuerdo Nacional (AN), para aterrizar la agenda y la discusión. Cuando pregunté por qué no se realiza el diálogo en el AN, me dijeron que esto es más político y coyuntural que el AN, y por eso solo lo acotan a los partidos.
Aún los que han dicho que sí dialogarán, como Guzmán y Acuña, esperan que el gobierno sea más explícito en sus temas, métodos y objetivos. ¿Podrían concertar alguna ley, preguntas para sumar a un referéndum hecho junto con las elecciones generales, campañas, lemas? Cuando pregunto todo esto, la respuesta más concreta que recibo, es el deseo de que todo se concrete en una declaración de principios. Bueno, sería un fin de gobierno insólito tener un documento con Martín Vizcarra, Julio Guzmán, César Acuña y Keiko Fujimori entre los abajo firmantes. Sería extraño, también, tener un encuentro de rivales con un resultado práctico.