“Yo nunca he abrazado el ideario del partido Perú Libre”, dijo Dina Boluarte (entrevista en La República, 23/1/22) y ese mismo día, ¡zas¡, una comisión de la base limeña de PL la juzgó y expulsó. La ciudadana Boluarte estaba expresando, suelta de huesos, lo que mis amigos politólogos llaman la ‘desafección política’, es decir, que el partido y su ideología y, de paso, los hermanos Waldemar y Vladimir Cerrón, le importaban un comino.
Ante la celeridad de la expulsión, la vicepresidenta y ministra de Inclusión Social (Midis), se tomó un par de días para tuitear, “siempre he sido y sigo siendo de izquierda, pero de izquierda democrática no totalitaria” (25/1/22). El mensaje lo acompañó de un comunicado en el que dudaba de la autoridad que le dio forata, pero, ya, para no pelear, concluía que, “como mujer de derecho, he decidido no soportar más estos atropellos y, en la fecha, he comunicado al JNE mi decisión de apartarme del partido”.
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En realidad, todo esto era un sainete sobreactuado. Boluarte fue ajena al partido desde el día 1 del gobierno y el desplante del cerronismo, lejos de ofenderla, le venía de perilla para afianzarse ante aquello que sí abraza: a Pedro Castillo, a su ministerio de gasto y proyección social y a su oficina de vicepresidenta en Palacio, donde acude de vez en cuando –acaba de reemplazar al presidente mientras este viajó a Colombia- y donde tiene más ocasión que otros ministros, de conversar con su líder.
Hay, eso sí, un enojoso asunto formal que la liga a la memoria histórica y judicial del partido. Cuando –según se ha documentado en las investigaciones fiscales y periodísticas- se hizo una colecta entre los comités del partido para pagar una reparación que impuso la justicia a Vladimir Cerrón, ella abrió una cuenta junto al correligionario Braulio Grajeda. Lo recaudado se le dio a Cerrón. Boluarte ha explicado reiteradas veces el motivo y fin lícitos de esa cuenta pero el detalle sigue siendo parte del complejo caso.
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Pudo ser ella
Entre los escenarios que se barajaban desde antes de que Pedro Castillo asumiera el mando, estaba la vacancia. Si se buscó la de PPK, se cometió la de Vizcarra y hasta se cubileteó buscando la de Sagasti; ¿cómo no especular con la del improvisado recién electo? Era natural, por lo tanto, que muchos opositores dirigieran la mirada hacia la posible sucesora constitucional Dina Boluarte, con curiosidad y apetito.
Boluarte respondió el interés con cierta coquetería política. No tuvo que bregar demasiado para hacerse de signos distintivos. Mujer de origen apurimense largo tiempo radicada en Lima y funcionaria de la Reniec, en medio de un grupo dominado por machos regionalistas radicales, era fácil percibirla distinta apenas abría la boca. Además, no tenía la formación cuadriculada ni las lecturas de Cerrón, de modo que sus generalidades izquierdistas las expresa con simpleza, coloquialidad y cierta moderación, si la comparamos a un Guido Bellido o a un maestro de la Fenate.
Durante la segunda vuelta, siendo la única vice en la plancha (el otro vice, Vladimir Cerrón, fue excluido por el JNE cuando se confirmó que tenía una sentencia condenatoria por negociación incompatible), y dada la escasez de cuadros en Perú Libre, tuvo una importante vocería. Antes de eso, en la primera vuelta, había estado enfurruñada porque la negligencia de una personera del partido en la presentación de documentos ante el JNE, provocó su exclusión de la lista al Congreso. Ya era bastante soñar con una curul. No esperaba más de esta aventura, por eso no renunció a su puesto en Reniec sino que pidió licencia, motivo que en su momento fue argüido por sus enemigos para tacharla, pues una funcionaria no debía asumir un cargo sin dejar de serlo. Con su renuncia a Reniec, el tema se zanjó administrativamente.
En la suerte de tercera vuelta en la que se convirtió la denuncia de un supuesto fraude, cumplió un rol urgente. Convocó a varios abogados para defender la rasante ventaja electoral de Castillo, entre ellos, a Aníbal Torres. Una vez asumido el mando, estuvo dispuesta –dio señales internas- para ser primera ministra en lugar de Roger Nájar, el candidato de consenso entre Cerrón, Castillo y los aliados de izquierda, que se despintó por una denuncia de paternidad irresponsable. Pero Cerrón prefirió a Guido Bellido y Castillo, fatalmente, aceptó esa imposición, echando al traste su luna de miel. Boluarte no salió perdiendo, pues fue excluida en la práctica del cerronismo que ya le era hostil y se convirtió en ministra independiente en el Midis, un cargo más acorde a sus alcances y limitaciones.
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Si algún lazo quedaba con Perú Libre, lo cortó cuando conspiró abiertamente contra Bellido junto a Torres y otros ministros, y celebró su caída y reemplazo por Mirtha Vásquez. Los voceros del cerronismo, incluyendo a su hermano y portavoz de bancada, Waldemar; no incluían al MIDIS cuando reconocían que PL tenía ‘un par de ministerios’ (Ambiente y Energía y Minas).
Ya no había nada que la atara al partido. Las bases cerronistas la atacaban cada que se difundía una foto de ella con algún miembro de las bancadas vacadoras, cosa habitual entre ministros y congresistas. El 15 de noviembre hubo una escaramuza cuando, en un viaje de trabajo –a veces se enciende ante auditorios favorables reunidos para inauguraciones de obras y lanzamiento de programas- dijo: “Pedro y yo estábamos siendo utilizados por Vladimir Cerrón en las elecciones”. Cerrón y compañía le dieron su vuelto en las redes.
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Mujer abnegada
¿De veras es tan castillista o posa de leal para que no insinúen que ansía la vacancia? ¿No termina de quemar así sus puentes con la oposición? Le pregunto esto a fuentes que la conocen bien y que no son castillistas, así que lo de la lealtad a Pedro les tiene sin cuidado. Me responden igual que me respondían mis fuentes vizcarristas cuando les preguntaba si su líder se preparaba para suceder a PPK: ‘No piensa en eso, está concentrada en lo suyo, si llegara el momento hará lo que tenga que hacer, lo que mande la Constitución, etcétera’.
El mismo 7 de diciembre en que el Congreso votó la admisión de la moción de vacancia, temprano en un evento en Juliaca, Castillo la animó a que le expresara su respaldo y ella dijo: “Si al presidente Castillo lo vacan, yo me voy con él”. Parece la ‘Meche de Castillo’ le digo a una fuente pro Dina, para provocar una respuesta. Me repite la letanía de que ella no se distrae pensando en esas cosas y se concentra en su trabajo. Pero esta crónica no trata de los avances del bono Yanapay, el mayor logro de su gestión en el Midis, sino de cómo su viabilidad como sucesora, esta minimizada por los vacadores. Ese día en el que según mis fuentes, la propia Dina le ofreció realizar el gesto a Castillo, comprometió todo lo que había sembrado en pro de la sucesión. Insisto, ante mis fuentes, en que el melodrama de abnegación de Boluarte y su silencio ante las cuitas de Castillo es tal que los vacadores la tienen por descartable y que no le quedará más remedio que renunciar abrumada por el peso de los hechos. No tienen respuesta, por ahora.
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Una vez la entrevisté, a pocos días de asumir su puesto en el gobierno, y, por el contrario, percibí a una mujer que buscaba sembrar para su futuro en un proyecto de pronóstico reservado. La manera más prudente era dar algunas señales de independencia, pegarse al presidente sin exagerar y no hablar más del asunto. Pues eso no sucedió, se pegó y habló demasiado. Tampoco se ha producido la ocasión que la separe de su líder y socio, como pasó a Vizcarra respecto de PPK con el Caso Chinchero. Vizcarra, recuerden, había dejado el MTC y se fue de embajador a Canadá, marcando una distancia hasta geográfica que lo hizo seductor a los vacadores.
Con Dina Boluarte no ha pasado algo similar y, a estas alturas, no sabemos cómo se comportaría si sucede. Su ruptura definitiva con el cerronismo la hace más valiosa para Castillo pues, ahora, según mis fuentes, tiene, entre sus misiones ajenas al Midis, ayudar a ampliar la base de congresistas incondicionales al gobierno dentro de las filas de Perú Libre. Ya sea para sumarlos a la nueva bancada Perú Democrático formada por los disidentes Guillermo Bermejo, Luis Kamiche y Hamlet Echevarría, más el ex acciopopulista Carlos Zevallos y el inclasificable Héctor Valer; o para crear una nueva bancada a expensas del cerronismo. Betssy Chávez, la castillista ministra de Trabajo y también congresista, que se ha sumado a Perú Democrático, también tiene esa misión; pero su capacidad proselitista es escasa. Dina, me cuentan, está afianzando algunos contactos y podría tener más suerte que Betssy.
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Pase lo que pase con la sucesión en el caso de una vacancia, los asesores, amigos y simpatizantes de Dina, la ven como una carta femenina –aunque para nada feminista, pues es muy conservadora- de la izquierda. Verónika Mendoza ha anunciado que dará un paso al costado en la conducción de Nuevo Perú y su correligionaria Anahí Durand, actual ministra de la Mujer, se ha apuntado de candidata a sucederla.
Ambas, Dina y Anahí, están ligadas a la gestión de Castillo. Y, el electorado de la izquierda, es previsible, estará atenta a la aparición de cartas ajenas a esta aventura, que hayan tomado la distancia que Dina se resistió a tomar cuando Castillo la estrujó y la apapachó en Juliaca, recibiendo el gesto de histriónica abnegación que, probablemente, sea el más costoso de su carrera.
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