El Congreso acapara la tirria ciudadana. Su cabeza, Alejandro Soto, recibe un golpe por día. El ‘Bloque Democrático’, que lo eligió, está cabizbajo. La oposición congresal se rearma con lentitud. La fiscal de la nación, Patricia Benavides, está en un serio entredicho con la Junta Nacional de Justicia (JNJ), que la investiga. Ante ese panorama de poderes atribulados, ¿no es una buena hora para que la presidenta blanda la sartén por el mango y recupere iniciativa? Pues parece que no lo es.
En las últimas semanas, Boluarte ha cubierto su agenda habitual con gestos protocolares y declaraciones retóricas, sin brío o puesta en escena que busque exaltarla o viralizarla. No se percibe, en el aparato palaciego, un afán constante por fortalecer el peso simbólico de la presidenta. Como conté en la crónica “Dina busca amigos” (14/8/23), fuentes palaciegas me manifestaron que querían rearmar el aparato de comunicación para dar un giro a la medianía. Antes que echar la culpa a los comunicadores, la presidenta debe mostrar la voluntad de fajarse en el mensaje y en la interacción con la gente.
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Pero ahí vemos a Boluarte, sin arriesgarse a bajar del estrado e interactuar con la gente y con la prensa de una forma que parezca genuina. Es comprensible que no lo haga si ello pone en riesgo su seguridad; pero su equipo debe preparar las condiciones para atenuar los riesgos y producir esos encuentros indispensables. El viernes sí apapachó a su auditorio. Eran adultos mayores en un evento en el que anunció el aumento de las pensiones de la ONP. Claro, ¿qué podrían hacerle estos vulnerables ancianos?
Hay, en la gran mayoría de intervenciones distantes de Dina, eso sí, la apuesta por un tema popular, que es el del combate a los cacos. Dina ha reiterado el pedido de facultades legislativas sobre seguridad al Congreso; y ha subrayado que en el paquete hay un proyecto para expulsar obligatoriamente a los extranjeros que delincan. El combo de xenofobia con promesas efectistas (no amainará el delito a punta de deportaciones por cuentagotas) aún funciona. Populismo de baja intensidad para un presidencialismo de baja intensidad, ante una realidad que lo desborda y un primer ministro que lo apantalla. Esta semana Alberto Otárola dijo algo que no estaba en el libreto y tuvo más rebote que todo lo dicho por Dina en varias semanas. Ahora se los cuento.
Bukele más Milei
Preguntado, en un breve careo con la prensa, si se podría aplicar aspectos del plan de Nayib Bukele en El Salvador contra la inseguridad; Alberto, a punto de abandonar el enjambre de micrófonos, con un pie en polvorosa, de costado, como quien no quiere la cosa, dijo “se podría, se podría” y desapareció. Esa pequeñita intervención, con ‘condicionalidad asertiva’ (pues la repitió), ha desatado una intensa polémica sobre la posibilidad y/o pertinencia de inspirarnos en Bukele: que es tan eficaz que debemos copiarlo ya, que no respeta derechos humanos, que la gente ahora está segura en El Salvador, que es una dictadura.
Un par de días después, Dina descartó que se aplicaría el plan Bukele. Lo dijo con este circunloquio: “Los peruanos tenemos que tejer nuestra propia historia”. Estaba ante un micrófono de TvPerú, el canal estatal, el único al que se expone últimamente; a diferencia de Alberto, que sí encara a todos. Pocos dieron cuenta de las declaraciones presidenciales. En cambio, la frase condicional de Alberto, dicha con muñeca y en interacción abierta con la prensa, marcó la semana. Y ojo que es obvio que del plan Bukele veremos poco o nada por aquí. No por falta de ganas, sino porque el gobierno es muy débil como para avasallar a otros poderes e hipotecar la economía nacional a un objetivo policial. Anotemos de paso, que el ente rector de la lucha contra la seguridad es el ministerio del Interior, y ni Dina ni Alberto, se han cuidado de empoderarlo. Así estamos.
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Hernando Guerra García, congresista fujimorista, buscó sacarle más provecho a la polémica en torno al plan salvadoreño. Dijo que “dos Bukeles más un Milei es un Fujimori”. En verdad, el autoritarismo de Fujimori podría aproximarlo más a Bukele que al anarcoliberalismo del candidato presidencial argentino Javier Milei; pero eso poco importa. ‘Nano’ Guerra García estaba improvisando un lema publicitario. Tampoco importa si el lema era bueno, risible o malo. El ejemplo sirve para apuntar que el gobierno no está aplicando para fortalecer al presidencialismo una lógica de propaganda.
Tándem
Hace un tiempo que busco imágenes de viajes de Dina sin Alberto. Es difícil encontrarlas. Por supuesto, hay viajes y cosas que hacen por separado, pero en las ocasiones en las que ella pudiera bastarse sola y hasta brillar, allí está él. En las conferencias tras los consejos de ministros, si las preside ella, él está a su lado; en los mensajes a la nación, siempre se le poncha cerca; en los traslados a regiones, ahí está él, a su lado o ligeramente atrás, como si en el Ejecutivo se aplicara una extraña doctrina –nunca la había oído- que manda que en un régimen presidencialista impuro como el nuestro, presidente y primer ministro deben siempre andar juntos. Si la presidenta montara bicicleta, escogería un tándem para que Alberto pedalee marcando el rumbo.
Qué lejos están los días del gobierno de Alejandro Toledo y de Alan García II cuando la PCM se trasladó a Miraflores, para que ambas áreas se dejaran respirar a sí mismas (fue Nadine Heredia, para poder vigilar a los primeros ministros desde su oficina de primera dama, la que forzó el retorno de la PCM a Palacio). En lugar de un sano presidencialismo con cuartos separados, tenemos tándem y dormitorio único. La PCM viene acaparando funciones que estaban en manos ajenas, de otros ministerios o entes, como la creación de la ANIN (Autoridad Nacional de Infraestructura) con Otárola a la cabeza, o Legado (que estaba en el MTC y era una isla eficiente); mientas el despacho presidencial mantiene sus proporciones.
En lo que va de su mandato, la vez que Dina se ha percibido más presidenta no ha sido en Palacio de Gobierno ni en Ayacucho, ni en Piura o Loreto, sino en Belem do Para, departiendo con Lula y sus homólogos en la cumbre de países amazónicos. Alberto se quedó en Lima, sino, ¿quién nos gobernaba? La percepción de que Otárola es quien lleva lo voz cantante, con iniciativa y capacidad de reacción, y que no le teme tanto como Dina a los breves careos con la prensa; es firme en la clase política y ya casi se lee en los sondeos. En el último de Ipsos-América, la aprobación de Dina es de 14% frente al 15% de Alberto, aunque por otro lado son más los que no saben/no opinan sobre Alberto (11%) que sobre Dina (7%).
Lo que sí le repele a Alberto más que a Dina, es el baño de masas. Para él, las reuniones con representantes de gremios empresariales y con operadores políticos. Para él, los viajes a eventos como la cumbre minera anual en Toronto. Para él, el gobierno en todos sus detalles, salvo la retórica de plaza. El mensaje de 28 lo concibió el despacho de Dina, pero se lo apropió Alberto para coordinar los aportes sectoriales y salió ese bodoque intragable de 3 horas y pico. A Alberto no parece importarle el brillo ni el brío del presidencialismo, sino la gestión, la obra, el destrabe, el sostenimiento de su aventura accidental en el gobierno hasta el 2026. Para eso, como ya vimos, se ha reservado la jefatura de la ANIN. En sus intervenciones, suele decir ‘en el gobierno de Dina Boluarte’ haremos tal y cual cosa; pero no suena a declaración de un vocero acatando un liderazgo; sino la mención que hace un CEO del nombre de su marca. Es como si dijera: ‘en el gobierno de Dina Boluarte, mando yo’. Singular presidencialismo el que se ha pintado con nitidez esta semana.