El tema de la llamada “concentración” de medios a la que habría dado lugar la asociación del Grupo El Comercio (GEC) con Epensa ha vuelto a protagonizar el debate público esta semana. Esto, luego de que el presidente de la República saliese, en una entrevista televisiva, a calificar como “una vergüenza” la operación, hacer suyas las declaraciones que Mario Vargas Llosa acababa de realizar sosteniendo que la misma le parecía “una amenaza potencial muy grande para la democracia”, y agregar, ante la pregunta de una periodista del canal del Estado, la siguiente elocuente afirmación sobre la legalidad de la asociación: “No es ilegal. Ahorita no es ilegal”.
La historia de la operación entre El Comercio y Epensa
Como para que no quedasen dudas sobre lo que podía haber querido implicar con ese “ahorita”, por otra parte, el presidente volvió a hablar sobre el asunto este jueves y sostuvo que “este tema debe ir al Congreso de la República”, al que denominó “un espacio deliberativo”. Es decir, mientras intentaba aparentar decir que simplemente tenía interés en que nuestros congresistas conversen inocentemente del tema, decía soterradamente que el asunto debería de terminar en una ley (al menos cuando cumple con la única de sus funciones que puede aplicarse a un asunto así, el Congreso no delibera sobre otra cosa que no sean iniciativas o proyectos de ley).
Naturalmente, no deja de ser irónico que la condena del Nobel se haya producido en –y haya sido amplificada por– el diario emblema del mismo grupo que ha puesto en evidencia que “la concentración” es algo que le produce horror siempre y cuando no sea él mismo el “concentrador”. Después de todo, como se recordará, el Grupo La República (GLR) intentó “concentrar” buena parte del mercado de prensa escrita en sus manos cuando ensayó una adquisición hostil de Epensa. Una compra, esto es, con la que hubiera adquirido el 68% de la circulación de diarios a nivel de provincias y en la que, a diferencia de lo hecho por el GEC, no se contemplaba dejar la línea editorial de los 4 medios de Epensa en manos de una empresa enteramente controlada por la familia Agois (con lo que luego de la adquisición hubiéramos tenido en el mercado de prensa escrita solo dos grandes grupos editoriales en lugar de los tres que hay hoy).
Pero, claro, es cierto que la falta de coherencia que pueda mostrar alguien al sostener un argumento no invalida de por sí ese argumento. De esta forma, por ejemplo, podría ser el caso que el GLR tuviese razón cuando critica como una amenaza contra la libertad de expresión a la asociación antes descrita, a pesar de que se trate de algo que antes él mismo intentó hacer.
Considerando esto último, y que se han sumado a la campaña del GLR tanto nuestro presidente como quien –discrepancias aparte– suele ser uno de los intelectuales peruanos más lúcidos, consideramos que vale la pena explicar una vez más las razones por las cuales las cosas no son como están siendo pintadas. Aunque sea solo para que, a punta de oír únicamente –y por todos lados– las falacias que se vienen propugnando, estas no acaben confundiendo a personas dispuestas a mirar este tema con objetividad.
Iremos al grano. No existe cuota de mercado alguna que un medio escrito pueda tener durante cualquier plazo significativo que no provenga de los ciudadanos que lo escogen y consumen. Las cuotas que un grupo pueda “adquirir” comprando otros diarios no son fijas, como se nos quiere hacer creer, ni garantizan nada: la ciudadanía puede volverlas en cero el día –cualquiera– que deje de consumir los diarios del grupo en cuestión y empiece a preferir otros. Los consumidores, pues, son los que tienen la última y definitiva palabra a la hora de “concentrar” o “desconcentrar” cuotas de un mercado y la ejercen, de hecho, de manera muy activa y contundente.
Sin ir más lejos, hace solo 11 años el GLR “concentraba” en sus manos el 29% de nuestro mercado de prensa escrita, mientras que el GEC tenía solo el 10%. Luego el GEC desarrolló productos innovadores –como “Trome”, “Perú 21” o “Depor”– que se volvieron los respectivos líderes de sus segmentos –logrando una marca mundial en el caso de “Trome”– simple y sencillamente porque gustaron al consumidor. Fue de esta manera, por obra y gracia de este consumidor, que el GEC obtuvo el 50% del mercado, y fue así también que el GLR cayó del 29% que tenía al 16%. Nada impedía al GLR lograr ese 50% si hubiese desarrollado los productos que desarrolló el GEC, y nada le impide hoy ser creativo y aumentar su participación: nosotros no tenemos amarrados a nuestros lectores. Pero creativo para atraer a más lectores con sus diarios, no para pedirle al Estado que ponga un límite a las proporciones en que estos puedan escoger los periódicos de su competencia.
Lo que es más, en los mercados como el de la prensa escrita los diarios no solo estamos permanentemente sujetos a perder a nuestros lectores frente a algún competidor ya existente, sino también frente a cualquiera que surja tras ver una oportunidad en algún grupo de ciudadanos al que dejemos de dar voz o satisfacer. No en vano los diarios operamos en un mercado en el que –a diferencia de lo que sucede en el de la radio o la televisión, donde hay un número limitado de frecuencias en el espectro radioeléctrico– la puerta está siempre abierta a la llegada de un competidor. Y así, por ejemplo, tenemos que por estos días está entrando al mercado nacional un nuevo diario competidor.
Implicar, por lo demás, que los ciudadanos son seres becerriles que no saben filtrar los mensajes que les llegan y que, por tanto, cuando escogen un determinado diario se vuelven en adelante sus prisioneros de conciencia, parecería una posición poco coherente en un liberal. Ciertamente, es poco coherente para cualquiera que, como un presidente, deba su posición a una elección popular. Y es que a esa misma elección popular debe la llegada que pueda tener cualquier diario o grupo de diarios (con la diferencia, claro, de que el voto al que estamos sometidos nosotros ocurre todos los días, en los quioscos).
La verdad es que los medios no podemos vencer –en ninguna causa– sin antes convencer, y existe abundante evidencia empírica de ello. ¿O no perdió MVLl las elecciones en 1990 pese a tener una cuasi unanimidad de todos los medios (escritos y de televisión) a favor de su candidatura? ¿Y no ganó Ollanta Humala en el 2011 pese a tener una similar mayoría de medios opinando en contra?
Lo hemos dicho ya y lo repetimos ahora: la libertad de un medio de llegar a tal o cual cuota del mercado no es más que la otra cara del derecho de sus consumidores a elegirlo y no se puede limitar aquella sin restringir al mismo tiempo a este. No es, pues, verdad que lo que se busca con esta campaña es recortar “el poder de los diarios del GEC”; lo que se busca es recortar su poder, señor lector, de seguir eligiéndonos.
No es por gusto que el argumento de la concentración, formulado de maneras distintas, suele estar en boca de aquellos gobernantes –incluyendo a algunos de nuestro pasado, como Juan Velasco Alvarado– que buscan refrenar la libertad de expresión de los medios que los critican y la libertad de conciencia de los lectores que deciden seguirlos. El presidente Humala debiera tomar en cuenta esto antes de traer a la memoria de los peruanos, con declaraciones destempladas, ejemplos de triste recuerdo.
“Ahí les dejo la pregunta”, dijo el presidente en sus declaraciones de este jueves. “¿Quién amenaza realmente la libertad de expresión? ¿Aquel grupo empresarial que compra los medios de comunicación o el presidente de la República?”.
Ya que nadie se animó entonces, aquí le dejamos la respuesta, señor presidente: usted. Usted amenaza la libertad de expresión, igual que cualquiera que proponga limitar por ley lo que es parte del derecho a elegir de todos y cada uno de los ciudadanos.