El salto de Pedro Castillo es digno de figurar en un ránking universal. Ha llegado a la presidencia directamente desde el puesto de maestro de primaria de la escuela 10465 en el caserío de San Luis de Puña, distrito de Tacabamba, provincia de Chota, Cajamarca. Salió de su casa “el 7 de enero, un poco mal, con gripe” –dice su esposa Lilia Paredes, más preocupada que orgullosa, en el documental “El profesor”- y volvió a su hogar en el vecino centro poblado de Chugur, distrito de Anguia, con un enjambre de cámaras a esperar su triunfo en la primera vuelta el 11 de abril.
Para dibujar su perfil, comparémoslo con otros peruanos campeones de salto. Alejandro Toledo tuvo un impresionante recorrido, empezando en un pequeño centro poblado, Ferrer, cerca a Cabana, capital de la provincia de Pallasca, Áncash. Pero, en su caso y en el de la mayoría de presidentes de origen indígena y humilde en América Latina –como Benito Juárez en México- su arribo a la presidencia se dio cuando ya estaban asentados en el establishment y vivían en la metrópoli. Ni que decir de otro chotano célebre, César Acuña, que nació en el caserío de Ayaque, en el mismo distrito en el que nació Pedro en 1969, y cuyo recorrido es más pausado: es hijo de un comerciante relativamente próspero que se asentó en el pueblo de Tacabamba, la capital del distrito. Y, como bien saben, hizo gran fortuna material antes de aspirar a la presidencia.
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No hay, pues, antecedentes locales con quien compararlo y, de la región, está el imponderable antecedente de Evo Morales con quien ya, por cierto, Castillo ha interactuado proclamando su admiración y midiendo sus aspiraciones (Descarten a Lula, que fue obrero y sindicalista metalúrgico; pero tuvo un largo recorrido partidario y varias candidaturas a cuestas, antes de llegar a la cima). Evo sí nació en un contexto rural y socioeconómico equivalente al de Castillo. Pero su camino al poder es más largo y consistente: se hizo dirigente sindical ocupando cargos a escala nacional (no en la aventura de una sola huelga), en 1997 fue diputado y en el 2002 postuló a la presidencia sin éxito, quedando segundo. Cuando ganó en el 2005 ya era un insider.
Nuestro presidente electo todavía tiene ‘olor y sabor’ a outsider, parafraseando los dos sentidos que promete insuflar a su prometida nueva constitución. Su carta de presentación, para el partido que le sirvió de plataforma y para los peruanos más informados, fue el liderazgo de una huelga nacional del magisterio en septiembre del 2017. Ese fue su primer gran salto y sirve para explicar este último, el más espectacular, que pareciera que aún no acaba, que aún sus pies no tocan tierra.
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Que pase el chotano
¿Cómo fue ese primer salto? Un analista del sindicalismo magisterial, que prefiere mantenerse en reserva, nos describió la confluencia de dos hechos extraordinarios: por un lado, Castillo había llegado a una asamblea nacional del magisterio en el 2017 como delegado de Chota. Tomen nota; no era delegado de la región Cajamarca, sino de una de sus provincias. En esa misma asamblea se produjo una suerte de empate entre dos facciones del Conare (Comité Nacional de Reorientación) que querían quebrar la hegemonía que el partido Patria Roja aún mantiene sobre el SUTEP, el gran sindicato de maestros.
A falta de acuerdo sobre un cuadro propio que lidere el conflicto y para evitar que el elegido fuese sindicado de vinculaciones directas con Movadef (fachada legal de simpatizantes de Sendero Luminoso, ligada al Conare); eligieron al delegado chotano y le dieron una oportunidad dorada para cualquier político en formación: liderar una huelga que le permitiría negociar con los principales actores políticos nacionales. El sindicalista no era bien recibido por el Minedu y su ministra Marilú Martens, que preferían mantener buenas migas con el Sutep oficial; pero lo fue por los partidos de oposición en el Congreso, incluyendo Fuerza Popular y el APRA. Y en medio de la turbulencia nacional, junto a otros maestros, fue recibido por el presidente Kuczynski.
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Esa huelga provocó la interpelación de la ministra Martens y, de esa forma, tuvo en vilo a la gobernabilidad que ahora será su principal preocupación ante los conflictos embalsados por la coyuntura electoral (pero esa será una historia futura). Pasada la interpelación, la ministra enfrentó una moción de censura y el primer ministro Fernando Zavala fue al Congreso a pedir una cuestión de confianza. No se la otorgaron y ello implicó la caída de todo el gabinete en setiembre del 2017. Castillo fue un actor detonante en ese episodio en el que por primera vez en manos de un primer ministro, se usó la cuestión de confianza como un peligroso comodín.
La confrontación, como bien recuerdan, pasó a mayores cuando el sucesor Martín Vizcarra lanzó la segunda cuestión de confianza, ya no de comodín, sino de letal bala de plata, hasta disolver el Congreso. Y el parlamento complementario escaló aún más el enfrentamiento de poderes hasta vacar a Vizcarra en plena pandemia. El rechazo a los políticos y partidos que se disputaron el poder ignorando las penurias nacionales, llegó al techo. Esa fue la condición, telón de fondo, o trampolín si lo quieren ver así, del gran salto. De alguna forma, hoy Castillo hace la extraordinaria cosecha de la siembra de inestabilidad y radicalidad del conflicto del 2017.
No es el primer sindicalista del magisterio que postula a la presidencia. Se le adelantó Horacio Zeballos, dirigente del Sutep, que postuló con el frente UNIR (Patria Roja y Partido Comunista Revolucionario) en 1980. Zevallos, que tuvo poca suerte esa única vez, sí hizo su ascenso sindical con más orden: se asoció a PR, que era el partido hegemónico en el gremio y con el que había liderado la gran huelga nacional de 1979. No dio brincos tan altos y abruptos.
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El inorgánico
Hasta ahí lo extraordinario. Ahora, veamos al hombre ordinario de 52 años, sindicalista, profesor de primaria, padre de tres hijos (la mayor es, en realidad, la hermana menor de su esposa que el matrimonio decidió adoptar pues quedó huérfana siendo muy pequeña), tercero de 9 hermanos. Sobre la fe, un apartado: Su esposa es evangélica de la Iglesia del Nazareno, cuyo templo está a pocos metros de su casa, y es amigo del pastor local. Pero ha mantenido su catolicismo, que es la religión de sus padres, y aprendido a convivir con las dos religiones en casa. Se suman razones para que su conservadurismo pro vida y pro familia, sean los dos mayores puentes que tiene tendidos hacia la extrema derecha.
Hasta hoy, la mayor fuente de información biográfica sobre Pedro Castillo es el documental “El profesor” de Álvaro Lasso. Conversamos con Lasso y nos dio aún más detalles que los que registró en los testimonios de sus amigos y parientes: trabajó con niños especiales, en algún momento de su formación como profesor; fue heladero, canillita y dependiente de la tienda de un chotano en Lima; perdió dos años de colegio por verse obligado a trabajar con su padre en cultivos de arroz y otras faenas en la zona de Bagua. Le costó más tiempo y esfuerzo que a muchos de sus compañeros, terminar el colegio y estudiar en Cutervo para ser profesor.
Este peruano esforzado tenía algunas vagas ideas y preocupaciones que devinieron lema: “No más pobres en un país rico”, que combina esta suerte de panteísmo patriótico (Dios nos ha bendecido con recursos naturales), con temperamento revolucionario (necesitamos un cambio para que su reparto sea justo); o sea, Antonio Raimondi con un ligero toque de Marx, o de José Carlos Mariátegui, si prefieren un referente nacional. Y nótese que ese panteísmo derivado del ‘mendigo sentado sobre oro’ de Raimondi, no ha derivado a su vez en un discurso ambientalista, similar al de sus aliados de Juntos Por el Perú. Castillo no ha militado, pues, en ningún partido de izquierda sino en el ecléctico y pasajero Perú Posible y tentó ser alcalde del distrito de Anguia. Para ese modesto cargo no tuvo suerte; para su primera candidatura a la presidencia de la república, sí. Otro jalón extraordinario en su biografía.
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Pero estábamos hablando de lo ordinario. Volvamos a ello. Castillo se rodea de parientes, de paisanos y de gente de su oficio. Sobrinos, chotanos y maestros pululan en sus varios entornos. Los vínculos de sangre y tierra, definen la pertenencia a cada entorno antes que la ideología. No es, pues, hombre de partido y de credo; sino un inorgánico, como dicen en la izquierda. Y huye de las etiquetas de comunista y marxista leninista como si fueran anatemas para ese combo de fe, nacionalismo y reivindicación étnica anti discriminatoria (lo más claro de su primer balconazo pos proclamación).
Hasta ahora solo se le ha preguntado y se le ha escuchado lo que tenía que decir sobre la coyuntura y las definiciones políticas que le reclaman las circunstancias. Muy poco sabemos sobre los referentes culturales del electo y proclamado. ¿Qué ha leído, visto, consumido, que haya marcado su peruanidad? La única aproximación que conocemos de su contacto con el acervo literario, nos la contó Gonzalo Alegría, técnico en uno de sus entornos e hijo del escritor Ciro Alegría: “Me dijo que había leído ‘Los perros hambrientos’. No sé si leyó ‘El mundo es ancho y ajeno’, pero se emocionó cuando le dije que yo lo veía como Benito Castro, el hijo adoptivo de Rosendo Maqui [el héroe de la novela, que muere sin culminar la lucha de su comunidad contra el hacendado Álvaro Amenábar], que usaba un sombrero como él y al que el hacendado le dice ‘el mundo es ancho’ y él le replica que ‘el mundo es ancho y ajeno’. Pero el final es trágico, y no quiero que ese sea el de Pedro”, concluye Alegría. En efecto, corre sangre y la comunidad pierde en la novela de Ciro Alegría; aunque queda el aprendizaje de la identidad y la diversidad, pues ese Benito Castro que el hijo del escritor quiere comparar con Castillo, es un estadio superior al de Rosendo Maqui, pues es un mestizo cultural y letrado que medita su progresismo.
Estamos ante un presidente y un perfil en construcción. Nos falta mucho por conocer del proclamado y a este le falta muchas decisiones por tomar, antes y después de su asunción. Aún no sabemos quién será el primer ministro con el que ya debería estar armando el gabinete. Es probable que este se sume a una lista en buena parte decidida sin su concurso. Tampoco sabemos cuánto pesará la única alianza más o menos formal que Pedro Castillo ha establecido, aquella con Verónika Mendoza y Juntos Por el Perú; ante el peso de otras, menos formales, menos ‘orgánicas’, que se le plantean entre la izquierda y el centro.
Menos sabemos –pues hay demasiada bulla y pocas nueces- del peso definitivo que tendrá Perú Libre, el partido que facilitó el gran salto, y que no ha hecho más que reclamar radicalismo a su canditato triunfador, en un contexto donde la mitad del electorado, del Congreso, la crisis, las prioridades, la responsabilidad y el sentido práctico; reclaman tender puentes y concertar.
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