Estaba en Pucallpa cuando me comuniqué con Aldo Mariátegui. En “Perú 21”, Aldo recordaba que los impulsos a la agroexportación, los textiles y el turismo surgieron de un estudio que en los 90 encargó la ministra Canale. Dato que demuestra cómo –cuando se produjeron las mayores reformas de mercado– el Estado impulsó sectores que consideró prioritarios.
No tenemos problema en reconocer estas medidas como otras que estuvieron bien en los 90. Al César lo que es del César, como dice Aldo, para bien y para mal.
La conversación derivó en el Plan de Desarrollo Regional e Industrial que elaboró en 1960 la Universidad de Michigan y que fue impulsado por Beltrán (el cual nos proponemos leer), así como en cuánto Estado le falta al país. Cuando llegamos a este punto, estaba yo en una carpintería dentro de la Universidad Nacional de Ucayali, desde donde, junto con una pequeña empresa, se está intentando innovar en una herramienta tecnológica para el desarrollo de la industria maderera.
Con apenas dos viajes recientes por el país, y fuera de la zona de confort de un viaje de turismo, le decía a Aldo que lo que le falta al Perú, y no poco sino mucho, es Estado. Me respondió que lo que había que hacer era volverlo eficiente, una idea matriz que ha acompañado el modelo desde los 90 y donde radica, a nuestro entender, la principal trampa detrás de cualquier problema que observemos: la dicotomía que se ha creado entre estos dos conceptos.
Claro que necesitamos un Estado más eficiente. Cómo estar en desacuerdo con ello. Pero el problema también está en que el Perú tiene el menor nivel de presupuesto público como porcentaje del PBI (23%) si se lo compara con los países de la Alianza del Pacífico (26% aproximado). Ni qué decir si incluimos a Uruguay (33%) o a naciones del Primer Mundo como Canadá (40%) o Alemania (44%). Habría que comenzar a preguntarse si parte de la ineficiencia pública no está relacionada más bien con su pequeñez.
Desde una perspectiva privada, una empresa con 20% menos del presupuesto que necesita, ¿puede ser eficiente? Desde una mirada pública, qué pasaría si incorporamos nuestras complejidades (y oportunidades) geográficas y culturales. En Pucallpa, lo único moderno son los dos centros comerciales de la ciudad, y muy rápido queda clara la importancia que juega la tala ilegal en la dinámica económica, así como la imposibilidad de que un Estado como el peruano pueda hacerle frente realmente.
Si algo mantiene sostenido a este país es el precio de los minerales, que a pesar de la caída que han experimentado se mantienen históricamente altos. Es probable que tengamos hasta una década más así. Lo que tenemos que hacer ahora, con el mismo espíritu pragmático con el que se iniciaron las reformas económicas en los 90, es hacer crecer el Estado. Los grupos de poder tienen que entender que es algo que los beneficiará a ellos y al país. Ahora bien, ¿cómo lo hacemos, con qué recursos y con qué visión de desarrollo? Esa es la discusión que ya deberíamos estar teniendo.
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— Política El Comercio (@Politica_ECpe) junio 23, 2015