Max Hernández, gran intelectual, está rodeado de libros, de prosa dura y técnica, de psicoanálisis y también de poesía. La última vez que lo entrevistamos acabamos recitando un poema de su hermano Luis, el gran poeta de culto. Esta vez hablamos a distancia, pero para no perder la costumbre, nos compartió un poema de Cavafis sobre los justos y rectos que no odian a los demás.
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—El presidente Martín Vizcarra dijo que iba a pedir al Acuerdo Nacional (AN) su asistencia técnica para lo que llama Pacto Perú. ¿Ya lo hizo?
Tuve una llamada del presidente en la que me mencionó esto. Le dije que en lo personal estaba absolutamente dispuesto a colaborar. Ahora, como secretario ejecutivo del AN y de cuyo foro es presidente el presidente [Vizcarra], subrayé mi obligación con el AN. El jueves tuvimos un comité coordinador ampliado, falta otra reunión el lunes, pero puedo adelantar que hay un beneplácito de que el presidente haya pensado en el AN. La idea que estaba alcanzando consenso es que el presidente convoque al AN para informar con más precisión del Pacto Perú. También se mencionó si era posible que el AN facilite una mejor interlocución entre el Ejecutivo y el Legislativo, pero ahí hubo menos consenso, por respeto a la autonomía de esos dos poderes.
—Podría ser que algunos partidos le digan al presidente olvídese del Pacto Perú y hablemos en el AN.
En la reunión que tuvimos han estado representantes de todas las fuerzas, excepto el Ejecutivo, porque discutimos una propuesta de este. Claro, las fuerzas no tienen una sola voz, la que está en el AN no es la única; pero la idea que se ha conversado es que el AN sí podría procesar esto. Hubo durante el gobierno de García la propuesta de un pacto social que daba la impresión de ser una institución paralela al AN y se pensó que el AN podía hacer suyos los acuerdos.
—Quiero preguntar al intelectual y experto en salud mental. ¿Por qué esta confrontación política en un momento tan crítico? ¿Es un desfogue, una evasión, una contradicción?
Tendríamos que entender la relación entre el clima de opinión compartida y un estado de ánimo colectivo. Empecemos por preguntarnos cómo hemos llegado a una circunstancia en la que es una palabra de uso cotidiano ‘guerra’. No sé por qué llamarle guerra a la lucha contra la pandemia. ¿Por qué usamos con tanta facilidad palabras como fanatismo, extorsión, chantaje? Esto proviene de una suerte de opinión pública compartida que asumió una actitud punitiva y han calado hondo en nuestra manera de pensar. Entonces, resulta que determinado partido es una organización criminal; un ex mandatario, su secretaria y su socio también. No estoy juzgando, sino que me pregunto qué hizo que esas palabras estructuren nuestra manera de ver las cosas. Con un clima así, de pronto se decía que tener presidentes presos era un símbolo de orgullo porque actuábamos correctamente, pero a mi parecía que era mejor decir ‘qué triste lo que nos está pasando’. Permíteme seguirme explayando.
—Por supuesto.
La pandemia nos hace empezar a fijarnos en realidades infinitamente más profundas que las de esos políticos [que se confrontan]. Entonces, en este clima donde todo se va a tomar como una suerte de intento de incidir políticamente, trato de ver cómo se ha ido configurando esto que todavía no entiendo bien: la relación entre el clima de opinión y un estado de ánimo que en un momento pasó del orgullo a la terrible depresión, desencanto, tristeza. Es una terrible realidad que nos amenaza a todos aunque hay que decir que de distinta manera. Si el rostro es el espejo del alma, ¿cómo hacemos al no ver la cara de las personas? No sé si me miras con una sonrisa o una mueca. Todo eso nos está afectando y nos vuelve irritables. Y cuando uno está irritable hace dos cosas: sueña con un mesías y busca inmediatamente un chivo expiatorio. O sea, este clima nos hace ir de la esperanza mesiánica que dura poco, al chivo expiatorio.
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—Comportamientos políticos que antes se veían naturales de pronto se empezado a ver como si fueran turbios. El presidente dice ´no voy a pactar de espaldas al pueblo’ como si no se pudiera conversar y comunicar lo acordado.
Eso tiene un clima previo en el que lo privado es visto como secreto, clandestino y absolutamente inmoral. Entonces todo aquello que se produzca en una conversación buscando entendimiento, diciendo y retirando cosas, si es en privado, pensamos que es una trampa, un contubernio. La desconfianza en cualquier cosa que sea privada es atroz. Uno va a decir que fue extorsionado, la otra va a decir que se quiso abusar, el otro que se lo quiso seducir, que no se le quiso escuchar. Hemos perdido la confianza entre nosotros. El gran Emil Cioran decía: “No hay mejor manera de dar respetabilidad a cualquier tontería que uno pueda decir, que rodeándola de un halo de indignación”.
—La pose del indignado es la hipocresía. Entonces, hay que recuperar la memoria de pactos y acuerdos.
Acá en el Perú ha habido intentos de gabinetes conversados, algunos sin éxito como el de Oswaldo Hercelles al final del primer gobierno de Belaunde; luego uno relativamente exitoso como Carlos Ferrero como primer ministro. Un gabinete que pueda ser aceptado por otros poderes, manteniendo firmes ciertas cosas, como por ejemplo la educación de calidad. No digo que los gabinetes conversados sacrifiquen principios, pero se puede conversar para mejorar la relación entre poderes.
—Para seguir con el ejemplo de la educación, la reforma universitaria sigue en pie a pesar de interpelaciones y censuras pasadas.
Exacto, y hay que defenderla. Y tenemos que pensar en condiciones que garanticen unas elecciones limpias y transparentes, y que el ciudadano sepa que las listas son democráticamente aceptadas por el partido, en la cuales el dinero no cuente para obtener puestos preferenciales. Que el voto preferencial no signifique un ‘yo puedo más porque puedo pagar’. Hay intereses de todo tipo, por eso cito a Weber, cuando decía que si uno cree que los políticos son santos, esa persona no hace política, está viviendo la maravillosa excitación del pensamiento, que resulta siendo estéril en la política. No todos los políticos son atroces y movidos por la vanidad; son también gente comprometida, dedicada.
—Si bien tenemos autoridades que hay traicionado lo esencial como Toledo, el peruano es durísimo cuando juzga a sus autoridades y desconfía generalizadamente.
Me temo que sí. Basadre decía que si bien hay una serie de vicios, no digamos que nuestro país es un Sodoma y Gomorra poblado por liliputienses. Esa autoflagelación, que San Martín era un miserable agente de los ingleses y Bolívar un zambito ambicioso, que a Alfonso Ugarte se le desbocó el caballo y Bolognesi estaba muy viejo, no pues.
—Esa costumbre lleva a la propia clase política a balotearse entre ellos. En 1980 el Congreso no quiso ratificar a Pérez de Cuéllar como embajador en Brasil y unos meses después fue elegido secretario general de la ONU.
Es un ejemplo maravilloso de la justicia poética. La tacha que pretendía ser perpetua terminó siendo antecedente de unos de los mayores logros que haya tenido un peruano. Vuelvo al AN, algunos dicen que es algo iluso, pero surgió del respeto a las instituciones. Las instituciones tienen un perfil antropomórfico. Si no respetamos al presidente de la República o del Congreso, eso es grave, no estamos respetando a quien elegimos.
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—El AN está abierto, entonces, a las necesidades dialogantes de los políticos. ¿Qué podría hacer de excepcional si estos quieren dejar plasmada una declaración de principios?
El AN tuvo un paquete de productos importantes que han sido políticas de estado. El acuerdo fue aprendiendo que a veces el adversario tiene mejores propuestas que uno, que a veces nos aferramos a asuntos que tienen un valor capital para mi, pero el otro me hace ver que no tenía tanto valor. Es un proceso de aprendizaje para todos. En el AN hemos aprendido que no se necesita defender los puntos de vista como si fueran la verdad absoluta. En el acuerdo todos son responsables, porque actúan con responsabilidad y asumen la responsabilidad de lo acordado. Dicen que no es vinculante. En términos legales no lo es, pero sí en términos humanos. Necesitamos construir confianza y creer que se están haciendo cosas desde la convicción de que eran importantes, como la cuarentena. Era importante hacerla y ha tenido sus efectos. El problema fundamental de la vida humana es que tenemos que elegir entre valores. No es el problema moralista de esto es bueno este es malo, pues la mayor parte de la gente sabe que es bueno y que es malo. El problema es decidir si la cuarentena es más importante que la reactivación, eso pasa acá y en Francia, Canadá o China, en todas partes. Son dos valores antagónicos en apariencia, que tenemos que aprender a conjugar. No es que el que defiende un valor es buena gente y el que defiende otro es un canalla.
—Antes de la entrevista me pediste leer un poema de Cavafis,” Termópilas”, del que te pido comentar los versos ‘honor a aquellos que siempre dicen la verdad, aunque sin odio para los que mienten’.
Ah, Cavafis. Y Kant decía que del fuste torcido de la humanidad no se pueden hacer tablones derechos. Aprendamos a tolerarnos los unos a los otros. La búsqueda de la perfección es maravillosa cuando la quieres para ti pero cuando quieres imponérsela a los demás tiene un tufillo medio fachista. El 6 de agosto terminó la segunda guerra mundial, mi padre era profundamente antinazi, y vivíamos en la calle 6 de agosto, había caído Berlín y me entusiasmé con la democracia y es algo a lo que no puedo renunciar.
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