El sonido de las campanas de los templos y los silbatos de la policía en señal de alarma irrumpieron la tarde de domingo. Era el 3 de julio de 1921 y la sede de Palacio de Gobierno había comenzado a arder en llamas.
La columna de humo que se elevaba de la Casa de Pizarro y que se podía observar a la distancia daba cuenta de la magnitud del siniestro, que amenazaba con acabar con todo el recinto en vísperas de conmemorarse el centenario de la independencia del Perú.
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“Es el tercer incendio que en casi cuatro siglos estalla en el histórico solar”, documentó Eduardo Martín-Pastor en “De la vieja Casa de Pizarro al nuevo Palacio de Gobierno” (1938). Sin embargo, “voraz como ninguno”, hace desaparecer el despacho del jefe del Estado y otros ambientes como el Salón Dorado, así como retratos y otras piezas de incalculable valor histórico y artístico.
A las 3:30 p.m. se dio la señal de alarma. Miles se encaminaron por las arterias que desembocaban a la Plaza de Armas para ver con detalle lo sucedido, entre rumores confusos sobre el origen; mientras que a su vez la policía buscaba despejar la zona para permitir la llegada del cuerpo de bomberos.
El presidente Augusto B. Leguía, que había salido de su despacho y se encontraba en el hipódromo de Santa Beatriz, se retiró de allí ni bien recibió la noticia.
Las siete bombas contra incendios que tenía la capital fueron movilizadas en los distintos frentes y evitaron así la destrucción total del palacio, en un trabajo loable que duró cerca de dos horas continuas, con fuertes derrumbes y con ventanas, partes del techo y trozos de madera cayendo. El material del recinto permitió que el fuego se expandiera vorazmente, generando graves daños y pérdidas.
El Comercio llegó al lugar y describió cómo “el firmamento se presentaba enrojecido en una gran extensión debido al vivo reflejo de las llamas, que se elevaban a regular altura sobre el Palacio de Gobierno”. Y las ventanas “vomitaban fuego por todas partes”.
Este Diario logró ingresar por la puerta de honor a la Casa de Pizarro. Del recorrido se menciona que el vestíbulo estaba completamente inundado y en la parte alta, en dirección a las oficinas presidenciales, el fuego ya “había hecho su acción destructora”.
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Al llegar al Salón Dorado, donde se llevaban a cabo las grandes recepciones diplomáticas, se evidenció que todo estaba consumido por el fuego; los grandes cortinajes, los artísticos muebles y hasta “las hermosas consolas talladas de cedro”. “El sillón presidencial, que se guardaba en ese salón y que era un valioso recuerdo histórico, también ha desaparecido bajo la acción del incendio”, se detalló en una crónica.
Hasta minutos después de la medianoche se continuó arrojando agua a los escombros para evitar que el fuego se propagara a los espacios que se pudieron salvar. Y, aunque el fuego revivió durante la madrugada, rápidamente también fue extinguido.
La destrucción fue desoladora. Ya el lunes se inició la labor de remoción de escombros y reconstrucción con más de 200 personas. Mediante resolución suprema, se organizó una junta para que ejecuten “las obras provisionales necesarias para la celebración de las fiestas del centenario”.
Aunque el proceso de reconstrucción final tomó varios años, crisis y gobiernos. La fachada del palacio, tal y como la conocemos actualmente, fue inaugurada recién en 1938.