Al oír a los dos comandantes generales retirados por pica palaciega, José Vizcarra, del Ejército, y Jorge Chaparro, de la Fuerza Aérea; uno se sorprende de la mezcla de autoritarismo e ingenuidad que corroe la gestión de Pedro Castillo y atribula a Mirtha Vásquez. Estamos ante otro incendio que ha empezado en el ala oeste de Palacio (la presidencia) y que el ala este (PCM) no tiene los recursos para apagar.
El secretario general de Castillo, Bruno Pacheco, el ministro de Defensa, Walter Ayala y el propio presidente; según relato televisado ante la Comisión de Defensa, y con pruebas en chats de WhatsApp que se mantienen en reserva; bregaron con insistencia digna de gran causa para forzar el ascenso de oficiales muy debajo en el escalafón. Uno de ellos, por ejemplo, es el coronel Ciro Bocanegra Loayza, hijo de un chotano allegado a Castillo.
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Mis fuentes niegan que alguno de estos oficiales oscuros fuesen pieza clave en algún plan presidencial. Se inclinan a pensar, que se trataba, simple y burdamente, de favorecer a paisanos y, a lo sumo, contar con generales amigos en una oficialía que desde Palacio se percibe ajena y hasta hostil. Por eso, tras el fracaso de la presión, la pica –prima de la torpeza pues deja un rastro imborrable- se desató contra Vizcarra y Chaparro. Si en actividad los jefes militares enmudecen por mandato; una vez en retiro, no hay quien los calle.
Para la premier, la salida de Ayala aliviaría la crisis, pero Castillo -según mis fuentes- rehuyó hablar con ella hasta el viernes. “Así es el presidente”, me dice, resignado, un sobreviviente de los 100 días. Molesta, ella no quiso acompañarlo a su acto por esos 100 días en Ayacucho y, displicente, él no respondió sus mensajes. Bellido se había acostumbrado a esa relación precaria; a Vásquez, como a cualquier funcionaria aplicada, le exaspera.
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La paciencia se agota
La primera ministra lleva con Pedro Castillo apenas un tercio de sus 100 días, pero ya ha pasado por una seria crisis de confianza presidencial. Según fuentes que la conocen bien, no hubo carta de renuncia esa vez –tampoco la hay ahora– pero le hizo saber a Castillo que estaba dispuesta a irse sino se iba primero Luis Barranzuela del Ministerio del Interior. Se fue el susodicho y el reemplazo, Avelino Guillén, es el único ministro en cuya selección presidente y premier han participado juntos. Vásquez ni siquiera había elegido a Gisela Ortiz para Cultura. Fue una feliz coincidencia encontrar en el consejo de ministros a quien había sido una de sus asesoras en el Congreso. El resto del paquete de ministros y problemas, los heredó íntegros.
Junto a esa herencia, la salida de Bellido abrió a Mirtha Vásquez nuevos frentes con el cerronismo y con los ministros amigos del cerronismo. Guillermo Bermejo, que había aplaudido el inicio de su gestión, se hizo el ofendido por la salida a Barranzuela y votó en contra de la investidura. Aún se discute si su voto jaló a otros de la bancada, pues en Perú Libre (PL), como me lo ha dicho más de un congresista, lo asumen en una órbita ajena a ellos. Al Ejecutivo le es fundamental afinar sus enlaces parlamentarios y ahora han perdido una bisagra pero han ganado en claridad: Bermejo importa menos que lo que pueden importar otros enlaces, por ejemplo, Braulio Grajeda, ex viceministro de Gobernanza, que no es congresista, pero puede ayudar a llevar la fiesta con PL en relativa paz.
La renuencia de Ayala a renunciar –tras haber mostrado disposición a hacerlo en un tweet del día lunes cuando estalló el escándalo- sigue siendo el principal revés y motivo de tensión dentro de Palacio. El mismo lunes hubo un consejo de ministros mañanero, donde no se tocó el tema (acababa de surgir), pero a la hora del almuerzo, en el comedor de Palacio, la premier y otros ministros lo abordaron informalmente. El canciller Óscar Maúrtua, avivó la preocupación, pues se había ausentado del Consejo para comparecer en una sesión reservada de la Comisión de Inteligencia y allí le preguntaron –según una fuente congresal- por el lío militar.
Vásquez y otros ministros conversaron con el presidente y, delante de Ayala, lo convencieron de que debía renunciar. Ello habría motivado el tweet de este y declaraciones de la premier en tono conciliador con la oposición. Hasta que el martes, ¡zas¡, se produjo la contramarcha. Ayala se reunió con el presidente y al encarar a la prensa, dijo que no pensaba renunciar. Mis fuentes no saben de qué hablaron ambos, pero coincido con la observación de una de ellas: la presentación de los comandantes Vizcarra y Chaparro en la Comisión de Defensa, ampliamente difundida en los medios; puede haber provocado una reacción radical en el presidente y avalar a Ayala a seguir el rumbo de colisión hacia su interpelación del próximo martes.
Ayala es un sobreviviente de los 100 días y resistió los intentos de Bellido por sacarlo junto al ex canciller Héctor Béjar, o en lugar de este. Esa primera defenenestración ministerial dolió a toda la izquierda, más a la de Nuevo Perú que a la de PL que, de alguna manera, echaron la culpa a Ayala, que ofreció la cabeza de su colega entrelíneas y no supo evitar un pronunciamiento militar contra aquel, por haber declarado en el pasado endilgando a la marina un rol en los inicios del terrorismo. He aquí un problema típico para Mirtha Vásquez: el trato singular que cualquier ministro puede lograr con el presidente, alimentándolo de un combo de irresponsabilidad política, provocación a la oposición, machismo y radicalidad.
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Campos minados
Como ya les conté, el mismo día de octubre pasado en el que Castillo decidió sacar a Bellido y pidió a Mirtha Vásquez subirse al coche de la PCM, todos los cambios estaban decididos. Uno de ellos fue el del ministro de Energía y Minas (Minem), Iván Merino, amigo de PL; por el ingeniero industrial Eduardo González Toro. Poco sabíamos de él, pero un detalle muy elocuente destacaba en su biografía: había sido candidato de Perú Libertario (hoy Perú Libre) al Congreso en el 2016. Luego, confirmamos que, en efecto, su fichaje había sido conversado por Castillo, sino con el propio Vladimir Cerrón, sí con Róger Nájar y Guillermo Bermejo, que en ese momento fueron sus bisagras con un cerronismo reducido a su mínima expresión en el gobierno.
Pues resulta que González no había dado susto ni disgusto a la premier hasta que el equipo de la PCM se percató de que la comisión multisectorial encargada de renegociar el contrato de Camisea y presidida por el Minem; no funcionaba, pues el ministro había inasistido a dos sesiones seguidas. Vásquez le envió mensajes, a través de su equipo, para que asistiera a la tercera sesión y, aún así, el ministro incumplió.
Vásquez es un personaje templado; pero el miércoles todo se le cruzó. El silencio del presidente, su meditada ausencia en el acto de Ayacucho por los 100 días y una reunión con la Oficina de Cumplimiento de la PCM, que monitorea la ejecución de políticas públicas y prioridades; la animaron a cuadrar en público al ministro amigo del cerronismo. La difusión de la carta, para mala suerte de González, contrastó con la importancia que Castillo le dio al tema de la masificación del gas en su discurso de Ayacucho. Tuvo que responder, de forma farragosa pero respetuosa, el mismo jueves en el que la premier le jaló las orejas.
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Hay otros campos minados en el gobierno y uno, con más obras y presupuesto que el Minem, está en el MTC. Mirtha Vásquez recibió a María Jara, la jefa de la ATU (Autoridad de Transporte Urbano), luego de que el ministro Juan Silva puso su cabeza en una bandeja para los transportistas. Jara, en su defensa, ha mostrado ese encuentro como un respaldo a su gestión en la ATU; sin embargo, mis fuentes no tienen evidencia de que la premier quiera, por ahora, sumar ese frente a sus tensiones con el presidente. Lío muy complejo para la premier pues esta semana empezó por desactivar el paro con el que amenazaban algunos gremios de transportistas que no quisieran ver a su amigable ministro Silva, interpelado o animado a renunciar. Sin embargo, el viernes por la tarde, luego de su demorado encuentro con el presidente -por lo que presumimos que lo conversó con él- Vásquez envió a Silva un oficio al ministro pidiéndole explicaciones de por qué había reemplazado como superintendenta de Sutran a la correcta Patricia Cama por Doris Alzamora, en cuyo historial pesan imputaciones hasta de ser ‘tendera’.
Hay otro terreno explosivo que no ha sido pisado por el presidente ni por la premier, sino por el canciller Maúrtua. El duro comunicado de relaciones exteriores condenando la reelección de Daniel Ortega en Nicaragua, ha provocado la furia del cerronismo. Según mis fuentes, la PCM no estaba al tanto del asunto y es probable que el presidente apenas fuese informado por Maúrtua de lo que pretendía hacer. Aunque el gobierno nicaragüense ha superado en tiranía incluso a Maduro; el fraseo del comunicado sintoniza más con los tiempos del Grupo de Lima que con el multilateralismo actual. A pesar de todo, el presidente posó de buenas migas con Maúrtua en su participación virtual en la cumbre del APEC.
Recién el viernes en la mañana Castillo se reunió con la premier pero, hasta el cierre de esta crónica, no tengo información del desenlace ni del tono del encuentro. Si no pusieron fecha a la renuncia de Ayala, habrá que esperar que se acerque la colisión con el Congreso, prevista para el martes. Allí veríamos si el ministro prefiere volver a la actividad privada censurado o simplemente renunciado. Castillo no tiene razones emocionales o de peso para defenderlo a ultranza, como si las tiene, para retener a su secretario general, Bruno Pacheco. Le es más insustituible, me lo comenta una fuente burlona, que su avispado jefe de gabinete Auner Vásquez. Lo que está por verse es cuánto valora a Mirtha Vásquez, su atribulada primera ministra y forzada bombera.
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