El presidente Castillo le comentó a un amigo que lo habían invitado a una reunión virtual preparatoria del foro económico mundial de Davos, en Suiza, el 19 de enero. El amigo lo animó a que participara por video y le dio este argumento: “Necesitan un presidente con sombrero, tú eres el único”. Y allí estuvo, debajo del ala, repitiendo su letanía del llamado a los inversionistas. En ese foro, que suele estar rodeado de activistas blandiendo símbolos anticapitalistas, meter un símbolo de ese orden en la lista de oradores era súper ‘cool’.
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Pedro Castillo sabe que la singularidad del sombrero es rentable fuera del Perú. Hacerse notar sin abrir la boca, o soltando apenas un discurso escueto, es la panacea de los que no tienen mucho que decir. Lo probó en la cumbre de Celac en México; en la OEA en Washington; en la ONU en Nueva York y en Colombia. La última vez fue en Brasil, pero ahí ocurrió algo desagradable. Jair Bolsonaro le quitó el sombrero y se lo puso. Hubo comunión simbólica de presidentes extremos y de países que parecen pegados de espaldas; pero también hubo humillación. Por eso, en las fotos, la sonrisa exultante de Jair no va con la sonrisa de circunstancia de Pedro.
A pesar del incidente brasilero, el sombrero sigue siendo un buen distintivo global, aunque no sea original de Castillo ni del Perú, como el chaleco de Evo Morales; sino de varios países latinoamericanos. Incluso, la palma, la materia prima de los sombreros del chotano, es comprada por los sombrereros cajamarquinos en Ecuador. Pero ningún presidente lo había abusado tanto. Ya veremos si en una próxima salida lo vuelve a usar para la exportación. Para el mercado interno, ya se había gastado hace tiempo. La mayoría de consejeros de calibre, le hubieran dicho que se lo saque.
Percepciones
Saúl Alanya, el ‘coach de liderazgo’, dueño de la agencia huancaína Life Mentors, no contesta. Prefiere mantener en secreto su cita de hora y media con Castillo el 7 de febrero y el nombre de su intermediario. Por su residencia huancaína podríamos sospechar que el nexo fue un perulibrista, pero esa es una especulación. Lo que no es una especulación, sino el dato de una fuente; es que Castillo mencionó en su entorno la posibilidad de contratar como secretario general (en reemplazo de Carlos Jaico), al también huancaino Richard Rojas, el perulibrista ex jefe de campaña que se quedó con las maletas hechas para ir a la embajada de Caracas cuando el PJ le dictó impedimento de salida. Fue disuadido de hacerlo.
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Olvidemos a Alanya. Pedro Castillo tiene otros amigos y conocidos con millaje en la política y en la comunicación, que pueden haberle dicho lo obvio: ‘el sombrero ya se gastó y te está pesando demasiado, sacátelo’. El 8 de febrero, día de la juramentación del Gabinete Torres, era una buena oportunidad para aparecer a cabeza descubierta. No era el ‘fresh start’ o ‘new beginning’ que recomienda el “Financial Times”, porque eso sería prescindir del sombrero y del usuario; pero, vamos, era una buena ocasión para el cambio de look.
No solo botó un trasto importante de su vida; sino que se puso otros que aún no sabemos si le servirán de algo. E intentó algunos cambios de tono en su discurso. La preocupación que ‘Los Bibertos’ debieron sugerirle antes de mandarlo al matadero con Fernando del Rincón, apareció precaria e inconsistente, como la mayoría de iniciativas castillistas. El lunes 14 en la madrugada participó en un megaoperativo policial en El Agustino. Llevaba chaleco antibalas y un chicote como el que se usan en las rondas. La imagen de la autoridad que combate a la delincuencia en la calle, el rondero de Estado, es un clásico no solo local –¡Urresti presente¡- sino latinoamericano; pues estamos en una región de alta inseguridad, real y percibida.
También podría haber apelado a intensificar su preocupación por la Salud, pero la imagen del ministro de Salud cerronista no ayuda en la tarea. Hernán Condori, el top 1 en la lista de los ministros cuestionados, dio pie al discurso más arriesgado de Castillo desde su debut con nuevo look. ¿Cómo defender lo indefendible? Pues así lo hizo en San Juan de Miraflores ese lunes 14: “Hoy tenemos a un ministro que ha venido de la chacra, del último rincón del país, porque sabe dónde está la necesidad y va a recorrer conmigo posta por posta, hospital por hospital, para hacer una alianza de la posta con la escuela”.
Cinismos
¿Hay alguna base doctrinaria o de plan de gobierno en el discurso de San Juan de Miraflores? Ninguna. Lo de aliar postas y escuelas se puede adivinar que lo dijo por su sesgo de profesor. Ya lo hemos oído muchas veces mezclar la educación con cualquier otro tema que no tenga claro. Lo de reivindicar el origen de la ‘chacra’ y del ‘último rincón’, es un lugar común de todos los populismos, sobre todo los de izquierda, que mistifican el valor de un personaje por su origen humilde; como si ello le diera un conocimiento de los problemas que lo vuelve, sin necesidad de preparación académica y experiencia de gestión, el ministro ideal; y, de paso, le da una pureza que lo blinda de la corrupción.
A estas alturas de la humanidad, un discurso así, sin siquiera sustento ideológico, es insostenible para justificar un fichaje como el de Condori. Ese lunes 14, el presidente Castillo entró en una nueva fase de su gobierno, ya sin los aliados de Nuevo Perú que le proporcionaban coartadas ideológicas y un mínimo plan de gobierno; y con otros, los de Perú Libre que, a estas alturas, navegan en los dominios del cinismo que juega con la verdad porque el poder se lo permite. El “¡que me lo prueben, pe!”, que le dijo Condori a un entrevistador que en realidad era un correligionario haciéndole un servicio, es una frase emblemática de esta fase cínica del régimen.
El cinismo no requiere símbolos sino ardides para desviar la atención, verdades a medias, sofismas, floro. He aquí otra razón para prescindir del sombrero. El cínico es alguien que, descubierto, se quita la máscara (o gorro, sombrero, túnica, poncho, bastón) y te suelta algunas verdades para relativizarlas. Y deja en el camino, alianzas, coartadas, símbolos que pesaban. El sombrero era un lastre, como también lo eran los ministros de la izquierda ajena a Perú Libre, las normas de transparencia en el despacho presidencial, la coartada del aprendizaje. Todo eso era incómodo para poder flotar.
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