El presidente Pedro Castillo tiene una formación académica exclusivamente ceñida a la pedagogía. Estudió en el Instituto Pedagógico de Cutervo, provincia cajamarquina vecina a Chota, y su hoja de vida consigna una maestría en Psicología Educativa de la Universidad César Vallejo, a la que no se ha referido en ninguna de las entrevistas que le conocemos. No ha dirigido ninguna de las escuelas públicas rurales en las que ha sido profesor en la provincia de Chota. O sea, su experiencia profesional se reduce a la Educación y se quedó abajo en el escalafón.
El salto del Instituto Educativo IE 10465 de Puña a Palacio de Gobierno es enorme porque se da desde el mundo rural serrano a Lima metropolitana; más que por la modestia del colegio y de su rol. Ahora bien, los cargos de alto perfil político, como los de presidente y ministros, están diseñados para dar cabida a personajes de origen humilde y poca experiencia en gestión. Para eso tienen equipos que le planifican y organizan todo; por eso el artículo 115 de la Constitución solo les pide a los candidatos a presidente nacionalidad peruana, 35 años como mínimo y DNI.
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La pequeña épica
Con el triunfo de Ollanta Humala en el 2011, otro presidente sin experiencia de gestor, se popularizó el concepto del ‘piloto automático’, en homenaje a la tecnocracia que llevaba las riendas del país sin que la impericia del mandatario malogre las cosas. Humala abrió el juego a los que sabían qué hacer y, desde su radicalidad de candidato, se corrió hacia el centro para lograr acuerdos mínimos de gobernabilidad. No había tenido ninguna experiencia en la gestión pública más allá de ser agregado militar en Corea y Francia; pero había adquirido la fundamental experiencia política de convocar y dirigir voluntades, primero con su pequeña épica del ‘Locumbazo’ y luego fundando el Partido Nacionalista y candidateando una primera vez en el 2006.
Bueno, pues, Pedro Castillo también tuvo su pequeña épica fundacional, esa que exige el márketing político para todo candidato, cuando dirigió la huelga nacional magisterial del 2017. Allí concertó las voluntades radicales de los miembros del Conare –presumimos que más difíciles de manejar que otros gremios pacíficos- y en nombre de ellos cubileteó con las fuerzas de oposición en el parlamento de entonces. Conversó con fujimoristas, apristas e izquierdistas e incluso ingresó a Palacio por primera vez, para una reunión con PPK.
En resumen preliminar: tras la aventura del 2017 que estableció sus condiciones de candidato, Pedro Castillo dejó de ser un simple “hombre de pueblo, (…) una persona que cree que está haciendo algo importante por el país, por la familia”, como le dijo a César Hildebrandt cuando este le pidió una autodefinición. Se convirtió en un político limitado, improvisado y ustedes pueden sumar los adjetivos que quieran; pero político al fin. No es el caso de un ‘hombre de pueblo’ o ‘persona’ ingresando a una dimensión enteramente desconocida. Mucho de lo que hoy debe hacer también es concertar voluntades para un fin político y por eso le gusta convocar a líderes con frecuencia, aunque estos lamentan que los encuentros sean desordenados y sin sustancia.
Pedro Castillo no está descalificado per se para gobernar; puesto que el sistema político –ya lo vimos- está diseñado para encauzar la inexperiencia y la improvisación en aras de la representación. El requisito, no consignado en la Constitución, de haber concertado voluntades para un gesto o gesta política, lo había cumplido antes de sentarse en el sillón de Pizarro.
¿Y dónde está el piloto?
Desde septiembre del 2017, cuando se dio el apogeo y levantamiento de la huelga magisterial, hasta que se convirtió en candidato de Perú Libre, Castillo hizo política. Según el documental “El Profesor” (2021, dirigido por Álvaro Lasso) que es hasta ahora la mayor compilación de testimonios sobre Pedro Castillo antes de ser presidente; él se reunía con los que llamaba ‘mis maestros’ para trascender el sindicalismo e ingresar a la competencia política, ya sea con partido propio o a través de otro. Su esposa, Lilia Paredes, cuenta que él pretendía fundar un partido en estos términos: “Le dicen sus maestros, ¿y nosotros por qué no formamos un partido político? Desde ese momento, entonces ellos decidieron formar un partido. Pero había un problema que fue la pandemia. Por motivo de la pandemia, los profesores ya no podían hacer inscribir el partido, porque se necesitaban muchas firmas para eso. Entonces, conversaciones por aquí y por acá, hubo la posibilidad de que le cedieran el partido Perú Libre a todos los maestros”.
Como leen aquí, el ente propio resultó muy engorroso y Castillo cedió a la invitación ajena. Pero, ojo, no fue el invitado estrella que pone a dos o tres amigos y deja que el partido se encargue de todo lo demás. Tampoco fue, como sugiere doña Lilia, que PL se les regaló a los maestros. Fue un acuerdo para que un grupo llamado ‘coordinadora’, establecido por Castillo y ‘sus maestros’, eligiera a sus candidatos en una convocatoria nacional. Por eso, hay nada menos que 15 maestros que ganaron curules junto a militantes e invitados de Perú Libre.
Cuando pasó a la segunda vuelta, Castillo se vio sin un plan para gobernar, pues ni él ni PL pensaron llegar tan lejos. Vladimir Cerrón había consignado un ideario en el lugar de un plan y fue claro que debían agenciar uno entro los perdedores afines. Nuevo Perú tenía las ideas y los cuadros, y el resto es historia conocida. La respuesta axiomática que dio a Hildebrandt a una pregunta de este sobre su aprendizaje en Palacio – “es fácil ser candidato y llegar a ser presidente, pero es difícil gobernar”- es cierta, pero repetimos que el sistema está diseñado para encauzar la inexperiencia. Y en este caso, Castillo se hizo de un plan llamado Perú al Bicentenario sin Corrupción y cedió el principal cargo técnico, el MEF, el corazón del Ejecutivo, a Pedro Francke, de NP. El problema estalló en los márgenes ejecutores y en el entorno íntimo del presidente. No fue inexperiencia de hombre de pueblo, sino irresponsabilidad de político; pero no adelantemos conclusiones.
El presidente tiene un plan, más o menos concertado con sus aliados de izquierda y con Perú Libre, y este se concentró en el MEF, Salud, Mincetur, Minagri (entregado a un gremio agrario, la CNA, en la figura de su presidente Víctor Maita), Relaciones Exteriores, Vivienda, Energía y Minas y Ambiente. La PCM, en un fatal inicio de gestión, solo fue concertada con PL y nombró a Guido Bellido para escándalo nacional y escozor de sus otros aliados.
Los demás ministerios quedaron a su libre albedrío y ahí, como saben, se han concentrado los problemas. Castillo sacó de la manga el otro plan, el que no servía para gobernar, sino para crear el partido propio de base magisterial. Colocó al profesor Íber Maraví en Trabajo, que formalizó al sindicato Fenate Perú, mientras sus maestros creaban el nuevo Partido Magisterial. También colocó al profesor Juan Silva Villegas en el MTC que ha despertado todas las alertas de fiscalización y anticorrupción pues es el ministerio de mayor capacidad ejecutora. Además, sacó al ilustre profesor Juan Cadillo del Minedu, para poner a Carlos Gallardo, funcional a las exigencias de sus maestros (censurado este, acordó con Mirtha Vásquez no insistir con sindicalistas, y entró Rosendo Serna, profesor ajeno a la Fenate y con experiencia de gestión).
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Destaco el caso de los ministros del entorno magisterial de Castillo, elegidos sin concertar con sus aliados, porque no son los típicos nombramientos de quien ‘no sabía gobernar’, sino de quien decidió gobernar, en algunas áreas, con un plan sectario y sin cuadros idóneos. No es un problema de falta de aprendizaje, sino de decisiones subalternas. Lo mismo se puede decir de la elección de su entorno más próximo, el despacho de la presidencia: despreció la posibilidad de fichar a un profesional experimentado que lo guiara en un terreno nuevo para él y fichó al profesor Bruno Pacheco. Ello no califica como ingenuidad o inexperiencia, sino como una opción deliberada. No es el problema del campesino u hombre de pueblo que no sabía gobernar, que eso se aprende mientras se comparte con un buen equipo; sino el caso del outsider que optó por una forma cuestionable de gobernar.
Pedro Castillo tomó otra opción política, que es apoyarse en símbolos para exacerbar su capacidad representativa y disimular sus debilidades de gestión. El gran ejemplo es el sombrero que no usaba en la huelga del 2017 y que no lo abandona hoy. Otra señal de que el hombre de pueblo políticamente virgen tiene más de mito que de realidad.
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