El revuelo es más grande que la película. Cinco cartas de protesta, tres de altos oficiales de las fuerzas del orden, una del GEIN histórico, y una de intelectuales de derecha, rechazan enérgicamente que el Ministerio de Cultura (Mincul) haya beneficiado al documental “Hugo Blanco, río profundo” de la peruano austriaca Malena Martínez con S/. 119,000 mediante Resolución Directoral D000217-219-DGIA/MC, “para la circulación de la obra en cineclubes, microcines, teatros municipales (…) y otros espacios, conforme lo indica su plan de distribución alternativa”.
Primero, conozcamos el contexto normativo: el Mincul, a través de DAFO (Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios; ex Conacine), convoca concursos de proyectos cinematográficos desde 1996 de acuerdo a la ley 26370. Los premios oscilan entre S/. 670,000 para la realización de largometrajes de ficción hasta S/. 6,000 para apoyar la participación en festivales.
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A lo largo de los años se han incorporado varias categorías (documentales, regionales, dibujos animados, talleres de guión), incluyendo un concurso para apoyar la distribución de obras ya terminadas en salas de cine o en circuitos alternativos. Este último fue el caso de “Hugo Blanco, río profundo”.
A los ganadores los eligen jurados completamente ajenos al ministerio (Disclaimer: años atrás, cuando era crítico de cine, fui jurado en algunas ocasiones). El trío de jurados que dio el primer premio al documental sobre Hugo Blanco porque aporta “al rescate de la memoria histórica” (vaya escueta sustentación), estuvo formado por la conocida Enid Campos, productora de “Retablo” y otras buenas películas; por Carla Levi, docente y productora; y por Luis Ramos, ligado, según informa el Mincul en un comunicado, a la ‘distribución alternativa’.
Ciertamente, el concepto de ‘distribución alternativa’ es debatible, pues parece anclado en el pasado cineclubista, que suele tomar la película como pretexto para diversos activismos. Hoy, la web facilita el acceso pagado a un vasto público que simplemente podría pagar por ver una película cuando quiera y como quiera.
A raíz de esta polémica, DAFO bien podría revisar los criterios que definen sus categorías y orientan a los jurados; pues, por más respetable que sea la voluntad de los cineastas de discutir su obra con el público, la inversión del Estado en difusión debiera apuntar a todas las audiencias y formas de ver.
Por lo general, estas polémicas acaban elevando sustantivamente el impacto de obras que, de otro modo, pasarían inadvertidas, como “Hugo Blanco, río profundo” cuando el año pasado se proyectó en el Festival de Lima sin pena ni gloria. Si no fuera por la pandemia, tras este revuelo, Martínez podría traspasar sus afanes de difusión alternativa y buscar estreno en salas comerciales, intentando replicar el suceso de “La revolución y la tierra”.
Sin embargo, Malena, según me dice por correo, quiere que su película esté necesariamente asociada a foros, como el que hubo en el portal Wayka hace unos días –ello ocasionó las protestas- y como los que habrán (si uno busca la página con el título de la película puede registrarse) a partir del 23. Cada cineasta con sus rollos.
-Censor, ni hablar-
En Austria, donde también hay derechas e izquierdas encendidas, no hubo objeción al tema cuando el proyecto obtuvo, para su realización, el financiamiento de un fondo concursable de la cancillería austriaca. La polémica es muy peruana y se reedita cada que una película, obra de teatro o libro, revuelve el pasado cercano y doloroso del terrorismo, que bajo criterios democráticos, no puede estar cerrado a la creación artística. Sucedió con la película “La casa rosada” del difunto cineasta ayacuchano Palito Ortega y sucedió con la destacadísima pieza “La cautiva”.
Conversé con Luis Jaime Castillo Butters, exministro de Cultura bajo cuya gestión se dio el premio, y me dijo: “[El supuesto de los firmantes] es que el Estado tiene que ejercer la censura y el censor debe ser el Mincul. Eso es un atentado contra principios democráticos elementales y contra nuestra Constitución. Ahora bien, la libertad de expresión tiene límites y uno es la apología del delito. Esta película no los traspasa”.
Castillo acababa de ver la película, igual que yo, y coincidimos en que, siendo prolongada (es en realidad un díptico) y con una propuesta estética de ‘búsqueda poética en la hojarasca’ (parafraseo el relato en off de la directora) que dificulta la comprensión cabal de hechos históricos alrededor de Blanco; no avala el radicalismo violento o terrorista. En su mayor parte, Martínez sigue a su personaje, viejo y políticamente agotado, enemigo gratuito ‘de los liderazgos’ (fue un dirigente renuente a los rituales partidarios y a las alianzas, a pesar de haber comandado la lucha en La Convención) y llega con él, tropezando en la maleza y siendo recogido por el equipo, hasta el lugar mismo de su captura en 1962.
Esa hermosa secuencia vale por la película entera que flaquea en pasajes algo farragosos con citas de Arguedas y elucubraciones de Blanco sobre el mundo actual. El respeto algo reverencial a su personaje le impide a Martínez picarlo para que hable sobre hechos y personas, y que deje de repetir el discurso verde indígena. “Es un otoño del patriarca”,' me comenta Luis Jaime; aunque en realidad vemos a un patriarca negado a sí mismo, deambulando por eventos sin importancia, como un panel en una desolada aula de San Marcos. En esos pasajes de silenciosa observación, el documental recupera su valía.
Para abundar en lo discutible más no censurable, Blanco le dice de varias formas a la cineasta entrevistadora, que siempre repudió a Sendero Luminoso. Cuando ella le recuerda una vieja entrevista donde este les daba el beneficio de la duda a los senderistas, se molesta y le recuerda: “si tuve discrepancias con [Luis] De la Puente, cómo no voy a tenerlas con Sendero”.
En efecto, Luis De la Puente Uceda, el más notorio guerrillero de los 60, buscó a Blanco en el valle de La Convención. Este lideraba la huelga masiva de campesinos que se negaron a trabajar gratuitamente la tierra de los hacendados y provocó la huida de ellos. En ese interregno campesino, antes de develada la lucha, hubo una suerte de reforma agraria focalizada y de facto (Blanco llegó a elaborar un ‘decreto’), que apuró las leyes reformistas de los siguientes gobiernos, incluida una de la propia Junta Militar de 1962, otra de Belaunde y la de Velasco, que finalmente la ejecutó a su dictatorial modo en 1969. Bueno, pues, De la Puente le planteó a Blanco unirse a su revuelta armada y este se negó pues no era lo que querían las bases.
El documental tiene la debilidad, eso sí, de referirse difusamente al crucial enfrentamiento al puesto policial de Pucyura, donde Blanco disparó y mató a un policía. Por esta muerte, sumadas las de otros dos policías en el enfrentamiento colateral de Mesacancha del que Blanco se hizo responsable en tanto líder, lo procesaron y el fiscal pidió pena de muerte. Eran los años de la revolución cubana y muchos intelectuales legitimaban a los radicales con un halo romántico. En Europa, sobre todo en Francia, hubo gran presión para evitar la condena a la pena capital. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, además de Mario Vargas Llosa, fueron algunos de los que firmaron esas cartas.
Le pregunté a Malena, por correo, por qué no abundó en ese hecho que hoy es crucial en la polémica. Me respondió: “Ese episodio necesitaría un propio film o libro (…) La verdad es fragmentada y tan enrevesada como la geografía misma del lugar. Como un caleidoscopio. Yo no podía pretender abarcar aquello”. Sin embargo, en otro correo, Malena revisa sus notas y me cuenta: “Hugo Blanco dice que mató al policía [Hernán] Briceño en defensa propia. ‘Un segundo más y era yo el muerto’ es una frase que repetía cada vez que relataba ese episodio en sus conferencias o paneles”.
Una fuente de la cineasta ha sido el libro de Gonzalo Ari Castillo, “Historia secreta de las guerrillas” (1967). Gracias a Malena, doy con los capítulos que incluyen pasajes íntegros del juicio en el que se condenó a Blanco (pág 157-161). Allí Blanco sostiene que disparó a Briceño tras ver que este intentó desenfundar primero, cuando el grupo de campesinos fue al puesto policial a demandarle a los guardias que intervengan a un hacendado que había disparado a un niño. En todo momento, Blanco aprovecha o esquiva las preguntas puntuales, para hacer un recuento de las injusticias en la zona. Se le nota consciente que, de todas formas, lo harían responsable de la furia que acabó con la vida de los tres policías. El autor concluye: “Casi dio a entender que fue obligado por las circunstancias a victimar a los policías” (pág. 169).
También está registrada, en el capítulo “La gestación de las guerrillas” de otro libro de la época, la versión de los sobrevivientes que describen a un Blanco que, lejos de arrepentirse por disparar a Briceño, se solivianta y ordena a sus acompañantes que liquiden a otros guardias si se les oponen. Ello explicaría las muertes de los policías Aníbal Valencia y Américo Carpio.
Volvamos al juicio. Opacando a su defensor Alfredo Batillana y sin escapatoria, Blanco apeló al discurso político. Hasta se refiere con picardía a la posibilidad de que lo ejecuten. Hay un pasaje, citado en el documental, donde saca de quicio al tribunal, provocando un diálogo de antología. Le preguntan, reiteradas veces, “¿Por qué asaltó el puesto de Pucyura'‘, y él sigue hablando, por varios minutos, de las injusticias en la zona. “¡Concéntrese en responder la pregunta. Sea breve¡”. Blanco responde: “¡Es que los abusos no han sido breves, han durado años, décadas¡”. El tribunal se exaspera: “¡Abrévielos entonces¡”.
Se salvó, pues, de la pena de muerte, pero no de una condena a 25 años en El Frontón, ejecutada durante el primer gobierno de Belaunde. Fue perdonado por Velasco y volvió a las calles en plan de opositor, lo que le valió tres deportaciones y algunas huelgas de hambre. En 1978 fue el izquierdista con mayor votación a la Asamblea Constituyente. En 1980 fue elegido diputado y en 1990 senador. El ex revoltoso, condenado por la muerte de tres policías, ya era un insider.
-El ermitaño-
Hugo Blanco vivió la ilusión de la Izquierda Unida, pero fue uno de los principales responsables de su ruptura, al ser frustrado candidato presidencial en 1980. Se había hecho trotskista cuando terminó de estudiar el colegio en el Cusco y fue a estudiar Agronomía a La Plata, en Argentina. Pero allí se politizó, dejó los estudios y trabajó de obrero. Cuando volvió al Perú, aún ligado a sus camaradas trotskistas, siguió la consigna de ser activista en el movimiento social de su tierra cusqueña. Abandonando la especialización proletaria y urbana de la izquierda, entró a la vorágine campesina cafetalera de La Convención casi solo, perdiendo contacto con los dirigentes de Lima. Estos, incluso, para ayudar a financiar su trabajo en el valle, perpetraron el asalto a una agencia del Banco de Crédito en la Avenida Larco para obtener fondos que no llegaron a tiempo a su destino.
Conversé con Carlos Reyna, sociólogo y ex militante del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), del que Blanco fue dirigente en los años 70 y 80, hasta que se reconvertió al PUM (Partido Unificado Mariateguista) a fines de los 80. Carlos me confirma que, efectivamente, a Blanco no le gustaba la carga dirigencial. Prefería rondar eventos y movimientos. Eso hizo no solo en sus últimas décadas en el Perú, sino en México, en Argentina, donde fue detenido y expulsado a Chile. Allí le tocó vivir el golpe de Pinochet.
Se salvó de la represión pinochetista gracias a la embajada sueca que lo acogió y ayudó a abandonar Santiago. Ese fue el origen de su relación íntima con Suecia, donde se volvió a casar (tenía ya una hija cusqueña) y tuvo hijos que hoy están cerca a él. Quizá pase en Suecia sus últimos días. Testigo de revueltas ajenas, le tocó más adelante, en México, coincidir con la insurrección de Chiapas, que, en el documental y en su pasquín ‘Lucha Indígena’, idealiza como un movimiento de ‘liderazgo colectivo’. México le dio otra oportunidad vital: lo operaron de una lesión en el cráneo que le habían causado –drama médico o leyenda- los palazos que le tiraban los guardias en la cabeza.
En el nuevo milenio, Blanco fue un satélite de la izquierda con su propia órbita, un ícono gastado que obtuvo una ínfima votación en el 2006 cuando se presentó –casi nadie lo recuerda- como candidato al Parlamento Andino por el Partido Socialista que dirigía Javier Diez Canseco. Con su gran amigo, suerte de compinche, discípulo y asistente, Enrique Fernández Chacón (‘Cochero’, el actual congresista del Frente Amplio), aparecía en marchas y eventos ecologistas y antimineros. En el documental, ‘Cochero’ aparece en una escena, acompañando y sirviendo un café a Blanco cuando este es entrevistado.
Su última aparición en un manifiesto de grupo, fue, en realidad, un malentendido. En el 2016, jóvenes del Frente Amplio, entre los que estaban Verónika Mendoza, Marisa Glave e Indira Huilca lanzaron un video, proclamando su ideario (era como un anticipo de lo que sería su ruptura con la facción de Marco Arana). Junto a ellos, sin decir palabra, cual tótem, aparece Hugo Blanco. Al día siguiente, un comunicado de Blanco aclaraba que ni conocía ni sabía de los planes de los protagonistas del video. ¿Qué hacía allí, entonces? De pura casualidad, estaba caminando por el parque donde se grabó el video, y lo llamaron espontáneamente cuando lo reconocieron.
Ha pasado más de medio siglo de su reforma agraria de facto, y este viejo trotskista que fue condenado, perdonado por Velasco y y elegido constituyente; sigue disparando virtualmente y sacando roncha. La ironía es que, luego de su revuelta de 1962 y su triste final con la muerte de los policías y su brusca develación; la mayor parte de su carrera política ha sido más ermitaño que líder, más rompe filas que organizador. Pero la controversia se enciende con la sola mención de que hay una película que versa sobre él, un radical de izquierda, y para remate, ha recibido un premio oficial.
En esta lógica no importa ver la película, basta saber el tema. Es de presumir que muy pocos de los firmantes han visto siquiera imágenes sueltas. Tampoco es fácil ver el documental, lo que, ciertamente, obliga a exigir al Mincul, ya que invierte en la difusión de películas, a que sea diligente al informar sobre sus pasadas. Como vimos más arriba, la próxima será el 23. En realidad, a “Hugo Blanco, río profundo”, más difusión que el premio del Mincul le están dando los firmantes de las cartas que la repudian.