Entre el 2018 y el 2022, ocho países de América Latina han pasado de tener gobiernos derechistas –entendidos por su línea de liberalismo económico y reducción del Estado– a coincidir en un respaldo a nuevas ofertas electorales de izquierda, que prometieron mayor intervención estatal y una agenda de reivindicaciones sociales.
El país que más recientemente se ha unido a este aparente giro izquierdista en bloque es Brasil, tras el estrecho triunfo electoral de Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva. Con su próxima asunción presidencial, el mapa político latinoamericano sumará 12 países con gobiernos de izquierda o con mandatarios que, al menos en campaña, ofrecieron un rumbo hacia ese espectro ideológico. Hablamos de Bolivia, México, Perú, Argentina, Chile, Colombia, Honduras y Panamá, además de –casos aparte– los regímenes totalitarios en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
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Aunque mayoritaria, la tendencia regional no es netamente de izquierda. Seis países (El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Ecuador, Paraguay, República Dominicana y Uruguay cambiaron entre el 2018 y el 2022 hacia gobernantes de derecha. En dos de los casos, la línea ideológica conservadora entre presidente saliente y entrante no se alternó. En el caso de República Dominicana, el país pasó de un gobierno dentro del espectro izquierdista a uno más de centro.
La ‘década del descontento’
En comunicación con El Comercio, la internacionalista argentina Carolina Zaccato explicó que el escenario actual no se equipara al viraje socialdemócrata de inicios de los 2000 [conocido como ‘marea rosa’], pues la reciente ola es dispareja, con triunfos de la derecha en una proporción no tan menor y modelos de gobierno con matices. Añade que estos giros, más que a la ganancia de terreno de una u otra ideología, se relacionan a un hartazgo sobre el sistema preexistente y a una demanda homogénea de parte de poblaciones golpeadas por la pandemia, el descalabro económico mundial, el desempleo y las inequidades históricas.
“En un macro escenario económico y social que se vislumbra tan desfavorable, en particular si se lo compara a períodos previos –pero recientes– de crecimiento económico y reducción de desigualdades, es esperable una reacción electoral que favorezca la alternancia política y que privilegie opciones que busquen romper con el status quo vigente. (...) Los resultados electorales regionales recientes marcan un quiebre con el partido o coalición que venía gobernando, en favor de un partido o coalición de corte opositor. Con ello, si se tuviese que buscar una etiqueta para esta década regional, quizás pueda decirse que es el momento del descontento con el status quo y las élites gobernantes”, comentó Zaccato, quien es candidata doctoral en Relaciones Internacionales, además de profesora e investigadora en la University of St Andrews, en Escocia (Reino Unido).
El internacionalista Francisco Belaunde coincide con ese análisis y agrega que la polarización ha facilitado que ofertas electorales centristas desaparezcan del imaginario, pues estas tienden a enunciar menos salidas de impacto a las crisis y a los problemas en cada territorio. Asimismo, estima que hay elementos adicionales, como la búsqueda de un mal menor cuando la segunda vuelta arroja opciones extremas.
“Hay mucha decepción [con los gobiernos de turno] sin que importe mucho el tinte político y votar por lo opuesto aparece como una respuesta a ese contexto. Entonces, yo no diría que las poblaciones en América Latina estén votando de manera ideologizada, sino que votan bajo la exigencia de un cambio. Ahora, también hay que precisar que este no es un fenómeno solo latinoamericano, sino más bien global. En ciertos casos, hay figuras populistas que generan mucho entusiasmo, y en otros hay solo un respaldo al ‘mal menor’ y sin expectativas tan altas”, consideró.
Con respecto a la impopularidad del centrismo y a la apuesta electoral por ofertas más definidas entre los espectros de la izquierda o la derecha; es decir, con respecto a la polarización de la política, Carolina Zaccato señala que este escenario de extremos se ha alimentado, en parte, por el ascenso de políticos “populistas o abiertamente anti-sistema”. En ese sentido, describe que los populistas crecen con un discurso que se robustece a partir del descontento de amplios sectores ciudadanos hacia el desfase de representación con los políticos tradicionales y de ideología moderada.
“Casos como la Francia de Marine Le Pen, los Estados Unidos de Donald Trump, la Hungría de Viktor Orbán, pero también el Brasil de Jair Bolsonaro, el Perú de Pedro Castillo y el surgimiento y crecimiento de la figura política de Javier Milei en Argentina, entre tantos otros, ilustran esta tendencia de figuras que argumentan encarnar un profundo descontento social hacia las élites políticas, sean estas representadas por los burócratas de Bruselas, el blob de Washington D.C., o la ‘casta política’ [como la define Milei]. (...) Dentro de esta tendencia, parte de la estrategia de romper con el establishment político se traduce en la identificación del candidato o de la candidata con sus electores –como ‘uno más’ de ellos– y como alguien que también ha sido perjudicado por el status quo vigente. En este modo personalista de hacer política, se apela directamente a la audiencia electoral sin mediaciones de canales institucionales y ni siquiera partidarios, puesto que el candidato o la candidata toma preeminencia al partido que lo apoya. En escenarios de este estilo, las alternativas centristas son leídas como ‘conformistas’ y como parte integral de ese status quo que, supuestamente, se quiere modificar de raíz”, sostiene la especialista.
Bloques debilitados
La correlación de fuerzas políticas en América Latina ha tenido un efecto negativo notorio en los esfuerzos de integración y diálogo político regional que algunos países habían liderado al menos dos décadas atrás. La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), por ejemplo, creada en el 2008, perdió a la mayoría de sus miembros –Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay y Perú– entre el 2018 y el 2019, mientras en dichos países lideraban presidentes de derecha o moderados. La desafiliación tuvo el propósito de formar un nuevo bloque, actualmente conocido como Prosur o Foro para el Progreso de América del Sur. No obstante, Chile se retiró de este último a inicios del 2022, tras la llegada del gobierno izquierdista de Gabriel Boric.
“Unasur era una organización impulsada, en gran parte, por gobiernos de izquierda. Luego, cuando la mayoría de los países viraron nuevamente a gobiernos de derecha, el organismo ya prácticamente no existe. Volver a lanzar Unasur lo veo sumamente complicado también, pese al nuevo giro de izquierda en la región, porque ya se formó Prosur, pero este tampoco ha tenido grandes aportes a la integración y se enfoca más en lo económico que en lo político. Incluso la propia CELAC [Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños] tiene problemas para cuajar. Es difícil consensuar entre Estados que tienen visiones de gobierno discordantes o uniformizar el interés cuando los objetivos no son comunes”, comenta el internacionalista Francisco Belaunde.
La internacionalista Carolina Zaccato enfatiza que en la región hay una persistencia por la integración regional, pese a que esta sufre modificaciones constantes por la discordancia ideológica entre los gobiernos de turno. Aunque es fuerte y natural la percepción de que estos bloques son ‘irrelevantes’ y terminan transformándose en ‘clubes’, la especialista destaca que la agenda integradora se resista a desaparecer.
“Es esperable que, en una región gobernada por signos políticos tan disímiles, muchas de estas iniciativas queden ‘estancadas’ en algunas áreas o que tengan problemas para implementar sus decisiones. Pero el mismo hecho de que sigan existiendo estas iniciativas regionales marca una tendencia regional de largo plazo que es necesario rescatar y revaluar. Ya sea mediante discusiones respecto a cómo ‘readaptar’ su diseño institucional para hacer frente al actual escenario internacional y a las agendas de prioridades de sus miembros (por ejemplo, el caso del actual debate por reformar el Mercosur) o mediante la disolución –formal o de facto (como ocurrió con la Unasur)– de algunas iniciativas que, a su vez, permita el nacimiento de otras, América Latina parece seguir apostando por el diálogo, la coordinación y, en algunas pocas instancias, la integración regional para pensar y dar respuestas a problemáticas de carácter regional y también global”, estimó.
OPINIÓN: Lula y un nuevo giro a la izquierda, por Óscar Vidarte*
La victoria de Lula da Silva en las recientes elecciones en Brasil confirman un nuevo giro político e ideológico en la región. Con el gigante sudamericano, termina de consolidarse la llegada al poder de gobiernos de izquierda en todos los países grandes y medianos de América Latina.
No obstante, este escenario es distinto al giro a la izquierda ocurrido en la primera década del siglo XXI. A diferencia del radicalismo que mostraron gobernantes como Chávez, Morales y Correa, estos últimos años los representantes de la izquierda regional electos presentan un mayor nivel de moderación. De ahí que, con sus contrastes, ni López Obrador, Arce, Boric o Petro planteen una agenda confrontacional en su relación con Estados Unidos.
Además, en la actualidad estos gobiernos van a tener que hacer frente a una coyuntura más compleja. La crisis económica –situación muy distinta a lo sucedido en la década del auge de las materias primas–, va a generar grandes dificultades para que estos gobiernos puedan satisfacer las demandas sociales que los llevaron al poder. Mientras tanto, la polarización política puede implicar mucho enfrentamiento interno, con impacto en la estabilidad y gobernabilidad.
El nuevo gobierno brasileño encaja perfectamente en este momento latinoamericano. Por un lado, Lula, siendo un candidato de izquierda, necesitó construir una plataforma con políticos de derecha (como es el caso de Geraldo Alckmin, candidato a vicepresidente) para derrotar a Bolsonaro. En función de ello, deberíamos esperar un gobierno más moderado en comparación de cuando gobernó años atrás. Asimismo, cabe señalar que la victoria de Lula encuentra a un país fracturado políticamente, con una mitad de la población que lo percibe como un político corrupto. Esto va a obligar a Lula a desarrollar políticas que sean resultado del consenso y que tiendan a unir al país.
Por otro lado, Brasil es un país devastado por la pandemia y con una complicada situación económica. De ahí que las prioridades del gobierno brasileño pasen por temas de índole interno. Por ello, a pesar que muchos puedan esperar un nuevo liderazgo brasileño en la región y una apuesta por la integración regional (de acuerdo a la propuesta de Lula en campaña), lamentablemente, dado el complejo contexto interno, la política exterior puede pasar a un segundo plano.
Y si no es Lula, el indicado a ejercer el liderazgo de este nuevo giro a la izquierda en América Latina debería ser el presidente mexicano López Obrador; aunque salvo por algún interés mostrado este último año, la región no parece ser una prioridad para México.
*Óscar Vidarte es internacionalista y docente en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).
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