(Foto: El Comercio)
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Diana Seminario

El viernes 25, el papa Francisco aceptó la renuncia del cardenal como arzobispo de Lima y designó al padre como su sucesor.

Juan Luis Cipriani se retira tras 30 años de labor episcopal. Primero en Ayacucho y los últimos 20 años en Lima. Mucho se ha dicho de él en todo este tiempo, y como él mismo lo ha comentado en sus últimas intervenciones públicas, durante su gestión como primado del Perú ha visto hasta a siete presidentes de la República desfilar por la casa de Pizarro. Todos escucharon alguna vez sus homilías durante las misas y Te Deum de cada 28 de julio.

En estos 30 años, muchos analistas –con buena y mala voluntad– han juzgado a Cipriani como un actor más de la complicada política nacional. “Yo asumo la doctrina social de la Iglesia, que aporta principios de reflexión a la política, que no son propuestas partidarias, […] pero tiene todo el derecho y el deber de iluminar a todos los católicos fundamentalmente, y a todos los hombres de buena voluntad”.

Así respondió durante una entrevista que le hice para este Diario, al preguntarle que cuando se expresa sobre temas sociales, se asume que habla de política.

Es este predicar el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia lo que lo ha llevado a recibir las más descarnadas críticas de quienes pretenden que la voz de la Iglesia se “acomode” a los tiempos.

Le han dicho fujimorista, cuando estando en Ayacucho, conviviendo con el terror, el entonces presidente Alberto Fujimori se acercó al pastor del pueblo más golpeado por Sendero Luminoso. Pero algunos prefieren no recordar cuando Cipriani se enfrentó al régimen de los 90 por las esterilizaciones.

“La ligadura de trompas es declarar que el Perú es un burdel. Y si el ministro de Salud Marino Costa quiere tratar al pueblo como animales, hay que botarlo del ministerio”, dijo entonces.

Esta declaración dio pie a un editorial del diario “La República”, publicado en febrero de 1998. “Las duras expresiones del obispo de Ayacucho, Juan Luis Cipriani, en relación a la política de planificación familiar del gobierno, abre nuevamente las posibilidades de examinar la actuación gubernamental en el sector Salud”.

Ahora que llega la hora de su retiro, es importante recordar estos momentos. “Antes que cardenal soy peruano”, ha dicho. Y es esa pasión por el Perú lo que lo ha llevado a levantar la voz donde otros hubieran preferido que calle.

Debo aclarar que lo conozco ya hace tiempo y lo he entrevistado en varias oportunidades. Además, trabajé con él para la visita del papa Francisco a Lima y luego en el Departamento de Comunicaciones de la arquidiócesis.

He visto su incansable lucha en la defensa de la vida, de la familia y los más necesitados y su afán en promover vocaciones sacerdotales, así como su trabajo con los laicos en el gobierno de la Iglesia de Lima.

En los cerros de Manchay, en la procesión del Señor de los Milagros, en la marcha por la vida, en las capillas de adoración eucarística, en las ordenaciones sacerdotales y en las misas de domingo en la catedral, siempre Juan Luis Cipriani, un apasionado por el Perú.