“Seré un presidente implacable a la hora de luchar contra la corrupción que envenena el alma de nuestro país”. Así asumía el poder, el 28 de julio de 2001, el entonces presidente Alejandro Toledo. Con la banda presidencial en el pecho, investido en el Congreso de la República y ante nutrida audiencia, marcaba una nueva era en la vida democrática del país. Más de 23 años después, se confirmaría que sus palabras eran una quimera; una más en su haber.

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