(Foto: EFE)
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Juan Paredes Castro

Las organizaciones terroristas y (o lo que queda de ellas) siguen buscando lavarse la cara y también lavar sus acciones criminales con el mismo Estado Peruano al que quisieron liquidar violentamente.

Es el mismo Estado que las venció en el terreno militar. Ideológica y políticamente también fueron derrotadas, porque a fuerza de quitarles cobardemente la vida a millares de campesinos, incluidas sus familias, nunca podrían haber conquistado, en el campo, las adhesiones en masa a la que aspiraba su “guerra popular”, ni mucho menos en la ciudad. SL y el MRTA hicieron del horror y el sometimiento armado un salvaje mecanismo de exterminio.

Este Estado, de por sí desarticulado, gaseoso y frágil, vuelve cada cierto tiempo a ser sobrepasado por el senderismo y el emerretismo en sus dos modalidades cíclicas: de infiltración en el aparato público y de alianzas con el narcotráfico en zonas aisladas como el Vraem.

Frente al legado acumulado de estas bandas homicidas, hay una izquierda que por diversas razones se siente obligada a considerarse su pariente cercana. Hay otra izquierda, nada idiota por supuesto, dentro de sus intereses electoreros, que les hace el juego, porque considera que fueron derrotadas militarmente y que política e ideológicamente sus militantes pueden, cumplidas, por ejemplo, sus sentencias, integrarse a la vida democrática. ¿Pero con qué mea culpa o paso civilizado de por medio?

Esta misma izquierda podría creer, como el señor Francisco Soberón, que dadas algunas circunstancias la sociedad puede votar por un “mal menor” (léase Ollanta Humala), a sabiendas de sus violaciones a los derechos humanos, ante el supuesto “mal mayor” (Keiko Fujimori) así no se le haya imputado a esta ningún crimen.

Con percepciones maniqueas y relajadas como esta sobre democracia y derechos humanos resulta fácil caer en la complacencia con saldos ideológicos, políticos y criminales del terrorismo. No se conocen arrepentimientos firmes. Tampoco compromisos democráticos y constitucionales. Y menos respeto al orden legal e institucional.

Al margen del incidente de la guía del Lugar de la Memoria, habría que suprimir toda intermediación explicativa en este recinto, en el que todo visitante, libremente, debe formarse su propia opinión sobre lo que ocurrió en más de veinte años de violencia terrorista en el país.

Si en el Congreso, a pedido de la parlamentaria , llegó a trabajar una excarcelada, con sentencia cumplida y pasado emerretista, es más que evidente, por las justificaciones dadas, que media docena de tortugas, con la hoz y el martillo en la caparazón, podrían penetrar los resquicios legislativos de la bancada de izquierda, que parece padecer del mismo relajamiento del señor Soberón.

En el fondo los poderes del Estado no han hecho nada hasta hoy por cuadrar y encuadrar legalmente los grandes temas pendientes con Sendero y el MRTA, incluida la palabra reconciliación.

Sobre las mil opiniones distintas y divididas que podamos tener los peruanos, SL y el MRTA seguirán lavándose la cara y lavando sus crímenes con el Estado (el nuestro) al que quisieron partir en mil pedazos.