(Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
(Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
Fernando Vivas

¿Qué pasó para que lanzara su discurso más conciliador desde que abrió fuegos contra el Congreso y el Ministerio Público (MP) el 28 de julio pasado? Que se largara . Así de simple. Pero todo lo que sucedió antes fue alambicado y lleno de equívocos que algunos tomaron por pactos y de algunos posibles pactos de los que hoy sus protagonistas –presos o investigados– se arrepienten.

Tratemos de desentrañar la última fase de la crisis,entre la noche de Año Nuevo, cuando el aún fiscal de la Nación sacó a José Domingo Pérez y Rafael Vela, y el miércoles 9, cuando un conciliador Vizcarra saludó que la nueva fiscal de la Nación, , propusiera declarar el MP en emergencia y, por lo tanto, el proyecto de ley del Ejecutivo en ese mismo sentido quedó en lo que el propio presidente llamó “un insumo” para el debate.

El congresista aprista Jorge del Castillo ironizó en un tuit del mismo miércoles que la nueva fiscal de la Nación “dejó sin piso al presidente”. Pero, en realidad, a Vizcarra se le vio aliviado al cerrar un frente en el que no se sentía tan cómodo como se sentía pechando a los fujimoristas.

Chávarry sin chaveta—
Una fuente cercana a Chávarry me contó que en la mañana del 31 el aún fiscal de la Nación parecía resignado a tolerar a Pérez y a Vela a pesar de que dijo a su entorno que lo tenían hinchado. Esto no siempre fue así. La primera decisión pública del ex fiscal de la Nación, para contrarrestar el sinsabor de los audios del ‘Lava Juez’ que casi frustran su toma de mando el 20 de julio, fue empoderar a Vela y a Pérez, poniéndolos al mando del equipo especial Lava Jato. Chávarry, me dicen, tiene una larga amistad con Vela y con su familia, y confiaba en que este iba a encauzar a Pérez sin que se exceda en diligencias. Pensaba, además, que la cancha política se nivelaría cuando el mismo equipo procesara a los ‘ppkausas’, y los casos de Humala y Villarán llegaran a la fase de acusación.

Pero la justicia no tiene ‘timing’. La investigación de Keiko Fujimori devino en espectacular detención y prisión preventiva, mientras los otros casos caminan lento. Las presiones que Chávarry recibía de un lado, y el cargamontón y las denuncias constitucionales del otro, lo llevaron a pelear con el equipo especial y perder autoridad en el MP. Hostilizó por las puras a sus subalternos; fue blindado por las puras en el Congreso. Sus asesores, entre los que estaba el enlace parlamentario Juan Manuel Duarte, el periodista Ricardo Cervera, la ex congresista humalista Rosa Venegas (que mostró su temeridad al admitir suelta de huesos que violó oficinas lacradas), le sirvieron de poco o nada.

El desenlace de esta penosa historia empezó, pues, en Año Nuevo y obligó a Vizcarra a darle un telefonazo a Jair Bolsonaro. ¿Qué tiene que ver Brasil en esto?

—Aló, Jair—
Vizcarra tenía decidido estar dos días en Brasil. Imposible perderse una asunción de mando en el vecino gigante. Además, había que tomar un primer contacto con Bolsonaro. Cancillería había pactado un encuentro informal entre los dos presidentes para el 1 de enero.

Pero, cuando Vizcarra recibió el mensaje de uno de sus asesores, contándole lo que acababa de hacer Chávarry, se trastocó todo. El presidente decidió acortar el viaje y regresar en la mañana siguiente. El encuentro pactado se cambió por un telefonazo cordial, en el que Vizcarra, según él mismo contó a su regreso, le explicó las razones de su abrupta partida. Nos quedamos con la duda de si, cara a cara y relajados, hubieran tocado el tema de la política colaboración judicial entre los gobiernos. Aunque el acuerdo que pronto se firmaría con Odebrecht es con una empresa privada, los gobiernos pueden alentarlo.

Vuelto a Lima el 1, Vizcarra dio cara a la prensa para admitir que aún no había decidido con qué gesto replicar a Chávarry. Y pidió unas horas para contarlo en conferencia de prensa. Los fujimoristas ya habían salido a respaldar a Chávarry. Apareció el presidente lanzando un proyecto de ley para declarar el MP en emergencia y descabezarlo en el interín. Si el Congreso no lo priorizaba, advirtió Vizcarra, lanzaba una cuestión de confianza. Era la última batalla de una guerra avisada y con libreto repetido.

Me cuentan fuentes palaciegas que el proyecto al que la mayoría de expertos, incluyendo amigos del régimen, acusaron de tener visos inconstitucionales, salió de la cancha del Minjus, concretamente, del viceministro Fernando Castañeda. Será por eso que el primer ministro César Villanueva no tuvo empacho –para pica del ministro Vicente Zevallos entrevistado en Canal N– de pedir al Congreso que si el proyecto era inconstitucional, lo mejorasen.

En realidad, según mis fuentes, en esta batalla a Vizcarra sí le preocupaba no pecar de invasor de un poder ajeno. Pidió que no pareciese que querían sacar a Chávarry para colocar a Pablo Sánchez o algún fiscal en especial y rechazó la posibilidad de mencionar la cuestión de confianza en el documento que dejó personalmente en el Congreso. La invocó oralmente y con cierto desgano.

Por todo esto, más que el SOS que Keiko lanzó desde prisión pidiendo a su bancada que se alinee con el proyecto del Ejecutivo, Vizcarra celebró que el propio Chávarry renunciara y diera pase a una promesa de autorreforma fiscal.