Carlos Paredes, hace un par de semanas, me esbozaba algunos de los hallazgos de los que se compone “El perfil del lagarto” (Planeta, 2021). Uno de ellos lo acababa de soltar en el programa de Beto Ortiz –que Martín Vizcarra y su esposa Maribel Díaz habían sido vacunados en secreto- y trajo mucha cola. Otro, que ya se conoce, fue el de las visitas del vidente Hayimi a Palacio de Gobierno. ¿A qué fue? A absolver consultas sobre la suerte de la nación y de su mandatario, concluye Carlos sin necesidad de dar muchas vueltas al asunto.
“Me decidí a escribir el libro cuando leí el reportaje de la coima que describe Graciela Villasís”, cuenta Carlos, “y viajé a Moquegua”. (Se refiere a los reportajes de la Unidad de investigación de El Comercio, publicados en octubre del 2020, sobre las coimas que habría recibido Vizcarra de la empresa Obrainsa, cuando fue gobernador de Moquegua). El momento era perfecto porque “ya se había roto la muralla moqueguana”, y el autor aprovechó las delaciones que empezaron a darse, en Lima y en Moquegua, entre quienes habían guardado un miedoso o interesado silencio.
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Paredes añade a modo de disclaimer que fue asesor de comunicaciones de Mercedes Aráoz. Por eso, no se encuentran capítulos que la comprometan. Pero fue gracias a esa posición que pudo frecuentar el despacho de vicepresidenta que ella tenía en Palacio, y familiarizarse con el entorno vizcarrista. Hasta que la tensión entre su asesorada y el presidente, le costó el puesto. Lo despidieron de tal forma, que ha entablado una demanda laboral con la sede del gobierno. “¿Por eso lo llamas lagarto?”, lo provoco. Ríe y me cuenta que esa chapa se la pusieron a Vizcarra en su juventud moqueguana. No está seguro si tenía una acepción moral, o se debe a su figura alta y esmirriada, o a las dos cosas.
De bombero a incendiario
Otro episodio que me contó Paredes, es una elocuente muestra del reparto de indulgencias amicales a costa del Estado. Camilo Valdivia es el más constante amigo moqueguano de Vizcarra, desde la infancia hasta la cima de la carrera de este, cuando le abría su fundo pisquero en las afueras de Moquegua, para que se olvidé por unas horas del mundanal ruido que bramaba sobre Palacio.
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Camilo y Martín estudiaron juntos en el colegio y fueron parte del clan juvenil de los ‘Kalamazo’ (nombre de una locomotora del ferrocarril de Moquegua a Ilo). Entre lo mucho que tramaron juntos, fue meterse al cuerpo de bomberos. Martin olvidó el asunto, pero su amigo Valdivia se lo tomó en serio y fue el jefe departamental de los bomberos de su tierra cuando el terremoto del 23 de junio del 2001 la golpeó duramente.
Valdivia no quiso dar cuenta de todo lo recibido en la gestión del desastre, pero una auditoría reveló malos manejos y lo expulsaron, según cuenta Paredes. Ese legajo estaba desaparecido, pero otro veterano bombero, Giancarlo Alva, lo desempolvó para el autor. Esta historia no vendría a cuento sino fuera porque Vizcarra le dio a su amigo en la yema de su amargura, y abogó por que lo reincorporaran al cuerpo de bomberos, mediante una resolución del 18 de mayo del 2018 (ya era presidente) firmada por el comandante general (pág. 167-168).
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Eso no era suficiente. Otra resolución lo ascendió a teniente brigadier. Faltaba más. En diciembre del 2018, le fue otorgada la Medalla Dios Patria Humanidad. Vizcarra había sacado la espina que hincaba a su amigo y clavó una daga al cuerpo de bomberos. Tras ese episodio, Paredes me contó otro, que me intrigó más.
Se rompió la muralla
Se ha escrito bastante y especulado más sobre el pequeño y poco calificado círculo que rodeaba al presidente desde marzo del 2018 cuando juró, hasta el 10 de setiembre del año pasado, cuando implosionó de la peor manera: Manuel Merino, frotándose las manos, interrumpió la agenda de un pleno del Congreso, para que Edgar Alarcón, antivizcarrista en su momento de gloria, presentara al país un audio en el que la asistenta de Vizcarra, Karem Roca, jala la lengua a su jefe, a su secretaria general Mirian Morales, y al comunicador y hombre de confianza del presidente, Óscar Vásquez.
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Paredes habla de un momento previo, a inicios del 2020, cuando la muralla se hizo más estrecha. Vásquez estaba de licencia médica, pues padeció una operación al corazón; e Iván Manchego, amigo y asesor presidencial, se había alejado de Palacio. Maximiliano Aguiar, el asesor argentino, seguía con entrada irrestricta al despacho de Vizcarra, pero esa prerrogativa la perdió voluntariamente en marzo, cuando viajó a su tierra (San Juan, Argentina), para pasar allí la cuarentena. La distancia le hizo perder el paso de la coyuntura y de su asesorado, y acabó por renunciar a los pocos meses.
La muralla en su versión palaciega se redujo, por lo tanto, a los 4 del audio ventilado en el Congreso, además de la jefa de comunicación Mónica Moreno. Si allí hubo un quiebre (el de Roca), con mayor razón hubo sustos y delaciones en otros círculos. Uno de ellos fue el que incluía a Richard ‘Swing’ Cisneros. Se ha hablado mucho de la desconfianza de Vizcarra, por eso Paredes, prefiere hablar de otros rasgos asociados o superpuestos a ella: “Vizcarra compartimentaliza el poder; no creo, por ejemplo, que Aguiar supiera de la existencia de Hayimi. Eran círculos que no se tocaban”. Carlos no invoca a ese par por gusto sino por ironía: uno encarnaba la teoría de la comunicación política y el otro a las ciencias ocultas, la superchería, si quieren. Ambas dimensiones se tocaban en la cabeza del ingeniero Vizcarra.
Swing es parte de otro círculo que toca a la muralla, pero no a todos los que la componen. Morales, en los audios propalados, habla con antipatía de quien sí era un viejo conocido de Roca y Vásquez, a quienes envolvió en su afán “por llegar a la cima del poder a toda costa”.
En esa tensión entre Mirian y Richard, radica una historia que cuenta Paredes y que desnuda cómo la institucionalidad de la república se habría visto alterada por Swing antes de que supiéramos de él. Según Carlos, en su capítulo ‘Vizcarrín con mucho Swing’, el cantante no se limitó a obtener, gracias a Vizcarra, órdenes de servicio en el Ministerio de Cultura durante 6 gestiones ministeriales seguidas entre el 2018 y el 2020. Quería dejar sentir su presencia.
Versiones contrapuestas
Cuenta una fuente de Paredes que, en plena pandemia, Swing se jactó de su amistad con Vizcarra ante la ministra Sonia Guillén. Esta era blanco del clamor desesperado de los gremios de artistas, golpeados por una cuarentena que para ellos no tenía fin previsible. Lo menos que podía hacer la ministra era conseguir una partida para bonificar y paliar en algo la desgracia del rubro. Pero no anunciaba ni medidas ni sus pasos para conseguirlas ante la ministra ‘Toni’ Alva, desbordada con pedidos de bonos.
Swing, según el relato de Paredes y sus fuentes, la oyó exponer sus angustias un lunes 18 de mayo y llamó al presidente delante suyo, le explicó la urgencia de la cultura, y este le dio la razón. El miércoles 20 de mayo, en el consejo de ministros, se vio el tema y el 21 se publicó el decreto 058-2020, sobre “mecanismos de amortiguamiento para mitificar los efectos económicos, originados ante la emergencia sanitaria, sobre las actividades que se desarrollan en el sector de las industrias culturales, las artes”.
Sin embargo, esta versión no ha sido confirmada por la ex ministra. Paredes asegura que su fuente fue testigo de la conversación y no tuvo suerte al tratar de ubicar a Guillén para pedirle su descargo. Yo sí tuve suerte y la ministra me respondió rechazando la historia: “Nunca conocí ni crucé palabra con Cisneros. Sabía de su existencia tolerada y nunca tuvo mayor importancia en el Ministerio. Yo conseguí ese fondo, cambié a una viceministra para lograrlo y por ahí empezó la telenovela con Swing”.
La versión de Sonia Guillén nos lleva a especular que la denuncia del caso Swing pudiera deberse a una reacción ante ese cambio que la ministra señala que realizó en su equipo; pero Paredes tiene otra versión más explosiva sobre el origen de la filtración del caso Swing: Según fuentes palaciegas suyas, la filtración a la prensa sobre la presencia forzada de Swing en el Mincul, se habría originado en la pica de Mirian Morales al enterarse de la injerencia de aquel en un asunto de estado.
Según Paredes, Morales pidió al equipo de periodistas de Palacio que hicieran llegar la información conteniendo la última orden de servicio de Swing con el Mincul, aquella de la conferencia sobre ‘liderazgo transformador sapiencial’, cometida virtualmente en plena pandemia. En este equipo no conocían a Swing, y al buscar información sobre él en Internet, vieron sus antecedentes faranduleros, protagonizando escándalos en el set de Magaly Medina. De ahí que habrían decidido filtrar el dato al programa “Magaly la firme” de ATV, que efectivamente, lo aireó la misma noche del 18 de mayo.
Carlos aclara que Morales no le respondió sus mensajes pidiéndole su versión. A mí tampoco me ha respondido, pero presumo que ha cambiado de teléfono tras caer en desgracia. Quien sí ha respondido al libro es Magaly Medina, en su programa del lunes 22, asegurando que la información no le llegó de Palacio sino que la trabajó en base a algo ya publicado por la revista Lima Gris, especializada en temas culturales. Sin embargo, como Paredes ha confirmado, la revista recién publicó su denuncia del caso Swing un día después de Magaly, el 19 de mayo.
Edwin Cavello, editor de la revista, también ha reaccionado al libro, asegurando que su denuncia se basó en fuentes de alto nivel del Mincul y no de Palacio de Gobierno. Sin perjuicio de que unos y otro informantes estén relacionados; Magaly no puede haber originado su reportaje, por lo tanto, en Lima Gris, sino en otra fuente.
Noche de gala
Paredes viaja hacia el pasado moqueguano, preguntándose si Vizcarra conoció allí a Swing. Encuentra una respuesta parcial. Freddy Valdivia, ex secretario general del gobierno regional, le contó que Óscar Vásquez, entonces empleado de Canal 4 en Lima, ofrecía todos los meses de noviembre cuando se celebraba el aniversario de Moquegua, un paquete de artistas para la noche de gala que organizaba el gobierno regional. Recuerda que Swing figuró en una oportunidad, pero que no llegó a ser contratado. Por lo tanto, Paredes concluye que Vásquez conocía al cantante.
Vásquez no respondió a Paredes cuando este le pidió su versión. Pero, ya leyó el capítulo, y me ha dado su versión: Insiste en que recién conoció a Swing en la campaña del 2016, en el que este era más cercano a Karem Roca. Admite que es cierto que colaboraba con la noche de gala moqueguana, pero que solo sugería nombres gracias a sus contactos limeños y su retribución por ello era ser invitado a Moquegua todos los años. No recuerda que Swing estuviera entre los nombres que aportó.
Hay algo mucho más serio que eso y se lo pregunté a Vásquez. Una hipótesis que describe Paredes en el mismo capítulo y que investiga la fiscal Janny Sánchez-Porturas, plantea que Vásquez fue intermediario en el presunto pago a Cisneros con fondos que, según otra fuente de Paredes, podrían ser de la Digemin (Dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior, un área de la policía sobre la que Paredes recoge la sospecha de que fue instrumentalizada por Vizcarra para vigilar y protegerse de sus enemigos políticos). Vásquez rechaza su participación en ese hipotético esquema con el argumento de que la fiscalía no apeló, en su caso, el rechazo del pedido de prisión preventiva.
Vásquez niega ser amigo de Swing con un suspiro que, por lo menos, convence de que lo ha padecido en serio. Pero no niega a Vizcarra por nada. Sigue apoyándolo visiblemente desde el Twitter en su campaña al Congreso que –vaya salto de lagarto sobre el lomo de Daniel Salaverry- parece la campaña presidencial que nunca tuvo.
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