Como el destino de Santiago Nasar, la renuncia de Francisco Petrozzi era una crónica de una muerte anunciada. La manera torpe con que manejó el Gobierno la salida de Hugo Coya de la presidencia de IRTP no invitaba a otra salida. La filtración del chat con las conversaciones entre Petrozzi y el periodista fue solo un manotazo de ahogado. Burdo además.
Petrozzi se convirtió así en el ministro que menos tiempo ha durado en la cartera creada en el 2010: 62 días. Y ocupa el sexto lugar en el ránking general de los ministros de mandato más breve desde el 2000. Está detrás de Nidia Puelles, Fernando Olivera, Daniel Córdova, Jorge Meléndez y Carlos Bruce.
Pero hay otro dato que explica con vergonzosa elocuencia cuál es el lugar que ocupa la cultura para quienes gobiernan el país: es la octava persona que pasa por ese ministerio desde que Pedro Pablo Kuczynski jurara como presidente el 28 de julio del 2016.
El primero fue Jorge Nieto, a quien reemplazó Salvador del Solar. Luego vinieron Alejandro Neyra, Patricia Balbuena, Rogers Valencia, Ulla Holmquist y Luis Castillo. Quien más duró fue Del Solar (387 días). El resto apenas tuvo tiempo para calentar su asiento y pedir un café.
Que la cartera de Cultura se haya convertido en una silla caliente explica cuál es el valor que le otorgan desde Palacio de Gobierno. Con ministros que duran menos que un suspiro es imposible darle continuidad a cualquier política pública o trabajar con cierta planificación mínima.
¿Qué funcionario va a querer firmar un papel o dar una orden si no sabe si el ministro que lo respalda seguirá en su sillón mañana o la próxima semana? ¿En esas condiciones es posible promover nuestra cultura, proteger nuestro patrimonio o fomentar la lectura? El problema de fondo no es Petrozzi, sino el escaso valor que el Gobierno le da a la cultura.