Máximo Torero Cullen es el economista jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Nacido en el Perú, empezó su labor en ese organismo en el 2019, poco antes del inicio de la pandemia del COVID-19; ahora, cuando el coronavirus parece disiparse, enfrenta otra crisis mundial de la que recién vemos los primeros efectos. Tanto un virus repartido en todo el mundo, como una escasez de alimentos capaz de poner en jaque a naciones enteras, le permiten entender cómo funcionan las crisis de largo aliento y cómo a veces los países, el Perú es uno de ellos, se enfocan más en las soluciones de corto plazo.
—Hay alrededor de 193 millones de personas en 53 países o territorios que se encuentran en contextos de crisis con una inseguridad alimentaria aguda o en situaciones peores, según se ha informado recientemente. ¿Estábamos mejor? ¿Estaremos peor?
Ese es el último reporte que se hizo antes de la guerra. Al hablar de seguridad alimentaria aguda o ‘food security’, estamos hablando de dos mediciones: la inseguridad alimentaria aguda, que es de corto plazo, y la desnutrición crónica, que es una consecuencia de largo plazo. Hay 193 millones de personas con inseguridad alimentaria aguda, y más de 800 millones con desnutrición crónica. Aquí el incremento por el COVID-19 fue más o menos de 161 millones de personas el año pasado.
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—Si esa medición fue previa a la invasión en Ucrania, ¿cuáles eran los factores que habían provocado esos índices?
Tenemos los factores que ya conocemos: la variabilidad del clima, países en conflicto y el COVID-19, que generó una recesión económica. En el caso de Latinoamérica, sobre todo en el Perú, fue que los daños fueron muy largos y la economía peruana es informal. Esa gente no era pobre, era gente que tenía un ingreso medio y, al perder su actividad económica, saltó a la pobreza, porque además liquidó su capital de trabajo. Entonces, en el Perú, el crecimiento de la inseguridad alimentaria fue altísimo.
—Un año atrás, en una entrevista para el diario “El País”, dijo algo que sonaba premonitorio: “Si colocamos barreras a la exportación de alimentos en tres o cuatro países claves, podemos provocar una crisis”. Pero hablaba de proteccionismos y cómo evitarlos. Nadie imaginó que la barrera sería un tanque ruso en una plaza ucraniana.
En el 2011 había cinco países con el 84% de las exportaciones de maíz, cinco países con el 63% de exportaciones de trigo, y cinco países con el 95% de exportaciones de arroz. Entre 1990 y el 2019, estos países, con Estados Unidos y la Comunidad Europea, vieron caer sus exportaciones en 7 millones de toneladas métricas. ¿Qué pasó ahora? El gran crecimiento de las exportaciones se ven en Ucrania y Rusia, que subieron en 66 millones de toneladas métricas sus exportaciones. Entonces, cualquier cosa que les pase a esos países va a afectar los precios en el mundo. Si no hubiera sido una guerra, sino un choque climático en Ucrania y Rusia, habría pasado lo mismo. Los alimentos están ahí, los fertilizantes están ahí. El problema es que no los puede sacar.
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—Exactamente, ¿en qué fase de la crisis alimentaria estamos? ¿Todo puede ser peor? ¿Qué sucede si una sequía feroz ataca a EE.UU. o Argentina o Brasil, otros países productores?
El problema del próximo año serán los fertilizantes. Es una desgracia lo que está pasando en el Perú. ¿Qué es lo que el Perú importa más de Rusia? Nitrógeno. El nitrógeno es lo que más se necesita en la primera etapa, en la plantación. Si no solucionamos el problema de fertilizantes de Rusia, que ha puesto una barrera a la exportación, no solo vamos a tener una caída de estos cereales de Ucrania y Rusia, si es que la guerra continúa, sino que además el mundo va a producir menos, porque va a haber menos acceso a fertilizantes. Entonces, ahí sí puedes tener una situación en la que tienes un problema de acceso –porque los precios van a subir–, pero también hay un problema de disponibilidad.
—¿Hay alguna manera de retirar esos cereales acumulados en Ucrania y esos fertilizantes de Rusia?
Se está haciendo mucho esfuerzo, desde Estados Unidos y la Unión Europea. Ucrania, por la guerra, no ha consumido lo que su población suele consumir. Entonces, tiene un total de 24 millones de toneladas métricas en sus depósitos. Si no las mueven, no tienen dónde guardar la nueva cosecha que empieza ahorita. Esa es la desesperación. Pero si yo logro sacar esos 24 millones de toneladas métricas de cereales, voy a tener un exceso de exportaciones en el mundo. Eso complica las cosas porque los precios van a empezar a caer, y eso es un problema para los productores.
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—¿Cómo sacar alimentos básicos de un país en guerra? Se necesita una estrategia casi militar.
Se están evaluando tres mecanismos. Uno es moverlo en trenes a través Polonia, pero va a demorar muchísimo, porque los trenes no son compatibles y tienen que cambiar de vagones; es muy complejo. El otro es hacer un acuerdo con Rusia para que puedan salir los barcos, lo que les permitiría mover al mes alrededor de 5 millones de toneladas métricas. Pero estamos hablando que recién en cinco meses podrían sacar todo. Y la tercera alternativa es dar más capacidad de almacenaje en Ucrania para guardar la nueva cosecha, hasta que la cosa funcione.
—Si ninguno de esos planes funciona, ¿qué sucedería en países como el Perú, en gran parte dependientes de esos insumos?
Me preocupa mucho más el 2023. Porque, ¿qué va a pasar en el Perú si no logran traer todos los fertilizantes que se necesitan? Toda la productividad de los productos de alto valor del Perú va a caer. Hablo de los espárragos, la fruta, las estrellas de nuestra agroexportación. ¿Qué estamos usando en el Perú? Estamos usando urea de pollo, que no es equivalente. Toda Latinoamérica es importadora dependiente de la generación rusa de NPK [nitrógeno, fósforo y potasio, empleados en los fertilizantes]. México ha empezado a producir nitrógeno ahora, porque también tiene petróleo. El Perú podría haberlo hecho con el gas. Entonces, yo creo que hay que aprender de esto para el futuro.
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—Concretamente, ¿qué propone la FAO en esta etapa de la crisis?
La primera propuesta que hemos manejado es el ‘food import financing facility’ (FIFF), que es la facilidad de la importación de alimentos. Si yo tengo un país muy vulnerable –muchos de los países pobres están muy vulnerables porque no tienen capacidad de endeudamiento–, su capacidad de importación de alimentos se ha reducido sustancialmente porque el precio ha subido y el tipo de cambio se ha devaluado. ¿Por qué sirve esto? Porque de inmediato se solucionan los cuellos de botella de los más pobres y te ayuda a evitar el problema. La segunda propuesta es buscar eficiencias. Se puede ganar mucha eficiencia con los mapas de suelos. El Perú en algunos casos tiene buenos mapas de suelos, por el sector privado, pero no en todos lados. Tratemos de tenerlos para evitar el desperdicio de fertilizantes.
—Eso en el lado de la producción agrícola. ¿Qué se puede hacer desde el lado del comercio y el consumo?
Reducción de pérdidas y desperdicios. O sea, el mundo bota mucha comida en todos lados, tanto en la parte del ‘retail’ al consumidor como la parte del productor. Se requiere un cambio de comportamiento, no desperdiciar la comida. En esta emergencia, la situación es un poquito distinta, y eso lo aprendimos con el COVID-19. Tenemos una escala de seguridad alimentaria, con una batería de preguntas y una metodología que, al aplicarla a escala subnacional, nos permite identificar cuáles son los puntos de inseguridad alimentaria. Y eso puede ayudar mucho a gobiernos como el Perú a focalizar mejor el apoyo social. En la época del COVID-19, ¿cuál fue el problema que tuvo el Perú? Que agarró a los beneficiarios del programa Juntos que ya tenía, los expandió y les dio más plata. Pero esos beneficiarios eran normalmente rurales y ellos no se vieron afectados por el COVID-19 al inicio. Los que se vieron afectados fueron todos los informales. Si hubieran utilizado la escala hubieran podido focalizar mejor y habríamos evitado el nivel de hambruna que tenemos.
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—¿Eso aumentó los niveles de hambruna? ¿Es tan directa la relación entre la causa y el efecto?
En la última medición que hicimos nosotros, y que la vamos a presentar dentro de unos meses, vimos que el Perú está teniendo problemas muy serios de hambruna, muy serios. Inclusive se mandó un equipo para verificar en campo; lo que vemos en Lima y Miraflores no es lo que está pasando en el Perú.
—¿Qué encontraron? En el imaginario colectivo local, el hambre se concentra en las zonas rurales pobres de las alturas andinas o en las comunidades amazónicas.
Encontramos en zonas periurbanas unos niveles de hambruna que nunca habíamos visto antes en el Perú. Hay un grupo muy grande de la población que ganaba plata y que dejó de ganarla, y además quemó su capital de trabajo. Tienes comedores populares, pero se han debilitado fuertemente y ahora están mucho peor por los incrementos de los precios de los alimentos; esa gente no tiene qué comer. Ha habido un salto en el Perú en lo que llamamos inseguridad alimentaria aguda, que nos llamó demasiado la atención.
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—Una persona que gana menos, comerá menos o comerá peor.
Así de crudo. Cuando no tienes plata, baja la calidad de tu dieta y eso te lleva a todos estos problemas que se tienen en nutrición, pero también puedes tener obesidad en el mismo hogar.
—Se va a reanudar, con más apasionamiento que nunca, el debate sobre dónde es mejor mantener la agroecología, y dónde usar la biotecnología.
Esta dicotomía no tiene ningún sentido. Hay temas en los que se puede combinar lo químico con lo orgánico. Hay que encontrar son soluciones, sean de agroecología como de biotecnología, que nos permitan ser eficientes. Lo que digo es: veamos qué opciones hay, veamos qué reglas de juego se tienen que poner, y trabajemos. Pero no manipulamos la situación por algo dogmático; el hambre de la gente no es dogmática.
—Entró a la FAO en el 2019, y poco tiempo después apareció el COVID-19. Luego empezó la crisis alimentaria. Digamos que no hubo tiempo de acomodarse en el puesto.
En los días del COVID-19 empezamos a trabajar desde el primer día. Tuve la ‘suerte’ de ser una de las primeras personas a las que pusieron en cuarentena, porque tuve una reunión en el Vaticano y uno de los curas se había contagiado. Entonces todo mi equipo –son algo de 6 mil empleados– se movió al plano virtual antes de que hubiera encierros más grandes. Allí aprendimos a trabajar las 24 horas, la diferencia entre el día y la noche no la entiendes porque estamos en todas las regiones del mundo.
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—¿Cómo se afrontó esa emergencia y cómo se afronta la actual?
La emergencia era tal, que cambió toda la dinámica. Y ahora estamos en una dinámica de ‘shock’, pero en la pandemia aprendí que no puedo estar dedicado a apagar incendios mañana, tarde y noche. Yo doy la cara en las emergencias, pero también seguimos avanzando en todas nuestras reformas y recomendaciones más estructurales. Hay que empezar a buscar mayor capacidad de resiliencia en los países, porque el cambio climático, las sequías, las enfermedades van a estar ahí, tenemos que estar preparados. No importa solo el corto plazo.
—En el Perú murieron más de 200 mil personas y la economía acabó golpeada. ¿Qué se hizo mal?
En un país ideal, no importa quién sea el presidente si se tiene una institucionalidad que permita avanzar. Pero en eso el Perú está cada vez más débil. Hay que trabajar fuerte para recuperar eso, porque este no es un momento de juegos. Después del COVID-19, quien fuera el ministro de Economía no tenía que hacer nada, la economía iba a recuperarse y crecer, no había dudas al respecto, porque el país estaba bien financieramente, tenía acceso a mercados internacionales a bajas tasas de interés, y tenía commodities. El ministro tenía que sentarse y mirar cómo la curva subía. Pero, bueno, hicimos lo opuesto.