Uno de los jóvenes fallecidos durante entrenamiento militar fue sepultado hoy en el cementerio Jardines del Buen retiro de Puente Piedra. (Fotos: Andina)
Uno de los jóvenes fallecidos durante entrenamiento militar fue sepultado hoy en el cementerio Jardines del Buen retiro de Puente Piedra. (Fotos: Andina)
Diana Seminario

Muerte. Esta sola palabra puede resumir lo que sucedió la semana pasada, pero parece que eso ya a nadie le importa. Las víctimas son peruanos de a pie, cuyo nombre no causará revuelo alguno.

“Nuestras condolencias a la familia militar por esta pérdida”, “seguiremos luchando contra el terrorismo para que la muerte de valerosos soldados no sea en vano”, “necesitamos que en nuestro país se respete a las mujeres”. Estas “sentidas palabras” no le van a devolver la vida a nadie y tampoco resolverán los inmensos problemas que originaron cada una de estas muertes. No son cifras que se incrementan, son mucho más que estadísticas; son personas con nombres y apellidos, con familias, amigos y vecinos.

Fernando Ruiz del Águila prendió fuego a su ex pareja Marysella Pizarro, quien estaba embarazada, en la peluquería donde trabajaba y le causó la muerte. Tirsa Cachique, dueña del salón de belleza, murió días después.

Carmela Álvarez es la madre de un niño muerto en la guardería Niños Maravillosos de Los Olivos. Los deslindes de responsabilidades no le van a devolver a Carmela a su hijo.

John Apaza Mayta y John Gabriel Bernales Mendoza fueron asesinados por narcoterroristas en Ayacucho mientras hacían su trabajo. Hacerles un homenaje frente a sus ataúdes no consuela a nadie.

Bryan Lizana Chávez, Percy Gálvez Pareja, Miguel Ángel León Lamas y Edinson Huangal Alvarado se ahogaron el viernes pasado en la playa Marbella cuando entrenaban como parte de su formación en el Ejército. Decir que fue una negligencia y que se investigará a fondo no hace menos dolorosa su partida.

A Flor Calderón Chávez y a sus dos hijos, de 3 y 5 años, los mató Carlos Chozo Neyra en Chiclayo. Pedir la máxima sanción para el asesino y “rechazar todo tipo de violencia contra la mujer” no evitará que estos crímenes se sigan cometiendo, ni que miles de mujeres callen los maltratos que sufren por miedo o vergüenza.

Estas vidas perdidas nos interpelan, todos sufrimos de una terrible y cruel indiferencia, y la desidia no sabe de partidos políticos ni de ideología. Cada una de estas muertes nos recuerda que pudimos hacer mucho por evitarlas.

Cada cierto tiempo conocemos de planes para “acabar contra la violencia”, estudios, diagnósticos que hasta la fecha no han resuelto nada. Quizá la única solución sea cumplir las leyes y ser más humanos.

Marysella podría estar viva si la hubieran escuchado cuando denunció los abusos que sufría. La orden judicial para que su ex pareja no se le acercara llegó cuando ya había muerto carbonizada. La guardería Niños Maravillosos no debía ni siquiera funcionar, no tenía permiso de Defensa Civil. Carmela podría seguir disfrutando de su bebe si las normas se hubieran cumplido.

Bryan, Percy, Miguel Ángel León y Edinson podrían seguir entrenando en el Ejército si se hubieran cumplido al pie de la letra los mínimos protocolos de capacitación militar.

Flor y sus hijos probablemente seguirían vivos si su asesino hubiera sido encarcelado desde la primera vez que tuvo la intención de quitarle la vida.

Estas muertes no suponen ningún escándalo mediático, ni le darán protagonismo ni cámaras al político de moda. Los muertos no votan.

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