La aprobación al presidente Pedro Castillo sube ligeramente de 38% en agosto a 42% en setiembre. Esta variación no es inusual. Pedro Pablo Kuczynski subió de 61% a 63% en el mismo periodo en 2016, Ollanta Humala de 55% a 65% en 2011 y Alan García repitió el 63% que obtuvo en su primer mes de gobierno en 2006. La razón es que, durante los primeros meses, el nuevo gobernante suele contar no solo con el apoyo de quienes votaron por él, sino también con el de aquellos que le dan el beneficio de la duda y el de los que logra atraer con gestos de apertura.
Quizá la comparación más relevante sea con Ollanta Humala, otro candidato que llegó al poder con el apoyo de la izquierda política y de la población andina. Al igual que Castillo, en su segundo mes de gobierno Humala tenía más apoyo en el interior del país que en la capital, solo que en ambos casos en proporciones mucho más elevadas. La aprobación de Castillo en Lima es de apenas 29%. La de Humala era 61%. La aprobación del actual presidente en el interior es 49%. La de Humala era 68%.
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La explicación de la diferencia podría estar en que, desde que pasó a segunda vuelta y presentó su “Hoja de Ruta”, Humala entendió que debía gobernar construyendo consensos. Castillo, en cambio, persiste en no escuchar a la opinión pública cuando le pide retirar del gabinete a ministros severamente cuestionados como Guido Bellido e Iber Maraví.
Como se sabe, Bellido ha generado mucha resistencia por haberse encontrado en sus redes sociales citas y fotografías del cabecilla terrorista Abimael Guzmán, así como por sus reiteradas expresiones misóginas, la última de las cuales fue contra la congresista Patricia Chirinos, según ha denunciado esta. Por su parte, Maraví ha sido identificado en diversos atestados policiales y por miembros de Sendero Luminoso como un antiguo militante de dicha organización que habría participado en atentados. Castillo parece no percibirlo, pero la propia viabilidad de su gobierno pasa porque depure su gabinete de los elementos que generan mayor rechazo.
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