La ampliación de la cuarentena hasta el próximo 24 de mayo parece haber sido una decisión más compleja para el Gobierno que las tres extensiones que la precedieron. Con más de 50 días encima, existía la sensación de que había agotado su propósito, o que sus beneficios ya no superaban los costos económicos y sociales derivados de su aplicación, o que en la práctica los niveles de incumplimiento permitían deducir que había sido levantada.
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Que el presidente Vizcarra anunciara su determinación apenas dos días antes de que venciera el plazo para su culminación, en este sentido, no solo es indicativo de un nivel de improvisación y desconsideración hacia el ciudadano que no puede justificarse por la gravedad de la situación, sino de discrepancias entre los distintos sectores que conforman el Gabinete. El extenuante preámbulo del mandatario para vocalizar lo que había resuelto en la conferencia del viernes pasado es otro reflejo de esta disyuntiva.
En esa medida, es difícil vislumbrar una extensión de la cuarentena luego del 24 de mayo, independientemente de si al término de estas dos semanas los resultados son positivos o neutros en términos de la estrategia sanitaria (los efectos económicos y sociales, sabemos, son obviamente muy graves). Al menos no una que mantenga la misma rigidez y limitaciones para las actividades económicas.
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En estas dos semanas, por tanto, el Poder Ejecutivo debe realizar correctivos importantes. En el plano comunicacional es vital empezar a preparar a la población para el inevitable tránsito que se avecina: el aislamiento actual tiene una fecha de caducidad y tendremos que aprender a convivir con la pandemia –por más duro que sea y precisamente por ello– hasta que exista un tratamiento efectivo o vacuna disponible.
Para ello, el Gobierno debe apostar por el conocimiento en lugar del miedo. Basta ya de operativos de seguridad útiles para captar la atención de las cámaras, pero que no atacan aglomeraciones. Toca emprender campañas para educar al país en el uso de mascarillas, higiene personal, distanciamiento físico, entre otros hábitos para mitigar los riesgos de contagio. Lo que se ha hecho hasta la fecha en este flanco es lamentablemente insuficiente.
El otro gran punto débil del Ejecutivo en estos casi dos meses ha sido el de gestión. Más allá de los esfuerzos del Minsa para aumentar la capacidad hospitalaria, se han hecho evidentes las limitaciones de este y otros sectores para identificar problemas, plantear soluciones y ejecutarlas oportunamente.
Es, por decir lo menos, desalentador que al día 45 se anuncie como gran hallazgo que los mercados, bancos y el transporte público son focos de contagio, o que el Ministerio de Justicia insista en que la situación en los penales está controlada. O, por el lado de la reactivación de la economía, constatar la incapacidad del Ministerio de la Producción para priorizar actividades con verdadero impacto (el delivery, al parecer, es un tema más mediático) o diseñar normativas adecuadas con un mínimo sentido de la urgencia.
Todos le deseamos éxito al Gobierno en esta difícil coyuntura, y sería mezquino esperar un accionar libre de errores. Una vez constatados estos, sin embargo, corresponde enmendarlos si se quiere mejores resultados.