Un deseo, la columna de David Rivera
Un deseo, la columna de David Rivera
David Rivera

Un domingo del verano del 2014 nos ganó el tiempo para ir al sur. Santiago, mi hijo a quien por entonces le faltaban unos meses para cumplir 3 años, nos había pedido ir a la playa, y esa mañana en particular nos había insistido. Como buenos padres primerizos, no queríamos defraudarlo. Recordé que un amigo surfista nos había hablado de una playa que estaba bien en la Costa Verde. Decidimos con Mariana bajar un rato para darle gusto a Santiago. No pudimos entrar a la playa ubicada frente al restaurante Costa Verde. Ni siquiera estacionarnos, pues se habían encargado de bloquear todas las posibilidades de estacionamiento que no fuesen para sus clientes.

Terminamos en una en Chorrillos. Bajamos del auto y vimos a unos jóvenes drogándose. Decidimos ubicarnos a un extremo de la playa para estar solo un rato. Mariana y mi padre aprovecharon para ir a refrescarse al menos los pies. Santiago había decidido quedarse jugando con un chisguete. De pronto me dijo para ir al mar, y cuando estaba por cogerlo de la mano para hacerlo, le dije:

- Chino, no podemos.

- ¿Por qué?

- Tenemos que cuidar las cosas.

Se quedó en silencio unos segundos y me preguntó:

- ¿Y por qué tenemos que cuidar las cosas?

Cuando estaba preparando las palabras para explicárselo, me percaté de cómo, en ese instante, estaba comenzando a inculcar en mi hijo la desconfianza, y cómo ese sentimiento lo terminaría acompañando muy probablemente toda la vida.

Digo probablemente en realidad con total certeza. Porque si usted, estimado lector, observa los principales problemas que tenemos como sociedad, encontrará que detrás de casi todos la razón base es nuestra desconfianza en todo y en todos. El caos vehicular, los excesivos trámites burocráticos tanto en el sector público como en el privado, los conflictos sociales, o que en nuestro país se sea culpable hasta que se demuestre lo contrario. Usted pensará que es una desconfianza justificada, y tiene razón. Si uno va manejando y no se abre a la derecha cuando lo que va a hacer es voltear hacia la izquierda, es muy probable que se quede un par de semáforos rojos mientras los ‘vivos’ no tendrán que esperar.

El problema es que hemos terminado cayendo en un círculo vicioso que se justifica y se retroalimenta a sí mismo. ¿Cómo hacemos para que Santiago o sus hijos puedan desenvolverse en una sociedad distinta?

Valoro, y mucho, las iniciativas privadas que tratan de promover un cambio en ese sentido. Lamentablemente, quedarán solo en buenas intenciones si es que en paralelo no logramos un cambio fundamental: el ejercicio de la autoridad y del imperio de la ley.

Es por esta razón que cuando Moises Naím se presentó en CADE, dijo que el Perú debía priorizar una sola reforma. No, no es la laboral, es la de la justicia. Porque mientras no hagamos esa, y la desconfianza siga siendo el sentimiento predominante en nuestra interacción, será un parto –o imposible– cada cambio que queramos hacer.

Ahora bien, en un país con instituciones precarias, para que comience a prevalecer el imperio de la ley se requiere de liderazgos honestos y coherentes, algo de lo cual hoy carecemos más que nunca (al menos en nuestra historia reciente). Las alianzas electorales son tan solo una muestra de ello.

Por eso, mi deseo de largo aliento es que este año que comienza logremos priorizar la recuperación de la confianza en nuestra sociedad. Y el de corto plazo, que en las elecciones que se avecinan hagamos un esfuerzo por poner delante la honestidad antes que cualquier otro paradigma. Necesitamos recuperar y volver a los principios.

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