Cuando empezamos la cuarentena, la promesa fue que veríamos pasar el pico de la epidemia desde nuestros hogares y que, una vez cumplido el plazo establecido, saldríamos a un mundo con nuevas restricciones, pero con la marea del coronavirus ya baja.
Sin embargo, henos aquí, luego de 39 días de cuarentena, surfeando –un eufemismo para ‘agitando con torpeza manos y piernas con la cabeza apenas fuera del agua’– el pico de la ola del COVID-19. La encuesta de Ipsos publicada el martes en este Diario muestra cómo cada vez más personas se quedan sin ingresos y cómo la precariedad del empleo y las finanzas familiares auguran que este es apenas el inicio de un camino sumamente complicado.
Las cifras que día a día publica el Gobierno son muy preocupantes. Como han recalcado muchos especialistas, la cantidad de casos detectados es un mal indicador para medir el avance de la epidemia porque depende del número de pruebas realizadas; sin embargo, el número de muertes y casos en UCI son una muestra inequívoca de qué tan serio es el problema. Y sí que lo es.
Según la información disponible en la página web del Ministerio de Salud, la tasa promedio de crecimiento de muertes desde que empezó abril es 12%. Con lo cual, en los últimos veinte días la cantidad de fallecidos por el COVID-19 se ha multiplicado por 8. El 2 de abril, había 61 muertos y ayer se reportaban 530.
Ahora bien, esto no nos coge de sorpresa. El presidente Martín Vizcarra y el ministro de Salud ya habían advertido que esta semana sería la más dura. Ello significa que el sistema de salud está llegando al tope de su capacidad y que los médicos podrían verse pronto en la penosa disyuntiva de tener que elegir a quién ponen en ventilación mecánica y a quién no.
En teoría, estamos entrando en la cuenta regresiva para que culmine la segunda ampliación de la cuarentena. Supuestamente faltan solo cuatro días. Sin embargo, cuando el Gobierno decretó que el aislamiento obligatorio iba a durar hasta el 26 de abril, sus proyecciones respecto a la evolución de la curva no eran las que nos muestra hoy la realidad. Con ello, el Ejecutivo debe decidir si la nueva evidencia amerita extender la cuarentena.
La elección, por supuesto, no es sencilla, pues nos encuentra en medio de una tensión inevitable: la economía versus la salud. La angustia de los hogares que no tienen que comer, que se quedaron sin trabajo y que inevitablemente caerán –o se hundirán más– en la pobreza versus los hospitales repletos de enfermos que no podrán evitar una avalancha de muertes si los casos graves siguen en aumento.
La extensión de la última sesión del Consejo de Ministros –al menos dos días– es una clara muestra de la delicadeza de la decisión que tienen que tomar el presidente y su Gabinete. No soy ni epidemióloga ni economista para opinar sobre cuál es el mejor camino, solo tengo la certeza de que en cualquiera de los dos casos –con o sin extensión de la cuarentena– el Gobierno será criticado. Sin embargo, aún cuenta con suficiente capital político como para corregir sobre la marcha sus decisiones sin perder credibilidad. La ruta que elijan no estará escrita en piedra. Esa es una gran ventaja que, esperemos, el Gobierno sepa aprovechar.