La embrujada PCM, por Juan Paredes Castro
La embrujada PCM, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

Definitivamente, por todo lo que hemos visto en los últimos cuatro años, la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) se ha convertido en un cargo embrujado.

Tanto misterio y tanto teje y maneje oculta la PCM por dentro que ni siquiera los que han pasado por ella, premunidos de mandato legal y constitucional, desde Salomón Lerner hasta Ana Jara, han podido entenderla, ejercerla y explicarla bien.

Hablar de la PCM es hablar de una institución cuyos códigos mágicos solo los descifran el presidente Ollanta Humala y su esposa, Nadine Heredia.

El hechizo que se vierte sobre la PCM, y que conoce bien o empieza a conocer, no responde por supuesto a una manipulación sobrenatural, sino a un manejo sobrelegal y sobreconstitucional de la institución y del cargo. Aquí reside la raíz del mal, como lo advertimos hace tiempo.

Si el nuevo primer ministro no quiere formar parte de este monstruoso hechizo, que sin duda proviene del actual estilo del poder presidencial (poder de a dos, incluida la primera dama), está todavía a tiempo para un rápido exorcismo y para imponerle a sus funciones, como ya lo viene haciendo, una buena dosis de corrección democrática.

El problema para Cateriano, como lo fue para sus predecesores, consiste en que quien pretende ser un primer ministro a plenitud se encontrará a su paso con más de un muro de contención. Y por más vueltas al ruedo que dé, repartiendo ramas de olivo a la oposición, el resultado será adverso, en medio de la disyuntiva de aceptarlo, como un Juan Jiménez, o marcharse, como un César Villanueva.

Haga las piruetas que haga, el primer ministro de turno, Humala y su esposa no van a dejar de ser fácilmente lo que son: una solapada encarnación de poder autoritario, alejado de las prácticas de tolerancia y diálogo que tanta falta le hacen al país para desarrollar consensos imprescindibles y políticas de largo plazo.

Lo que podría pasar es que Cateriano nos sorprenda, con la fuerza de un rayo, enfrentándose al hechizo autoritario presidencial, que en la última semana prácticamente saboteó sus mejores esfuerzos de diálogo y entendimiento con la oposición. Por lo pronto, ya cuenta con un activo: su drástico cambio de actitud y estilo, que lo está llevando a merecer el voto de confianza del Congreso.

¿Cómo contrarrestaría entonces Cateriano el hechizo autoritario presidencial, sin tener que caer derrotado o renunciar?

Cateriano tendría que usar el hechizo democrático con el que exitosamente salió a remover los recelos políticos encontrados. Él es consciente de que no tiene el poder coercitivo de Humala pero sí el respaldo democrático público ganado con habilidad y buen talante.

Podría inclusive apelar al encanto y la magia de ser el primer ministro de una apertura real y constructiva para persuadir a Humala de terminar su gobierno en condiciones de estabilidad política de mutuo beneficio: para el gobierno, entrampado en sus propias contradicciones, y, lo que es más importante, para el país, secuestrado por la incompetencia gubernamental.