(Ilustración: El Comercio)
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Omar Awapara

Este no es un balance del año que está a punto de acabar, con mucha pena y poca gloria, porque el espacio no lo permite, y porque, parafraseando al historiador británico Eric Hobsbawm, viviremos un largo 2020 que se prolongará sin duda más allá del 31 de diciembre. No es excusa para reconocer, eso sí, que no ha sido un año fácil para tratar de interpelar la realidad y los hechos políticos, ejerciendo algo de ‘pundit accountability’ (rendición de cuentas del comentarista político, en traducción libre) como lo llamó el periodista del “Washington Post” Dave Wiegel hace una década.

Pensaba en esto cuando leí la columna de Martín Tanaka hace dos semanas, en la que intentaba poner varios eventos de este año en perspectiva, evaluando cuánto habían trastocado cierta sabiduría convencional sobre la sociedad y sobre la política, y si eran signos de cambios profundos en esas arenas o si, por el contrario, representaban cierta continuidad con el pasado.

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Es cierto, como afirma Tanaka, que muchas veces buscamos interpretar sucesos anecdóticos como la “expresión de fuerzas más profundas”, con “tendencias estructurales”. También lo es que “la coyuntura peruana es muy cambiante y contradictoria”. Algo de eso, imagino, pensaba el historiador francés Fernand Braudel mientras caminaba una noche por Bahía, y al ver el fuego artificial de luciérnagas fosforescentes que se apagaban y volvía a brillar, sin aclarar la noche, las comparaba con los acontecimientos, cuyo fulgor muchas veces nos ciega frente a la realidad.

Este ha sido un año particular en el que los tiempos de la política han corrido a otro ritmo, encontrándose en ciertos espacios de forma simultánea. Hemos visto el largo plazo de los últimos 20 años (una eternidad para estándares peruanos) entrar en erupción en el sector agroexportador en Ica, el mediano plazo (del 2016 en adelante) llevando al paroxismo el conflicto entre Ejecutivo y Legislativo, y el corto plazo (2020) borbotear en la calle en noviembre.

Cada uno tiene elementos coyunturales o circunstanciales, e incluso exógenos, como la propia pandemia, pero también son un reflejo de graves problemas de representación política que venimos arrastrando hace décadas. Abandonar la política, la construcción de vínculos partidarios, la solución de conflictos por vías institucionales, ha abonado en favor de la toma de carreteras, ha facilitado el uso de armas nucleares como el cierre del Congreso y la vacancia presidencial, ha llevado a las calles la expresión de la opinión pública.

Me temo, en una línea similar a la que concluye Tanaka, que debajo de esos fuegos artificiales que han capturado nuestra atención este año se estén produciendo cambios tectónicos, tanto en la sociedad como en la política. Esta coyuntura crítica ha terminado de trastocar un régimen de por sí precario, y si hay una certeza a la cual aferrarse para el futuro próximo, quizás, es que habrá incertidumbre mientras culmine de verdad este largo año que no tiene cuando acabar.

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