Hoy más que nunca se siente el absoluto aislamiento en el que Martín Vizcarra gobierna el país. No tiene partido, no tiene bancada, no tiene voceros, no tiene ministros que lo ayuden en la tarea política –algunos cuestionarían que existan aquellos que lo ayuden en la tarea técnica–, tiene un primer ministro que resta en lugar de sumar. Tampoco tiene vicepresidentes. No tiene oposición, no tiene asesores. Maximiliano Aguiar tiene mucha menos presencia en Palacio que antes, Iván Manchego y Patricia Balbuena dejaron sus puestos. Solo queda Mirian Morales para encargarse del día a día y asesorar al presidente.
Y así, en esa soledad, a Vizcarra le quedan 16 largos meses para acabar su mandato. Un amplio período en el cual tendrá que convivir con gabinetes ministeriales que son una constante bomba de tiempo, armados siempre a último minuto y –queda claro a estas alturas– sin filtros rigurosos que aseguren no encontrar sorpresas en el camino.
En Palacio también debería preocupar que los reflejos políticos del presidente parecen haber perdido la magia de antaño. La última “no crisis” del gobierno, con la consabida salida del procurador Jorge Ramírez y cuatro ministros, consistió en una cadena de malas decisiones que elevó innecesariamente la temperatura política. Creo que no exagero al calificar el manejo político de este episodio como el peor en lo que va del gobierno.
Como consecuencia, la soledad vizcarrista se ha profundizado. Si las contradicciones en torno al proyecto Tía María fueron un parteaguas entre la derecha liberal y el gobierno, la salida de Ramírez y Flor Pablo ha generado una grieta entre este y la centroizquierda progresista. ¿En quién se apoya hoy el gobierno de Martín Vizcarra?
Sin duda aún cuenta con el respaldo de la opinión pública en su sentido más general y etéreo. El problema es que mantener satisfecho a un espectro tan amplio de personas sin una agenda concreta es sumamente difícil. Creo que el discurso de la lucha contra la corrupción, sin un enemigo específico delante, no es suficientemente persuasivo. Además, la labor del equipo especial Lava Jato, que aportaba a la popularidad del gobierno más que las reformas políticas y judiciales, ha llegado a un punto en el que es menos impactante porque todos los ‘peces gordos’ ya están o han estado detenidos.
Actualmente, la aprobación presidencial es significativamente más alta en los niveles socioeconómicos más pudientes. El 74% del NSE A y el 68% del B lo respaldan, mientras que en el NSE D lo hace el 49% y en el E el 44%. La universalización de la salud podría ser un punto a favor del mandatario en los sectores bajos, pero más allá del nombre del año, el gobierno no parece estar haciendo mucho por que este servicio sea uno digno y de calidad. En la entrevista que Vizcarra brindó a RPP hace dos días ni siquiera habló sobre el tema.
Así, con 16 meses por delante y con pocas expectativas de resultados, el gobierno enfrenta su reto más difícil. La habilidad política de Vizcarra corre el riesgo de ser una bicicleta con el cambio atorado en primera. Mientras el camino estuvo cuesta arriba, funcionó muy bien, pero ahora que la senda es plana, el gobierno pedalea y pedalea, pero no parece hacer avances significativos. ¿Qué tan desgastado llegará el presidente al 2021?