De la luz verde a la luz roja, por Juan Paredes Castro
De la luz verde a la luz roja, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

Desde hace algunos meses, el Perú tiene encendida una preocupante luz roja sobre su crisis política.

Irónicamente, hemos llegado a esta luz roja a través del camino abierto por la impunidad de la luz verde palaciega, atribuida, sin medias tintas, a la primera dama .

Dejar hacer y dejar pasar parece haber sido hasta hace poco la regla de oro de aquella luz verde, de insólita e histórica injerencia en el ejercicio del poder. De ahí que ahora, vista su cuota de desestabilización en el último tramo crítico del gobierno, no tenemos que expresar ninguna sorpresa ante la luz roja.

El primer ministro , otrora vinculado al ir y venir de la luz verde, como instancia paralela a la propiamente presidencial, no estaría hoy llamando nuevamente al diálogo a las fuerzas políticas si no fuera porque él ve también, con preocupación, que la luz roja empieza a parpadear cada vez con mayor intensidad en la vida política del país.

Bien pues que tengamos una alerta de luz roja en la política. Peor sería que asistiéramos a hechos consumados, para luego rasgarnos las vestiduras sobre aquello que no fuimos capaces de evitar.

Frente a las investigaciones que enfrenta la señora Heredia hubiera sido preferible que prevaleciera un mayor grado de cautela y ponderación en la institución presidencial, en el gobierno y en el Partido Nacionalista, de modo que no tuvieran que involucrarse como tristemente han terminado de hacerlo en los últimos tiempos, a veces cerrando filas como escuderos pretorianos y acompañando a una defensa legal que no es, precisamente, del Estado.

Los cargos que pesan sobre la señora Heredia son propiamente suyos y comprometen investigaciones fiscales y judiciales que el presidente no puede hacer suyas como gobernante, ni permitir que su ministro de Justicia restrinja la acción de los procuradores anticorrupción en beneficio de la defensa legal de la primera dama.

Nada hace más aconsejable en las actuales circunstancias que el alejamiento de la señora Heredia de todo protagonismo público que vaya afectar la investidura e imagen del presidente Humala, del gobierno en su conjunto y hasta del Partido Nacionalista. Muchos parlamentarios, seguidores de la primera dama, mezclan, groseramente, su hipócrita lealtad política con su interés real por convertirla en la forzada candidata al Congreso, vale decir en la carreta estratégica que los jale a las mismas curules que meritocráticamente no han sabido honrar.

La luz roja encendida sobre la vida política de estos días se extiende inevitablemente sobre las cabezas de quienes dirigen el Poder Judicial, el Ministerio Público y el Tribunal Constitucional, proyectando en ellos la necesidad ciudadana de una irreductible defensa de la ley frente a cualquier eventual presión gubernamental.

Con un Ejecutivo no desmarcado de los pasos de la señora Heredia y más bien, oficialmente comprometido con su suerte judicial, no tenemos muchas reservas institucionales (parlamentarios, jueces, fiscales y tribunos competentes y honestos) para cuidar de la estabilidad jurídica del país, poniéndola a salvo cada día.

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