Más adelante, Alan García dice que su ubicación más al centro en el 2006 resultó ideal, pero llama entonces la atención el carácter conservador que le imprimió a su segundo gobierno. (Foto: GEC)
Más adelante, Alan García dice que su ubicación más al centro en el 2006 resultó ideal, pero llama entonces la atención el carácter conservador que le imprimió a su segundo gobierno. (Foto: GEC)
Martín  Tanaka

La semana pasada inicié el comentario de “Metamemorias”, el libro póstumo del expresidente Naturalmente, es el último García el que escribe, desde un tono autojustificatorio, aunque con algunos tintes autocríticos y reflexivos, que me parece se van perdiendo conforme avanza el relato.

El último García evalúa críticamente su estilo de liderazgo y decisiones de la década de los años ochenta, pero al mismo tiempo intenta justificarlos, lo que da tensión e interés al recuento de esos años. Es interesante también una suerte de relectura crítica de las decisiones del que impidieron que Haya de la Torre llegara a la presidencia. García constata que la impaciencia en 1945 y luego la derechización del partido, especialmente a propósito de la alianza con Odría en 1963, lo aislaron y le hicieron perder la hegemonía cultural. En esa línea, evaluando su propia actuación, García considera un error “haberse interpuesto” en la reelección de Alfonso Barrantes en la Alcaldía de Lima en 1986, lo que le hizo perder un “aliado fundamental” (p. 189). Más adelante reivindica su papel en la construcción del Instituto de Gobierno de la Universidad de San Martín de Porres, convocando a “intelectuales del más alto nivel”, con una importante apertura y pluralismo. Finalmente, al hablar de su segundo gobierno, se refiere a su amistad y buena relación con líderes de izquierda como Lula, Michelle Bachelet y Rafael Correa.

Sin embargo, al mismo tiempo, al revisar el nuevo siglo, García señala que la ubicación de su candidatura en el 2001 hacia la izquierda fue un resultado no deseado del contexto político. Más adelante dice que su ubicación más al centro en el 2006 resultó ideal, pero llama entonces la atención el carácter conservador que le imprimió a su segundo gobierno. García reivindica sus logros, y ensaya una autocrítica: “Concentrado casi totalmente en las metas numéricas, los resultados sociales y el avance y número de las obras, olvidé que el pueblo siempre espera un ingrediente adicional”. El problema es que la moraleja termina siendo que “faltó el combate contra un sector social, el simulacro de la guerra que la audiencia siempre exige para darle un sino trágico a la escena… vieja conseja: pan y circo” (p. 399). El propio texto implica que ese enemigo era “la amenaza del chavismo”: “Esa era entonces la situación en 2006: Venezuela como meta económica e ideológica, Ecuador y Bolivia aliados a ella y Brasil como el ‘gran padrino’ del proyecto social anticapitalista” (p. 333).

Muy poco respecto a lo que hoy vemos como importante: el fortalecimiento de las instituciones, la construcción del Estado, el combate a la corrupción, la reforma de la política, la inclusión social. Una gran ceguera, que explica que en las últimas páginas se imponga un tono de denuncia contra las “persecuciones judiciales” en su contra, sin que García desarrolle una reflexión de las razones de fondo por las cuales, como resultó elocuente por los resultados de las elecciones del 2016, su “estrella se apagó” (p. 447).

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