"Quien resulte presidente tendrá debilidades habituales y nuevas", escribe Vergara (Ilustración: El Comercio)
"Quien resulte presidente tendrá debilidades habituales y nuevas", escribe Vergara (Ilustración: El Comercio)
Alberto Vergara

Llegó la temporada electoral. Y con ella, las ganas irrefrenables de insultarnos en nombre de nuestro candidato favorito. Cada cinco años abandonamos nuestra indiferencia por la política para agraviarnos durante dos meses. Lo curioso es que nuestras elecciones son siempre decepcionantes. Ni nuestros temores resultaron pesadillas ni nuestros candidatos preferidos solucionaron gran cosa. Sin embargo, aquí estamos, una vez más, listos para el alboroto electoral.

Pero hay que decirlo: estas elecciones serán inútiles para resolver nuestros problemas. La razón fundamental es que las fuentes de la inestabilidad que nos ha sacudido en estos últimos años con cuatro presidentes estarán enteritas el 28 de julio próximo, sin importar quién gane la presidencia. No defiendo que los candidatos sean idénticos, señalo que enfrentarán poderosos límites para gobernar, que les son comunes.

Mencionemos algunas fuentes de inestabilidad. Primero, quien resulte presidente tendrá debilidades habituales y nuevas: cero organización, cero operadores en el país, plan de gobierno débil, bancada reducida y legitimidad bajetona, pues no habrá emocionado a la ciudadanía en las elecciones. El , por su parte, será nuevamente una caótica suma de amateurs sin más programa que recuperar la inversión que ellos –o sus oscuros mecenas– realizaron en campaña. En síntesis, presidente débil y Congreso fragmentado.

Segundo, lamentablemente esos actores ahora están familiarizados con dos disposiciones legales que hace unos años ignoraban: la vacancia presidencial y la disolución congresal. Es probable que quien gane la presidencia intente tener un primer ministro censurado temprano para así amedrentar al Congreso pronto; y el Legislativo explorará la posibilidad de vacar desde el primer día.

En tercer lugar, habrá que hacer política en un contexto donde varias esferas empujan al desgobierno. Por ejemplo, diversos casos criminales, Odebrecht y otros, han sido una fuente de irracionalidad y conflicto, pues nuestros políticos, más que preocupados por los problemas del país, están ocupados en ver cómo controlan el sistema de justicia, lo cual subleva a una sociedad que de tanto en tanto termina en las calles. Asimismo, Willax ha aprendido que puede tener éxito desinformando y desestabilizando, y no solo seguirá en esa línea, sino que, como en todo el mundo, les habrá señalado a otros medios la senda de un éxito fundado en la posverdad, asegurándonos una esfera pública y política hasta las ‘willax’. Otro legado pésimo de estos años es que las Fuerzas Armadas fueron convocadas a la política por distintos actores y ahora más de un general debe preguntarse si los civiles no debiéramos ser disciplinados a punta de sable. Finalmente, la crisis sanitaria y económica, lejos de favorecer la serenidad, ha alentado el exabrupto de actores políticos, sociales y económicos.

Entonces, las tendencias que dan forma a una política de agresiones se mantendrán tras las elecciones. ¿Qué escenarios pueden dibujarse en el futuro? Uno podría ser un quinquenio donde Congreso y presidente conviven a las patadas sin que ninguno mate al otro, pero asegurando que nada importante se emprenda en el país. Otra forma de mediocre declive podría llegar a través de un “pacto de despilfarro”. En él, presidente y Congreso acuerdan no entorpecerse mutuamente a condición de que cada cual gaste el dinero público como le venga en gana. Ambos escenarios por razones distintas favorecerán enfrentamientos entre actores políticos, sociales o económicos. En tercer lugar, la inestabilidad podría cerrarse por la vía autoritaria. Es fácil imaginar una situación donde la irresponsabilidad política sobre un país masacrado por la enfermedad y la pobreza termina con una medida antidemocrática. Como escribió , el mundo vive una regresión autoritaria y podríamos muy bien sumarnos a ella.

Entonces, sospecho que nuestro futuro está en alguno de esos escenarios. Para un día mejorar, todavía falta empeorar. Pero el maestro Maquiavelo enseñó que cuando todo parece perdido, debemos seguir batallando porque nunca se sabe en qué momento la Fortuna te da una manito. Y el florentino enseñó también que la Fortuna le sonríe a la virtud. Es decir, la suerte puede estar (y debe ser) sometida a la política. En tal sentido, ¿por qué no pensar en algún tipo de iniciativa que procure esquivar el oscuro destino y domesticar algunas de las fuentes de inestabilidad que nos zarandean?

Aquí mis dos centavos voluntaristas: quizás la sociedad civil, los medios, la ciudadanía, el empresariado, podrían fomentar un acuerdo que involucre a los dos candidatos que pasen a segunda vuelta y a los líderes de las bancadas que entren al Congreso para firmar un pacto constituido de cuatro palabras: “No vacaré, no disolveré”.

Ya quisiera yo que fuera viable un gran acuerdo nacional que apunte a nuestros problemas de fondo. Pero hoy no hay espacio para ambiciones desmesuradas. En realidad, para cualquier gran propósito necesitamos antes unas condiciones para poder pensarlo y negociarlo. La teoría de la democracia afirma que ella es un régimen de cooperación competitiva; pero en el Perú la competencia aniquiló a la cooperación. Para volver a cooperar, antes hay que dejar de agredir. Nada se puede construir en un sistema donde cada espalda vive paranoide aguardando un puñal. Comencemos por un pacto de no agresión. Siempre suena a poco y, sin embargo, es mucho. Soy consciente de que puede haber circunstancias en que vacar y disolver sea legítimo, pero me temo que el futuro reserva más casos de utilización abusiva que legítima.

Cualquier Ejecutivo necesita poder pensar el mediano plazo y no tener la nariz hundida en el cortoplacismo más inestable. Es muy difícil convocar a profesionales de valía si no tenemos otro horizonte que sobrevivir. Cuando converso con extranjeros –sean políticos, funcionaros de organismos internacionales o inversionistas–, lo primero que preguntan es si en el Perú continuará la rotación caótica de presidentes. Y las tendencias actuales no permiten responder que el ciclo de inestabilidad ha terminado. El pacto “no vacaré; no disolveré” podría moderar esto.

Si de mí dependiera, por cierto, agregaría un tercer mandamiento: “No violaré el principio constitucional según el cual los congresistas no tienen iniciativa de gasto”. Pero ahí pisamos terrenos menos realistas.

En una democracia, las elecciones deben resolver impasses sociales, económicos y políticos. Pero la nuestra se atrofió. Si queremos que la democracia y las elecciones vuelvan a significar algo, hay que ayudarlas. Un pacto como el propuesto puede darle aire a una democracia que, como el país, se queda sin oxígeno. Insisto, esto no resuelve problemas profundos, e incluso firmándolo podríamos seguir nuestro camino turbulento. Pero sentarnos a ver la crónica de una debacle anunciada me parece un peor plan. Los ciudadanos deberíamos poder imponerles condiciones a nuestros políticos para que acaben con el ciclo de inestabilidad. Después de todo, esta es la única temporada en que les importamos.

*Alberto Vergara es politólogo y docente en la Universidad del Pacífico. Su web personal es .

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