En menos de un quinquenio, nuestros tres poderes del Estado han resumido las prácticas que debimos haber desterrado de nuestra política, poniendo en jaque, cada vez, al país y a nuestro sistema de gobierno.
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Vivimos una crisis política que es legal y ética, de estructuras y actores, pero, sobre todo, de representación. Hace unos días enfrentamos la posible destitución del presidente, nuevamente, en total incertidumbre al ver que las declaraciones de los líderes no representaban a los partidos, ni las de los partidos a las bancadas, y sin saber si alguien representaba a su militancia y a la ciudadanía.
Ante esto, solemos sentenciar que tenemos un problema de oferta: no tenemos agrupaciones ni políticos decentes y preparados entre los cuales elegir. Pese a que la realidad nos ha demostrado que un presidente no logra nada solo, una vez más estamos obsesionados con la figura del candidato presidencial y no con quienes integran los partidos, las listas al Congreso, los gobiernos regionales y las alcaldías en todo el país.
Necesitamos que la selección de candidatos sea un hecho público: participar en las futuras elecciones, seguir las internas y consumir periodismo de investigación, pero esas no son las únicas herramientas que tenemos para impactar la oferta. Si necesitamos que quienes entran a la política tengan las competencias para hacerlo, deberíamos asegurarnos también de que existan espacios donde puedan adquirirlas. Si alguien quiere dedicarse a la medicina o al derecho, ser bombero o técnico en sistemas, sabe que existe una ruta clara para alcanzar esas competencias, e incluso para acreditarlas.
¿Cómo puede alguien con vocación de participar en política, a través de cargos de elección popular, alcanzar las competencias para lograrlo? ¿Qué necesita saber y dónde puede aprenderlo? No hay buena política sin buenos políticos, y no hay buenos políticos sin espacios de aprendizaje. Ni la calle ni un título profesional son suficientes.
Hasta hace no más de cincuenta años, eran los partidos políticos los que tenían la responsabilidad de formar a sus militantes. Hoy, en nuestro país, tan solo un par de partidos cuentan con programas de formación lo suficientemente ambiciosos como para impactar en todos sus militantes.
En México, partidos históricos mantienen escuelas de cuadros, competitivas e institucionalizadas; en Estados Unidos, fundaciones anexas a partidos ofrecen programas de formación; mientras que en España se consolida una oferta privada académica y en Brasil, Canadá y Sudáfrica, universidades y asociaciones civiles ofrecen experiencias interpartidarias.
Muchos que añoran los tiempos en los que la élite intelectual ocupaba los cargos públicos confunden exigir una política desempeñada por políticos preparados con la construcción de un sistema cerrado de requisitos. Necesitamos un sistema, abierto e inclusivo, que brinde oportunidades de formación a todo aquel que quiera entrar en política para competir, representar, consolidar y defender la democracia.
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