Es difícil entender al presidente Humala. Suele desaparecer de la escena política. Cuando reaparece, lo hace con exabruptos inexplicables.
Humala se refirió al “partido que nació de la cloaca” para aludir a Fuerza Popular. No estoy seguro de que el presidente sepa con certeza el significado de la palabra.
Cloaca es el conducto por donde las poblaciones evacúan los “productos excrementicios” (Moliner, pág. 685). ¿Ha querido decir el presidente del Perú que hay partidos que se pueden relacionar a las heces?
Hay que conocer la exacta magnitud de la referencia. Los partidarios y simpatizantes del fujimorismo son, en la visión del jefe del Estado, adherencias cloacales, o sea, excremento.
Semejante alusión pública a sus adversarios revela el tamaño de la tolerancia de Ollanta Humala.
“Esa agrupación está descalificada moralmente para presidir cualquier comisión de lucha contra la corrupción”, ha dicho el presidente.
Si es así, los congresistas de las bancadas tendrían derechos diferentes, según su procedencia partidaria. Fuerza Popular llegó legalmente al Congreso. Sus representantes, ¿tienen vedado presidir algunas comisiones?
Si Humala piensa que hay una descalificación moral de ese u otro partido, debería ser consecuente. Debería realizar una demanda constitucional.
Nadie puede ser discriminado por razón de su credo partidario. El presidente no puede limitar los derechos de un congresista.
A Humala, sin embargo, le parece que no todos los congresistas pueden presidir una comisión de lucha contra la corrupción. Sobre todo, parece aludir a la que investiga los vínculos de Óscar López Meneses con su gobierno.
Humala ha hablado como un simple ciudadano, pero no es un simple ciudadano. Es el jefe de un poder del Estado, que debe tener el contrapeso de otro poder, por ejemplo el Congreso.
No solo preocupan la ligereza de expresión y la intolerancia del pensamiento. A mí me alarma el culto incivil a la generalización.
Los actos de corrupción deben señalarse y condenarse. No se puede extender, sin embargo, la calificación de tales actos a toda una agrupación. Menos aun si esa agrupación representa legítimamente a una porción de la población.
Generalizar es una falacia, o sea, una falta de lógica, de rigor en el razonamiento. Apoyar la intolerancia en la falacia es camino seguro al pensamiento totalitario.
¿Qué quiso hacer el presidente? ¿Mostrar liderazgo? ¿Aglutinar a las fuerzas del antifujimorismo? ¿Dar una prueba de amor a alguien?
El jefe del Estado puede y debe hacer todo eso sin insulto, sin falacia, sin intolerancia. Y mejor, si lo hace sin coprolalia.
El liderazgo no es una exhibición de quién es más agresivo. Eso solo sucede en las pandillas y en la delincuencia común. El liderazgo se obtiene de la autoridad moral que otorgan la serenidad y la razón.
El respeto a las minorías es la mejor manera de medir hasta dónde llega nuestra convicción democrática. Esperemos que el presidente se dé cuenta de eso.