La quinta rueda del coche, por Juan Paredes Castro
La quinta rueda del coche, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

Hace mucho tiempo que el Perú, como república y ciudadanía, recibe de la política y los políticos el tratamiento de quinta rueda del coche.

Hechas las excepciones de regla, nunca como ahora este funesto comportamiento se hace más evidente.

En el colmo de los colmos, gobernantes, magistrados y legisladores tiran por la borda las pocas oportunidades que hoy se presentan –de estar, por ejemplo, a menos de un año de nuevas elecciones generales– para por lo menos transmitir una creíble promesa de rectificación, cambio y responsabilidad por el país.

Salvo las instituciones vinculadas al modelo económico, con instintos de conservación propios, pero a la vez vulnerables, las demás no pueden disimular sus gruesas cicatrices: unas desacreditadas e intermitentes en su autonomía y sometimiento al poder político, como la fiscalía y la justicia; otras debilitadas hasta la vergüenza en su capacidad de fiscalizar y contrapesar al Gobierno, como el Congreso; y aquellas con elevado rango constitucional e iniciativa legislativa, pero despojadas de toda autoridad para promover reformas claves en la representación política y en la justicia, como el Jurado Nacional de Elecciones y el Consejo Nacional de la Magistratura (que evalúa, nombra y destituye a jueces y fiscales).

La impunidad que en un momento le permitió a la señora usar muchos de los recursos del Estado en función de su imagen política y en un solapado proyecto de postulación presidencial, ahora se repite en otra dimensión, igualmente grave, cuando procuradurías, fiscalías y juzgados se ponen al servicio de los vericuetos de su defensa legal. Y lo que es peor: de una defensa legal que consiste en librar a la primera dama de toda investigación, hasta de la parlamentaria.

No ha habido en la historia política del país una personalidad asociada al poder presidencial, sin elección ni nombramiento alguno, que ejerza tanto poder en la sombra y tanta impunidad frente a los otros poderes, como Nadine Heredia. Poder e impunidad que perfilan la autoría mediata presidencial.

No desligado del desastre institucional de albergar poderes en la sombra (como si no hubiéramos aprendido la lección de Montesinos), el otro desastre es el pobrísimo nivel al que ha llegado la presidencia del Congreso, absolutamente subordinada al Gobierno. Y ahora con el agravante de que por equis mezquindades políticas el fujimorismo quiera bloquear el pronto reemplazo de esa presidencia por otra sólida de oposición, que le asegure al país un saludable balance de fin de régimen.

Que no nos sorprenda que por estas y otras mezquindades, que forman parte casi natural del modo de vida de la política peruana, arruinemos la posibilidad de devolver al Congreso siquiera el respeto que merece, por encarnar el voto de una ciudadanía que está cansada hasta la náusea de los resultados electorales parlamentarios de cada cinco años.

Así las cosas, no hay manera de evitar ver al país convertido, por la política y los políticos, en la quinta rueda del coche, mientras rodamos con las otras cuatro –los intereses propios, la hoguera de vanidades, las cuentas por pagar y las facturas por cobrar– hacia un nuevo infernal despeñadero.

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