¿Quién salva el poder presidencial?, por Juan Paredes Castro
¿Quién salva el poder presidencial?, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

El primer ministro reapareció el viernes, áspero y rígido, sin la afabilidad de sus primeros días de investidura.

¿Qué lo hizo encabezar una demostración de autoridad que parecía haber perdido, a la sombra de un ausente y silente?

Una sola cosa: el anuncio de la declaración del estado de emergencia en la provincia de Islay. Decisión tardía pero angustiosamente necesaria, justo cuando percibíamos a un presidente paralizado e invisible frente a la espiral de violencia en Tía María y a la ascendente criminalidad en casi todo el país.

Paralizado e invisible: así es como sentimos a Humala, en medio del temor, la desconfianza y la zozobra, por todo lo que pasa y por todo lo que no pasa en el país. Necesitamos, urgentemente, la autoridad real y efectiva del presidente de la República o de su segundo de a bordo, Pedro Cateriano, siempre que este tuviera todavía a salvo su cargo y funciones.

No necesitamos de la autoridad política presidencial vozarrona, cargada de adjetivos, como los dirigidos contra Óscar López Meneses y Martín Belaunde Lossio, para que luego estos mismos perseguidos por la ley terminen burlándose del Gobierno, del Congreso y del Poder Judicial. Tampoco necesitamos de la autoridad presidencial militar, que exponga al Ejército ante hordas criminales, sin el escudo legal de un estado de emergencia, como el que acaba de dictarse recién al cuarto muerto en el registro de la crisis.

La autoridad presidencial que necesitamos no es la del insulto, cuando se trata de los partidos políticos; ni de la fuerza despojada de inteligencia y estrategia, cuando se trata de manifestaciones violentas detrás de las cuales hay un bien solventado plan de desestabilización política y económica del sur del país; ni de la amenaza de cerrar el Congreso, cuando se trata del pedido de facultades legislativas, que sin duda no haría ninguna falta si el gobierno usara bien las propias que le sobran.

Necesitamos reconocer en Ollanta Humala al presidente que hemos elegido y en quien hemos delegado, con nuestro voto, poderes legales y constitucionales extraordinarios. Y reconocer también, por debajo de él, a su primer ministro Pedro Cateriano y al Gabinete que encabeza. Y a nadie más como encarnación del poder político ejecutivo. Que nadie venga pues a clavar injertos antidemocráticos en este núcleo de poder, que aspiramos a ver digno, eficiente y respetable.

Pero para que esto ocurra hace falta que el entorno íntimo presidencial pase de adelante hacia atrás del trono. No se quieren otros poderes delante de la jefatura de Estado ni delante de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM). La grave distorsión de esta regla de oro hace justamente invisible el poder presidencial legítimo, como se ha hecho patente en estos días de miedo, inseguridad y desconfianza generalizados.

Señor Cateriano: ¡no se repliegue en el vacío y en la nada! Sea usted lo que tiene que ser: un primer ministro de verdad, dispuesto a marcharse antes que autodisolverse.

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