Varias de las posiciones políticas que tuvieron algún rol en el 2016 en el Congreso, principalmente a través de alianzas, podrían terminar excluidas de la contienda. (Foto:GEC)
Varias de las posiciones políticas que tuvieron algún rol en el 2016 en el Congreso, principalmente a través de alianzas, podrían terminar excluidas de la contienda. (Foto:GEC)
/ Anthony Niño de Guzmán
José Carlos Requena

En lo referido al posicionamiento electoral de los distintos partidos políticos, se dan en condiciones marcadamente diferentes a las del 2016. Hace cuatro años primaban las alianzas, tácitas o formales. En el 2016, fueron once listas parlamentarias; hoy son 21.

De las seis fuerzas que llegaron al en la elección de abril del 2016, dos lo hicieron en absoluta soledad. Un sector de la derecha, principalmente el ligado a la generación de fortuna de distinta naturaleza (y, en muchos casos, de incierto origen), se aglomeró detrás de , más allá de la posición que tuvieron sus candidatos sobre los años noventa.

Por su parte, variadas posiciones de centro y centro-derecha se plegaban detrás de quien fue la sorpresa el 2011: . Por si se ha olvidado, personas de posiciones hoy tan lejanas como Alberto de Belaunde y Pedro Olaechea llegaron al Parlamento de la mano de Kuczynski.

Alianza para el Progreso, por su parte, juntó un grupo variado de locomotoras, incluyendo un acuerdo con Somos Perú. Entre los congresistas que llevó se encontraban personas tan distintas como Julio Rosas y Gloria Montenegro.

Los históricos Apra y PPC optaron por una alianza encabezada por dos rivales de las ácidas contiendas presidenciales del 2001 y el 2006. La alianza no llegó a cuajar y solo pudo colocar a cinco parlamentarios, todos miembros del Partido Aprista.

Finalmente, la izquierda llegó unida al Parlamento, algo que no ocurría desde 1985. Las distintas posiciones que tuvieron sus congresistas una vez instalados en el hemiciclo mostraron que eran matices (estridentes y gruesos en algunos casos) y no diferencias insalvables los que determinaron la ruptura.

participó sin alianzas en las elecciones al Congreso en el 2016. La apuesta se vio al principio beneficiada de los iniciales bríos del candidato presidencial, pero después fue afectada por el declive en sus preferencias luego de sucesivos y estridentes traspiés.

Hoy, como se dijo, son más de veinte las opciones en contienda. Si los cálculos iniciales se mantienen y la valla electoral tiene –como hasta ahora– peso en la configuración parlamentaria, el Congreso tendrá una composición de entre seis y ocho bancadas, y dejará afuera a entre trece y quince agrupaciones.

Varias de las posiciones políticas que tuvieron algún rol en el 2016, principalmente a través de alianzas, podrían terminar excluidas de la contienda. Han pesado el desinterés o el fracaso de los líderes y militantes por forjar alianzas o conglomerados. La opción los obliga a atenerse a las consecuencias.

El debate suele centrarse en las reglas de juego o en la posición que tomen los actores políticos sobre personas ( o Keiko Fujimori) o temas (el enfoque de género o el Caso Lava Jato). Hay que mirar también las consecuencias de las decisiones que los actores políticos toman. De hecho, las son consecuencia de la decisión forjada el 30 de setiembre… y antes.

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