Me parece muy bien que desde la televisión abierta y otros espacios se critique a los empresarios que entregaron dinero sin declararlo a la campaña de Keiko Fujimori u otras campañas. Queda claro que esos pagos servían –más que para salvar a la nación– para establecer relaciones en el Congreso y defender sus intereses. Espero, con mucha ingenuidad, que en la próxima CADE haya una autocrítica profunda.
Celebro también que desde los medios les lluevan críticas a los políticos por la forma en que financian sus campañas. Lo que vende el candidato a la ciudadanía como oferta de gobierno en realidad está condicionado por sus pactos previos. Esta relación de toma y daca es conocida, pero siempre es bueno que nos lo recuerden y podamos ver cómo opera este entramado.
Pero les soy franco: creo que los medios, y especialmente la televisión abierta, vienen pasando piola en todo esto. Y no solo por lo que fue su conducta en esa elección del 2011 tan mentada últimamente. También porque una de las grandes lecciones que debemos sacar de todo esto es que buena parte de ese dinero no declarado se usa para financiar espacio televisivo. Para correr en la campaña electoral hay que gastar mucho dinero en publicidad en televisión. Y la necesidad de ese gasto tiene que ver, en parte, con las decisiones comerciales de los medios.
Así es. La despolitización de la parrilla que desde hace años se ha perpetrado en el país lleva a que haya poco espacio para que los políticos lleguen a la población. Nuestra hora estelar política en la televisión abierta es un noticiero donde las notas políticas se pierden entre asaltos, farándula y deportes. Y luego a esperar al domingo por la noche. No hay política cotidiana. Los ministros no pueden hablar sobre lo que hacen. La oposición no puede hacer críticas al gobierno. Los candidatos no llegan al público. Se ha preferido el ráting a informar.
Es decir, no doy tiempo para la política y a la vez cobro caro la publicidad. Es una situación perversa. Uno de los mayores fracasos de la transición del año 2000. La Constitución encarga a los medios la función pública de informar y lo más importante en una sociedad democrática es precisamente la información política. Que las ideas puedan fluir es esencial para que la competencia democrática sea justa. Obvio, nunca lo será del todo en una sociedad desigual. Pero si además se permite que esa desigualdad económica se refleje sin mayor control en la pantalla, pues ya la cancha está demasiado inclinada.
Por supuesto, no todo se logra con publicidad. Alan García en el 2016 gastó millones en spots televisivos y nunca despegó. Por el contrario, Verónika Mendoza hizo una campaña austera y casi llega a segunda vuelta. Y finalmente Keiko Fujimori perdió en el 2016. Pero centrarnos en esos resultados no reduce el problema político de fondo.
Así es que, de acuerdo. Bien que se les pida a esos empresarios que en vez de estar viendo chavistas en cada esquina piensen en los límites del modelo de desarrollo. Excelente que se les recuerde a los políticos que deben declarar sus aportes para evitar lobbies descarados. Pero con la misma firmeza habría que recordar a los medios que son parte del problema. Y que también esperamos su autocrítica