El presidente Kuczynski atribuyó ayer a un exceso de franqueza (“a veces meto la pata porque soy muy franco y digo lo que pienso”) sus cada vez más habituales desaciertos verbales. Una declaración de por sí confusa, en tanto uno se queda con la sensación de que la responsabilidad por las ‘metidas de pata’ que reconoce el mandatario en realidad recaen sobre los que no estamos acostumbrados a hablar con el candor presidencial. Una aceptación de culpa equivalente a confesar como ‘defecto’ en una entrevista de trabajo que somos demasiado perfeccionistas.
Lamentablemente, la ausencia de un ejercicio autocrítico es quizá la interpretación más favorable para el pronunciamiento de PPK. De lo contrario, tendríamos que suponer que sin perjuicio de sus apuradas aclaraciones posteriores, al jefe de Estado no le molesta un poquito de contrabando, o que cree que solo la segunda vuelta electoral vale, o que aún sostiene que Carlos Moreno abandonó su cargo de asesor por su recargada agenda laboral. O que sigue a favor de que el Estado condone aproximadamente el 50% de la millonaria deuda que los clubes más populares de fútbol del país mantienen con la Sunat.
Evidentemente, el presidente no ‘metió la pata’ en tales ocasiones producto de un incontrolable impulso de sinceridad. (Al menos eso esperamos.) Está claro desde la última campaña que, para ponerlo amigablemente, Kuczynski no transita con especial solvencia la complicada arena de la política diaria y que tiene serios problemas para comunicar.
Lo preocupante es que al presidente sus continuos yerros en este campo parecen no importarle y los justifica diciendo que ahora tenemos un “presidente distinto”. Lo cierto, sin embargo, es que representan uno de los escollos más graves de la actual administración y vienen entorpeciendo el trabajo –en líneas generales– profesional del Consejo de Ministros.
Las continuas ‘metidas de pata’ de PPK van mellando de a pocos su credibilidad y, más grave, la investidura presidencial. Afectarán su popularidad y, en consecuencia, seguirán debilitando al Ejecutivo. Un lujo que un gobierno de por sí frágil por su minoría parlamentaria no se debería dar.
Esta administración no puede repetir los errores de la gestión de Alejandro Toledo, donde pululaban los traductores presidenciales y se tomaba –aunque por razones muy distintas– con ligereza al mandatario. Donde, irónicamente, la cuota de cordura venía de la oficina del entonces primer ministro Kuczynski y merodeaba el fantasma de la vacancia. Y este presidente no puede convertirse en un ‘punch line’ o el inicio de una conversación en son de burla entre un grupo de amigos que inicia con un “a que no sabes la última de PPK”.
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