Que una alta autoridad del Gobierno acuda a un estadio a disfrutar de un partido de fútbol y a alentar al equipo de sus amores no tendría nada de malo. Los funcionarios públicos son personas como cualquiera, con las mismas pasiones y preferencias que el ciudadano de a pie. Pero también gozan de beneficios, potestades y responsabilidades mayores que las de un ciudadano común. Cuando las luces de un estadio abarrotado se apagan sorpresivamente, poniendo en peligro las vidas de 30 mil personas, familias enteras incluyendo niños, uno espera que el hombre más poderoso del Perú (según la encuesta de Ipsos para “Semana Económica”) reaccione para revertir la situación o que despliegue las acciones necesarias para tratar de evitar una tragedia, no que abandone repentinamente la escena.
“Yo me retiré como cualquier hincha”, ha dicho el primer ministro Alberto Otárola, al comentar el episodio de su poco empática salida del estadio de Matute, mientras miles de personas quedaban expuestas a la oscuridad del apagón provocado por la dirigencia del club Alianza Lima.
“Como cualquier hincha”, no es cierto. Cualquier hincha no tiene la facilidad de ver el partido desde la comodidad de un palco oficial. Cualquier hincha no tiene la tranquilidad de contar con un resguardo policial (pagado por todos los peruanos) que vele por su seguridad mientras disfruta de su partido de fútbol.
Que Otárola no haya sido capaz de quedarse en el estadio y hacer las coordinaciones que se requerían con la policía- tenía la autoridad para hacerlo- o con la dirigencia aliancista para que se prendan las luces de inmediato, revela el carácter de quien lleva las riendas del gabinete. Y grafica también las principales características que ha tenido este gobierno en los últimos meses: inercia, falta de reacción, cero empatía y frivolidad.
Al igual que su primer ministro, el gobierno de Dina Boluarte vive en un estado de apagón permanente. No ve lo que ocurre a su alrededor. A oscuras desde la seguridad de su palco solo les interesa llegar sanos y salvos hasta esa puerta de salida llamada 2026. Lo que pase con los que están alrededor les tiene sin cuidado.
La presidenta trotamundos sigue acumulando millas, ajena a los problemas internos. Quizás este síndrome de turismo compulsivo obedezca al temor de un posible fallo futuro del Tribunal Constitucional que pueda más adelante revertir la ley que le permite gobernar de manera remota. Lo cierto es que mientras la mandataria viaja, la recesión y la delincuencia avanzan.
La semana que pasó tuvimos ya un cambio en el gabinete. La cabeza de la ex canciller Ana Gervasi fue ofrecida en bandeja al Congreso a cambio del permiso para que Boluarte pueda emprender su quinto periplo exploratorio, nuevamente a los Estados Unidos, para participar en la cumbre de la APEC.
La semana que viene, podríamos tener otro cambio en el Consejo de Ministros. Abandonado a su suerte por el gobierno, el ministro del Interior, Vicente Romero, enfrentará dos mociones de censura, una de la izquierda y otra de la derecha. Su inminente salida debe ser uno de los poquísimos puntos de consenso que han logrado en los últimos años nuestras polarizadas fuerzas políticas.
Languideciendo en medio de este panorama de tinieblas, el gobierno continuará avanzando a tientas lo que le resta del trayecto, sin nadie que prenda la luz o que trate de conseguir un grupo electrógeno. El apagón tiene para rato.