Si en verdad el primer ministro Pedro Cateriano tuviera que pronunciarse con absoluta sinceridad sobre las acusaciones fiscales y parlamentarias que pesan sobre Nadine Heredia, todo el blindaje político y judicial del que ella goza podría caer como un castillo de naipes.
Con Mario Vargas Llosa en otra órbita de preocupaciones, Cateriano es, en la práctica, la última reserva de garantía y sostén democráticos que le queda al régimen y en particular a la pareja presidencial.
A estas alturas, una opinión y, más todavía, una toma de posición suya podrían llevarlo inclusive a contemplar la disyuntiva de continuar en el cargo o abandonarlo.
Pero mientras no quiera “dar consejos ni interferir”, Cateriano prefiere por ahora solo hablar de la existencia de una campaña (supuestamente política y mediática) de demolición contra ella.
¿Demolición?
Lo que hay es una autodemolición pura y dura de la primera dama, comenzando porque sus vínculos con el hoy encarcelado Martín Belaunde Lossio, otrora jefe de campaña electoral del Partido Nacionalista, no son un invento del Apra, del fujimorismo o de la prensa, y porque las revelaciones de sus agendas, por lo mismo que le calzan como anillo al dedo, no son truchas, como tampoco fueron truchos los ‘vladivideos’ del final del régimen de Alberto Fujimori.
Lo que es peor: autodemoliciones como la de la primera dama ponen en riesgo de demolición la imagen del presidente Ollanta Humala, a causa del muro oficialista de ocultamiento e impunidad construido alrededor de dos casos: el de la ruta de financiamiento electoral del Partido Nacionalista a través de las cuentas personales de Nadine Heredia y el del aparatoso resguardo policial en la casa de Oscar López Meneses, ex operador de Vladimiro Montesinos.
Solo sabemos que el descubrimiento de ese resguardo, producto de la investigación periodística de Willax Televisión, causó las renuncias del entonces ministro del Interior, Wilfredo Pedraza, del asesor en asuntos de inteligencia y seguridad del Estado, coronel Adrián Villafuerte, y de la cúpula policial directamente comprometida en el caso. Hasta el presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, almirante José Cueto, tuvo que marcharse. Y por último, Humala acabó llamando “basura” a López Meneses, y López Meneses acabó contando más de una amistad con la pareja presidencial.
Llamemos pues a las cosas por su nombre. No hay demolición alguna contra la primera dama, sino autodemolición, creciente, día a día, en la medida en que su defensa legal y política insiste en manipular al Poder Judicial para bloquear las investigaciones fiscales, sacando de los procesos a presuntos cómplices suyos.
El primer ministro debe preocuparse más por la demolición que ya empieza a sufrir el presidente Humala a manos de su propio entorno, y por ver lo que no quiere ver: la autodemolición de la primera dama a causa de su arrogante desprecio por la ley y su desafiante injerencia en los asuntos de Gobierno y Estado.
¿Podrán los fiscales ser en esto el contrapeso del gobierno y de los benevolentes jueces?
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.@Ollanta_HumalaT: aprobación de la labor presidencial cae a 18% ► http://t.co/DegFgyLF4R pic.twitter.com/eRn3HIT7Dc— Política El Comercio (@Politica_ECpe) septiembre 11, 2015