No se equivocaban quienes predecían, en los albores del castillismo, que el Perú se alinearía con Cuba, Venezuela y la izquierda latina. Varias señales dieron razón a la paranoia conservadora que alucinaba al Foro de Sao Paulo y al Grupo de Puebla sesionando en Lima. Tuits de Vladimir Cerrón abrazaban la causa chavista con furor y el canciller exguerrillero Héctor Béjar debutó dando vivas al multilateralismo, que suena plural y bonito, pero en la jerga diplomática significa esto: ahora voy a ser más multilateral con mis nuevos amigos de izquierda.
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Los nuevos amigos estaban tan entusiasmados que, algunos líderes de la región, como el presidente Alberto Fernández de Argentina, saludaron el triunfo de Castillo antes de que fuese proclamado oficialmente por el JNE el 19 de julio. Miguel Díaz-Canel, el presidente de Cuba, sí fue más prudente, y esperó a hacerlo una vez que lo proclamaron.
Tampoco se equivocaban quienes predecían que ese multilateralismo castillista se enredaría en sus propios tentáculos y se asfixiaría. Sucedió más rápido de lo esperado y no fue planificado. Béjar cayó el 17 de agosto por un entredicho con los marinos (en un viejo video los había acusado de ser pioneros del terrorismo) y fue reemplazado por Óscar Maúrtua, un diplomático de carrera, excanciller durante del gobierno de Toledo, para nada asociado a la izquierda. Ni siquiera era un puntal del grupo de embajadores de centro izquierda, como Manuel Rodríguez Cuadros (hoy embajador ante la ONU en Nueva York), Harold Forsyth (hoy en la OEA, presidiendo su consejo permanente) y Luis Chuquihuara (en la ONU en Ginebra) que se acercaron a Castillo.
En la aproximación del muy católico Maúrtua al gobierno –según más de una fuente que lo conoce– medió el cardenal Pedro Barreto. El signo de la cruz ha importado en la suerte de nuestra actual política exterior, tanto como la hoz y el martillo. Hoy mismo, Maúrtua está en Roma, en un viaje con agenda múltiple que incluye una reunión con la FAO; pero cuya principal razón fue la exhibición de un pesebre de la comunidad huancavelicana de Chopcca en la Plaza San Pedro. Pueden adivinar que el canciller le ha dado a Francisco los saludos de su devoto Pedro.
Maduro exageró
No esperen, por lo tanto, que Maurtúa y su vice canciller, Luis Enrique Chávez Basagoitia, también ajeno a la izquierda; alienten el multilateralismo del siglo 21. Por el contrario, Chávez Basagoitia desató la ira de Perú Libre cuando describió el 21 de setiembre, el estado de la cuestión con Caracas: “no hay ninguna autoridad que podamos considerar legítima”, dijo, suelto de huesos. En efecto, esa era la posición que había suscrito el Grupo de Lima en su último comunicado del 5 de enero de este año.
Ese había sido el último suspiro del Grupo de Lima. Maúrtua no tuvo que matarlo como lo exigía el cerronismo para borrar la osadía del vice canciller. Ya estaba muerto. Al canciller le bastó explicar, a la diestra en la Comisión de Relaciones Exteriores presidida por el congresista fujimorista Ernesto Bustamante y a la siniestra en el gabinete, que en lo que respectaba a Maduro, lo mejor para el Perú es plegarse al diálogo entre las partes en conflicto que auspician la Unión Europea y Noruega en México.
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Lo que sí fue multilateralista de nuevo cuño, y celebrado en Puebla y Sao Paulo, fue el reconocimiento de la República Saharaui; pero sin mayor impacto en el tablero internacional más allá de la pena de Marruecos, el único país amigo afectado por el tema. Multilateralista también es el reciente voto en Naciones Unidas a favor de investigar presuntas violaciones de Israel a los derechos humanos palestinos, tema en los que el Perú solía abstenerse pues nada más diplomático que no meterse en líos ajenos y distantes.
Multilateralista también fue el ánimo con el que Pedro Castillo se embarcó el 17 de setiembre en su primera gira al hemisferio norte –como presidente y como simple mortal- pero regresó, digamos, multilateralista moderado, con respeto a los organismos internacionales y a Estados Unidos –bestia negra de Perú Libre– que alberga a algunos de ellos.
En México, el presidente sin millas, fue abordado, casi emboscado, por un recorrido Maduro, en la cumbre de la Celac. Nos enteramos de ello el mismo día, por un tuit del entonces premier Guido Bellido, que fue confirmado por una declaración del propio Maduro, donde contó que conversó con Castillo una propuesta para comprarle productos al Perú y repatriar migrantes venezolanos.
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Nunca se vio tanta disparidad entre la política exterior soñada por el cerronismo y la diplomacia pragmática impuesta a Castillo por Torre Tagle y por las circunstancias. Mientras Perú Libre delataba sus nexos con Caracas y su ilusión de la patria grande, nuestros diplomáticos le explicaban a Castillo que, más allá de las etiquetas, quien lo había abordado era un gobernante en aprietos que quería importar ‘al fiado’ productos de primera necesidad.
Castillo aprendió a confiar en el equipo de Torre Tagle. En Washington lo atendió Forsyth, que preside el consejo permanente de la OEA; y en Nueva York hizo lo propio el ex canciller Rodríguez Cuadros. Maúrtua es de los pocos ministros con los que despacha semanalmente, según me cuenta más de una fuente. ¿Para qué el presidente se va a comprar la agenda chavista según la entiende el ex gobernador de Junín, Vladimir Cerrón, si tiene a esos ex cancilleres y embajadores de carrera? Por eso, cuando el 19 de noviembre la asamblea de la OEA decidió desconocer los resultados de la reelección de Daniel Ortega en Nicaragua, una causa más controvertida que la de Maduro, si cabe; Perú se plegó a la condena, a diferencia de México y Bolivia.
Tras el intento frustrado de colocar al ex jefe de campaña de Castillo, Richard Rojas, en Caracas (el 15 de octubre la cancillería anunció que este tenía el beneplácito de Venezuela, pero el 22 de octubre, antes de que se publicará su resolución en El Peruano, el Poder Judicial le dictó impedimento de salida), Castillo aceptó que cancillería escoja a un profesional. No había apuro, pues, la demora, en estos casos, es un gesto apropiado ante cualquier presión que pueda hacer el angurriento que lo abordó en México. Finalmente, el pasado lunes 6, por RS 167-2021 RE, se ha nombrado al embajador Librado Augusto Orozco Zapata.
Orozco es de los primeros de su promoción, ha estudiado un posgrado en Oxford y estuvo en la misión de Naciones Unidas trabajando con el Consejo de Seguridad, lo que ayudó a darle el perfil necesario para manejar situaciones políticas complejas, como las que encontrará en Caracas. Para más señas, es hermano de Lucrecia Orozco, a quien acompañó en su brega para que Alejandro Toledo reconozca a su hija Zaraí Toledo Orozco. Orozco llegará a Venezuela recién en febrero, pues le tomará algún tiempo cerrar su misión en El Salvador y reabrir la embajada en Caracas, pues el local que se tenía alquilado fue devuelto.
Por su lado, el gobierno de Maduro ya había designado, cuando Perú propuso a Richard Rojas, a Alexander Yánez Deleuze. Yánez había presentado sus credenciales a Luis Arce como embajador en Bolivia apenas el año pasado. Ciertamente, recuperar relaciones que habían estado reducidas a nivel consular por 4 años, puede justificar el destaque repentino de uno de los embajadores de Maduro que tiene formación diplomática y perfil político explotable por el régimen. Le escribí a la cónsul Vivian Alvarado, preguntándole detalles sobre Yánez, pero no me ha respondido. Un dato adicional: Yánez ya fue embajador en Perú, desde el final del gobierno de Alan García hasta los primero años de Humala; de modo que conoce bien el terreno que Maduro extrañaba en su ajedrez regional.
Le pregunté a Ernesto Bustamante que le parecía le designación de Orozco y me respondió: “Como diplomático de carrera que es, no le pongo objeción. Pero eso no garantiza nada, si el gobierno tiene propósitos políticos con Venezuela”. Al presidente de la Comisión de RR. EE., aún le resulta contradictorio mandar embajador a un régimen que el 5 de enero pasado se reputaba de ilegítimo al punto que el Grupo de Lima había suscrito un pedido para que la Corte Penal Internacional investigue sus crímenes.
Ojo a Panamá
Las definiciones de política exterior reaparecieron, urticantes como suelen ser, cuando Castillo y Perú Libre buscaron colocar a personajes incómodos fuera del país. El 24 de octubre, El Comercio reveló que, según fuentes de cancillería, el ex ministro de Trabajo, Iber Maraví, podría ser designado como embajador en Cuba. El intento abortó. Estaba fresco el impasse con Richard Rojas, el ex jefe de campaña, que antes que a Caracas, fue propuesto a Panamá en setiembre, y el 6 de octubre ya se había vencido el plazo de un mes que se suele esperar para el beneplácito o ‘agreement’ del país de destino.
Aquí se impone un apunte fundamental, que me lo han destacado fuentes preocupadas: Panamá está fuera de la órbita de la izquierda latina y, para abrir un espacio a Rojas, tuvieron que sacar de allí al embajador Jorge Raffo, que estaba en la mitad de su gestión. En ese momento, tanto Caracas como La Habana, estaban disponibles. Caracas estaba sin embajador desde años atrás cuando ambos países retiramos a nuestros jefes de misión; la segunda, con el embajador Guido Toro esperando volver, pues su plazo máximo de 5 años fuera del Perú se había vencido en mayo de este año.
Sin embargo, Castillo optó por pedir a cancillería que saquen a Raffo para enviar a Rojas a un paraíso fiscal. Tras el beneplácito frustrado, y el intento fallido de colocar a Rojas, Panamá sigue libre. Raffo fue enviado a Honduras, perdiendo la oportunidad de regresarlo a la misión de la que no debió salir. Consulté en cancillería y me respondieron que las propuestas de rotación de diplomáticos se formulan entre octubre y diciembre, para ejecutarse en el verano; que hasta ahora no hay una propuesta definida para Panamá pero pronto la habrá. También indagué por Cuba, pero ese es otro capítulo.
La vieja trova
La diplomacia cubana está llena de misterios y tentaciones. La obligada formación de sus cuadros en asuntos militares y de inteligencia, los hace sospechosos de espionaje y se tejen leyendas sobre ellos, difíciles de comprobar. La revolución aún vive de su mística, 60 años después, y los embajadores cubanos la cultivan con variopintos grupos de izquierda, donde quiera que vayan, teniendo cuidado de no incurrir en abierta injerencia en la política local. Y mantienen sus misiones de cooperación médica, dispersas en toda la región, como su sello humanitario que algunos discuten pero nadie puede condenar.
El embajador de Cuba en Perú, Sergio González, ya cumplió sus servicios y volvió a su país. Su misión no registra incidentes de cuidado. Será reemplazado por Carlos Rafael Zamora que, él sí, viene con un halo de controversia. Resulta que Zamora estuvo en Bolivia cuando Evo Morales renunció y se asiló en México. El gobierno provisional de Jeanine Añez estaba, como bien saben, en las antípodas del MAS de Evo y ello llevó a la ministra de Comunicaciones, Roxana Lizárraga, a acusarlo de espía e imputarle una participación activa en la organización de revueltas en pro de Evo.
Un diplomático que conoce a Zamora me dijo que por esos días, este estaba concentrado en sacar a unos cuantos cientos de médicos cubanos de Bolivia, pues temía represalias del anticomunismo radical que encarna Áñez. Algo similar sucedió en Brasil cuando Bolsonaro tomó el poder y los cubanos evacuaron a algunos miles de médicos, convertidos, en poco tiempo, en ejército de espías comunistas. Sin embargo, es difícil comprobar si Zamora, cumplió o estaba formado para cumplir un rol subalterno al diplomático. Perú21 entrevistó a Enrique García, ex oficial de inteligencia cubano, ahora radicado en Miami, que asegura que “Zamora es un espía experimentado”. Si lo es, lo lleva en paralelo con una larga carrera diplomática, con varias misiones internacionales cumplidas.
El nuevo embajador tiene, de hecho, un perfil más político que su predecesor; pero no podemos inferir que su llegada esté en relación al entusiasmo que, sin lugar a dudas, a Cuba le despierta un gobierno que tomó el poder bajo el signo de la izquierda. Sucede que la propuesta cubana para reemplazar a González se hizo a fines del 2020 y el beneplácito, según me confirma la cancillería, lo dio el ex canciller Allan Wagner el 14 de febrero del 2021, durante el gobierno de Sagasti. En esa fecha, nadie podía prever que Pedro Castillo sería presidente.
Le pregunté a Bustamante, que ya había hecho pública su inquietud por Zamora, cómo la replantea a la luz de su pasado beneplácito. “El gobierno no debe aceptar a alguien así. Todos los diplomáticos tienen formación en asuntos de inteligencia, más aún si son cubanos; pero en este caso habría pasado de la inteligencia pasiva a la acción, en el caso de Bolivia”. Le repregunté por el grado de certeza de sus sospechas. “No solo lo que he leído en los medios, sino que he hablado con gente y compartimos información reservada con la Comisión de Inteligencia”.
El único gobierno de izquierda al que Castillo, en decisión conjunta con Cerrón, ha mandado a un embajador político, es a Bolivia. Carina Palacios Quincho, fue funcionaria del gobierno regional de Junín durante la gestión de Cerrón y participó en la transferencia del sector RREE. Era la secretaria de relaciones exteriores de Perú Libre y tiene, a diferencia de otros embajadores, contacto directo con el presidente. Fuentes de cancillería me dicen que, frente al temor que había de dejar una embajada vecina y delicada a una política, Palacios hasta ahora los ha aquietado.
Sin embargo, tenemos, como me lo subraya Bustamante, el activismo desbordado de Evo Morales, correligionario del presidente Arce, promoviendo eventos como el de Runasur, que se llevará a cabo en el 20 y 21 de diciembre, con planteamientos tales como establecer territorios indígenas plurinacionales. Por cierto, esta iniciativa de Morales ha provocado un enérgico pronunciamiento de 3 ex cancilleres, por lo que implica como solapada búsqueda de salida al mar para Bolivia a expensas de la soberanía peruana y el activismo indígena. A última hora, uno de los convocantes, anunció la suspensión del devento. Veremos si las autoridades locales se abstienen de validar, con su participación, la agenda de Morales, o practican la prudencia diplomática; esa virtud que Torre Tagle lleva más de 130 días intentando contagiar al presidente y que podría peligrar con el nuevo acercamiento de este con Perú Libre.
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