Decir que la historia de los Fujimori es un melodrama no es una hipérbole. Calza en la definición: “Sucesos dramáticos elaborados para exaltar los sentimientos”. No se puede entender al partido, a la bancada y al pueblo fujimorista sin este marco dramatúrgico.
Keiko, en la campaña del 2016, llamó mochila pesada –los objetos son fundamentales en el melodrama– a los pecados y delitos originales de su padre. Era, para la candidata presidencial, una herencia perversa: por ella estaba en la palestra de los favoritos, por ella estaba condenada a perder una vez que en la segunda vuelta se armara la gran coalición anti-Keiko. Y por ella renovó una promesa de sangre: juró que no usaría su poder político para sacar al padre. Y cumplió a pesar de los ruegos del convicto y de los esfuerzos del benjamín de la familia, Kenji, por liberarlo.
En el melodrama, las ironías tienen un peso abrumador; son como una lección póstuma, una iluminación que llega demasiado tarde como para remediar lo mal hecho. Este 2018, a los Fujimori varias de esas ironías les movieron el piso. Algunas se confundieron con victorias. Pero eran pírricas. Por ejemplo, la renuncia de PPK empujado por las revelaciones de los ‘mamaniaudios’ en marzo y la defenestración de Kenji y dos congresistas ‘avengers’ (Guillermo Bocángel y Bienvenido Ramírez) en junio, fueron letales para el enemigo casual PPK y para el enemigo íntimo, Kenji, pero también para sí mismos: la desaprobación de Keiko ya escaló al rango de los 80%. Por supuesto, no solo fue la retaliación del enemigo, fue el ‘chip’ obstruccionista y suicida que enervaba a la ‘bankada’ a pesar de que afirmaban ser conciliadores.
Enfurruñados hermana contra hermano que le quebró bancada y luego fue botado del Congreso, dolida hija respecto a padre que maquinó su indulto a costa de ver a sus hijos peleados; aún no había pasado lo peor. Pasó en octubre.
—Mes maldito—
El 3 de octubre, cuando se recordaban los 50 años en que otro ‘chino’, Juan Velasco, cometió su golpe de Estado, el Poder Judicial peruano, haciendo un ‘control de convencionalidad’ pedido por la Corte IDH, anuló el indulto a Alberto Fujimori, ‘el chino’. Kenji tuiteó su amargura y Keiko se quebró ante la prensa. Tales eran los resentimientos que había hecho aflorar en público el melodrama familiar, que hubo un debate en las redes sobre cuán espontánea era la tristeza de Keiko. Alberto fue internado en la clínica Centenario para evitar su encarcelamiento o porque realmente empeoró su salud o por las dos razones que lo abatieron a la vez.
Lo peor de lo peor demoró unos días más. El 10 de octubre, cuando entrando a declarar ante la fiscalía de lavado de activos, Keiko fue detenida preliminarmente. Varios colaboradores y correligionarios corrieron la misma suerte, entre ellos Pier Figari y Ana Herz, la tesorera Adriana Tarazona y el abogado Vicente Silva Checa. Antes de vencido el plazo de 10 días, fue liberada por orden de una segunda instancia. Pero eso fue una pequeña tregua antes del mazazo de 36 meses de prisión preventiva.
La calamidad keikista provocó, como era de esperar, la solidaridad de toda su familia. Kenji la visitó durante su detención preliminar y al salir enfrentó a las cámaras para contar que se abrazaron y hablaron de temas ajenos a la política. Sachie y Hiro, los otros hermanos, abandonaron su perfil bajo para solidarizarse con la primogénita. Sachie llegó a decir que nunca le simpatizó la idea de ver a su hermana metida en política, luego de todo lo que pasó la familia por esa misma razón.
La cita más dura llegó en un tuit y fue de Alberto Fujimori, el ‘Rey Lear’ de este melodrama, el veterano patriarca viendo enfrentados a sus vástagos y desvaneciéndose el poder que les legó. El 2 de noviembre escribió: “Hija mía, siento mucho haberte metido en el mundo de la política que te ha hecho tanto daño. Te pido perdón por eso. Solo espero tener las fuerzas y la vida para verte –como en ese día– libre al lado de mis nietecitas”.
Perdón y autoflagelación (cuando fue indultado lo hizo sin convicción), asunción de la política como arma autodestructiva, deseo terminal de abrazar a la hija, pues no puede abandonar la clínica/prisión. Tales fueron los golpes recibidos por la familia, que no era necesario subrayarlos. Bastaba para Keiko vivirlos con cierto estoicismo (un rictus o sonrisa congelada) que contrastaba con el poder de quien casi presidió el Perú, esposada y con chaleco de la policía. Días antes, en un raro momento de debilidad o sinceridad, admitió que fue su padre quien le pidió que entrara en política y ella se tomó tiempo para pensarlo. El melodrama, ay, calaba hondo.
Justicia TV lo mostró todo en vivo y en directo, incluyendo el alegato de Mark Vito Villanella que, él sí, apeló a frases hechas para subrayar que vivía un drama: “Si mi delito es amar a Keiko, condénenme a la muerte”, dijo sin quebrarse.
—Cábala navideña—
Si recuerdan que hace un año nos mordíamos las uñas sin saber si PPK sería o no vacado, con mayor razón recordarán que el mismísimo 24, horas antes de la Navidad, PPK indultó a Alberto Fujimori. Kenji contó luego la importancia que tenía para Fujimori estar libre antes de la Navidad: tenía todas las expectativas cifradas en ello y no conseguirlo era peor que la cárcel misma.
No solo Fujimori tenía esa esperanza; en general, a los presos les nacen ideas o fantasías de benevolencia navideña. De ahí que se espera que la sala de apelaciones resuelva el pedido de libertad antes de la Navidad, pero han emitido un comunicado dando a entender que hay otros casos por resolver antes que el de Keiko y sus coprocesados. La cábala se desploma.
Otra ironía en cascada se cierne en este fin de temporada para los Fujimori: si Keiko dijo que no usaría su poder político para liberar al padre, luego enfrentó el dilema de usarlo para liberarse a sí misma o evitar hacerlo, pues ello calificaría como obstrucción de la justicia. El proyecto de ley aprobado subrepticiamente para crear un nuevo delito de financiamiento ilegal de partidos, con penas reducidas, encaja precisamente en esa duda existencial de usar o no un bumerán. Aun si la justicia la liberara en los próximos días, a Keiko le queda mucho por afrontar, incluyendo a su hermano Kenji, que ha vuelto al estratégico perfil bajo.
Si un nuevo liderazgo podía despuntar en la estragada bankada, era el de Daniel Salaverry, pero la resistencia que encontró a su ánimo de concertar con el gobierno en la coyuntura del referéndum, lo llevó a iniciar un viaje que parece sin retorno. Terrible año para los Fujimori que abre una interrogante que se responderá el 2019: ¿cabe un fujimorismo sin ellos?