Entre todas las reformas políticas que se plantean hoy en el Perú, hay una muy importante sobre la que está parado el propio Martín Vizcarra sin alcanzar a verla: la reforma del poder presidencial.
Su carácter pendiente, venido de la fundación de la república, la hace intocable, pero no por eso impracticable.
Una reforma que podría comenzar distribuyendo y racionalizando mejor la actual concentración casi monárquica de poderes asignados a la presidencia.
De ahí que los mandatarios de turno prefieran una estructura de cortesanía sobreconectada con ellos mismos que otra tecnocrática conectada con la pirámide gubernamental.
Esto repercute en la ironía de un presidencialismo formalmente fuerte en prerrogativa, investidura, protocolo y rituales, y realmente débil en la materialización y eficacia de sus mandatos.
A medio camino entre el presidencialismo y el parlamentarismo, no nos tiene que extrañar ver al Ejecutivo y Legislativo en permanente conflicto (más allá de la naturaleza del juego político), porque las reglas de diálogo, trato y entendimiento entre poderes no están bien construidas y carecen de los nexos y coordinaciones que hagan posible dotar al Estado de funcionalidad y al país de gobernabilidad.
Terminadas las elecciones del 2016, la “monarquía” ejecutiva del señor Kuczynski y la “monarquía” legislativa de la señora Fujimori decidieron sacarse los ojos. No hubo institucionalidad presidencial ni institucionalidad congresal que atemperara los odios y radicalismos traídos entonces de la batalla electoral.
Las cabezas de ambas corrientes bajarían luego al llano y a enfrentar procesos judiciales, pero las consecuencias de esa confrontación las viene pagando un país que reclama precisamente poderes reales y reglas de juego que se respeten y tengan sobre todo eficacia.
Aún habitamos en un sistema político que no logra funcionar básica y democráticamente por encima de las diferencias ideológicas y partidarias de sus actores e instituciones fundamentales.
Este es el sistema político que queremos reformar desde la periferia y no desde sus núcleos centrales, como los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Claro que hay reformas que pueden salir adelante con algunos inteligentes rodeos en el camino, como las planteadas por el grupo de trabajo liderado por los politólogos Fernando Tuesta y Martín Tanaka. Pero más temprano que tarde estas reformas, por urgentes y necesarias que sean, se encontrarán con los embudos sistemáticos de un Ejecutivo y un Legislativo no reformados.
Hace 25 años que vengo analizando en mis columnas los vacíos, debilidades y complejidades del poder presidencial, vulnerable además a que segundos o terceros de a bordo informales como Montesinos con Fujimori, Eliane Karp y Avi Dan On con Toledo, Nadine Heredia con Humala y Mirian Morales con Vizcarra, terminen manejando entre bambalinas decisiones de Gobierno y Estado.
¿Hasta dónde alcanzan los brazos de poder de Vizcarra y Salvador del Solar? ¿Y cuando los brazos de ambos no alcanzan nada, podrá Del Solar hacer gobierno y Vizcarra, Estado?
Bajo estas interrogantes no puede pretenderse, metafóricamente hablando, cambiar de silla a un caballo a mitad del río (CNJ) ni salir a cazar tiburones con lanchas de paseo turístico (cruzada anticorrupción).