Así como la cruzada anticorrupción persigue a unos y oculta a otros, las reformas que demanda el país se dividen entre las populares que impulsa Martín Vizcarra (de cara a las encuestas) y las impopulares que tocan al Estado, pero que el mismo presidente descarta o posterga (también de cara a las encuestas).
Sería más coherente que los desengañados de Toledo, Humala, Villarán y Kuczynski (a quienes hicieron ganar elecciones con banderas de la anticorrupción) reclamaran la aceleración de sus procesos fiscales y judiciales, como hacen con los procesos de Keiko Fujimori y Alan García. Sin diferencias de color político tendríamos mayor equidad fiscal y judicial, acusaciones, juicios y sentencias ad portas, debidos procesos respetables y cero riesgo de que el 2021 veamos reinar nuevamente a la impunidad.
Vizcarra comenzó promoviendo la bicameralidad (retorno al Senado), pero muy rápido descubrió que se trataba de una reforma necesaria pero impopular. De ahí que le fue fácil obtener en el referéndum un No rotundo. Ganancia presidencial, pérdida legislativa, lamentablemente.
Las otras tres reformas aprobadas en el referéndum, el reemplazo del Consejo Nacional de la Magistratura por la Junta Nacional de Justicia, la no reelección parlamentaria (los mismos que votaron por ella podrían votar por la disolución del Congreso) y el financiamiento de los partidos políticos responden a un elevado reclamo ciudadano por nuevas reglas, pero no sabemos qué forma tomarán finalmente sus articulados y aplicación.
He aquí el riesgo que corre una Constitución, por perfectible que sea, cuando las propuestas de reforma caen en la prisa y bajo mucha presión. Dios en el horizonte, el diablo en los detalles.
Habría sido un equilibrado reto político si a la hora de plantear reformas en las canchas judicial, fiscal, parlamentaria y electoral Vizcarra hubiera hecho lo propio hacia su propia cancha para enfrentar decididamente, por ejemplo, la inseguridad interna (incontables pérdidas de vidas, patrimonio y negocios cada día), la ineficiente y corrupta administración pública (Servir ha terminado no sirviendo de nada), el creciente desempleo (con un rol diferencial solo visto en el sector Producción), el desastre de los programas sociales (hemos vuelto a retroceder en reducción de la pobreza) y las trabas a la inversión minera (ya vienen “populares” paralizaciones de proyectos mineros como Tía María).
Claro que es muy fácil y cómodo para nuestro popularísimo presidente ver la paja en ojo ajeno (deficiencia y corrupción en justicia, fiscalía y Congreso) y no la viga en el propio, con un Ministerio del Interior de visión estrecha, confundido en sus roles con la Policía Nacional, mientras la criminalidad aumenta sus dominios en zonas urbanas y rurales del país (el Vraem sigue siendo un fracaso) y extiende sus tentáculos invisibles allí donde “un poquito” de contrabando y otro “poquito” de evasión tributaria “no hacen daño”, siguiendo la reglas de Kuczynski.
Buenos y enérgicos los discursos de Vizcarra. Hora también de predicar con el ejemplo y desde la casa de gobierno. El aplausómetro en alza de hoy puede ser el indignómetro en alza de mañana.