Vanessa Quiroga, quien perdió su pierna izquierda en el atentado de Tarata, espera que los responsables paguen por los daños causados. (Foto y video: El Comercio)
Delsy Loyola Jorge

El Poder Judicial dictará este martes la sentencia por el atentado de Sendero Luminoso en la calle , en el distrito de Miraflores. Poco más de 26 años después, las cientos de víctimas del ataque terrorista esperan que, con la condena, se haga justicia.

El brutal atentado, realizado el 16 de julio de 1992, fue planificado por la cúpula de . En esa época, el país atravesaba por uno de los momentos más críticos por la violencia subversiva.

—Las víctimas no olvidan—
La tarde del atentado, Vanessa Quiroga no quería regresar a casa. Acompañaba a su madre, Gladys Carbajal, en su puesto de chalinas cerca al cruce de Tarata con la avenida Larco. Era hora de irse, pero Vanessa, de 4 años, insistía en quedarse entre llantos y pataleos. Desafortunadamente, Gladys accedió.

Alrededor de las 9:20 p.m., el negocio estaba por cerrar. Gladys guardaba la mercadería, cuando repentinamente escuchó una explosión. Las luces se apagaron y ya presentía lo que estaba por venir. “¡Coche bomba, coche bomba!”, gritó. La siguiente detonación destruyó todo. Un auto que contenía 400 kilos de dinamita combinada con anfo explotó a unos metros.

El informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) concluyó que el atentado dejó 25 muertos, 155 heridos y tres millones de dólares en pérdidas. Gladys sobrevivió. Vanessa también, aunque su pierna izquierda le fue arrebatada por la tragedia.

Por este hecho, los autores materiales fueron sentenciados en 1998, pero los miembros de la cúpula de Sendero Luminoso, con el sanguinario terrorista Abimael Guzmán a la cabeza, aún no han recibido condena.

Un año y medio después de iniciado el juicio oral, el proceso está por terminar. El Ministerio Público ha pedido cadena perpetua.

Vanessa espera que los responsables paguen por los daños causados, aunque afirma que, pese a ello, no podrá perdonarlos. “Hicieran lo que hicieran, los castigasen como los castigasen, mi pierna no me va a volver a crecer y las 25 personas que fallecieron acá no van a revivir”, afirma.

En la calle Tarata aún se mantienen algunos negocios. Vanessa sigue con su puesto de chalinas. Justo al frente, Miriam Sánchez trabaja en el suyo, como hace 26 años, cuando sucedió la explosión.

Tuvieron que pasar tres años para que Miriam vuelva al lugar tras la tragedia. El ataque terrorista le cambió la vida totalmente, y le dejó secuelas físicas y psicológicas que continúan hasta hoy. “A mí nunca nadie me va a hacer olvidar esto. Yo he sufrido, han sufrido mis hijos que me han visto enferma”, relata.

Al igual que Gladys, ese jueves Miriam estaba cerrando el negocio cuando ocurrió la tragedia. Se encontraba subida a una silla y la detonación la hizo volar unos metros hacia atrás. Al abrir los ojos, estaba tirada en el piso con el lado izquierdo de la cara ensangrentado.

“Si hay una pena perpetua para ellos, que lo haya, porque mucho dolor ha causado acá, muchas familias han sufrido”, afirma Miriam Sánchez. (Foto: Alexandro Currarino/ El Comercio)
“Si hay una pena perpetua para ellos, que lo haya, porque mucho dolor ha causado acá, muchas familias han sufrido”, afirma Miriam Sánchez. (Foto: Alexandro Currarino/ El Comercio)

Una pareja la encontró y la llevaron hasta donde estaban los bomberos para que la auxiliaran. Ya en el hospital, le brindaron algunas atenciones, le dieron algunas pastillas y mantuvo el ojo izquierdo tapado hasta que las heridas alrededor cicatrizaran. Pero las que hasta hoy no han cerrado son las heridas del alma.

Los años posteriores, tuvo diferentes reacciones en su salud por las secuelas del ataque. La más grave fue hace cinco años: tuvo un infarto cerebral que la dejó en coma por un tiempo.

Miriam también espera que finalmente se haga justicia. “Si hay una pena perpetua para ellos, que lo haya, porque mucho dolor ha causado acá, muchas familias han sufrido”, afirma.

La noche del atentado, en otra esquina de la calle Tarata, en un edificio ubicado en el cruce con la calle Alcanfores totalmente destruido por la explosión, Osvaldo Cava buscaba entre los escombros a su hermano Pedro, de 27 años, quien trabajaba con él en su consultorio dental.

Una reunión pendiente había hecho que Osvaldo no estuviera en el lugar a la hora del atentado. Sin embargo, Pedro se encontraba en el edificio esperando a Felipe, otro de sus hermanos, para atenderlo. Casi veinte minutos después del estallido, Osvaldo llegó.

Parecía imposible encontrar a Pedro entre tanto desastre. Osvaldo esperaba que estuviera ayudando a cargar a los heridos, pero finalmente lo encontraron tapado por unas cortinas. Pedro fue trasladado al hospital, pero nunca respondió a los intentos de los médicos para reanimarlo.

“Le hicieron dos veces la resucitación con electroshock. Nosotros le gritábamos: ¡Pedro, Pedro, reacciona Pedro! Hacíamos bulla y nos hicieron salir. Después de mucho rato salieron ellos y nos dijeron que ya no había nada que hacer”, recuerda.

El hermano de Osvaldo Cava fue una de las víctimas mortales del atentado en Tarata.  (Foto: Juan Ponce/ El Comercio)
El hermano de Osvaldo Cava fue una de las víctimas mortales del atentado en Tarata. (Foto: Juan Ponce/ El Comercio)

Además de las pérdidas humanas, la onda expansiva de la explosión, que alcanzó un radio de 300 metros a la redonda, afectó entidades bancarias, viviendas residenciales y locales comerciales. Según registró Defensa Civil, 360 familias quedaron damnificadas.

Tras varias audiencias que comenzaron el 14 de febrero del 2017, el juicio contra la cúpula de Sendero Luminoso por este atentado concluyó y este martes se dictará una sentencia. Los autores mediatos hasta hoy no han mostrado arrepentimiento.